1.PARQUES DE LOS RECUERDOS [Poema del Editor]
2.Eugenio Frutos [Poeta sugerido]

Textos aquí: 1. del Editor, 2. del Poeta sugerido y 3. del Invitado (opcional)

MI POEMA… de medio pelo

 

Esa tarde llovía y me pediste:
¡ven conmigo, voy a ver a mi padre!
Recuerdo como a un taxi me subiste,
la foto aquí la guardo con su encuadre.

Tres ramos, tres, llevabas en tus manos,
el silencio inundó todo el trayecto,
ni siquiera en el mismo nos miramos,
distraerte no quise ni un momento.

Era lejos, muy lejos, mas llegamos
a un llano donde estaba el cementerio,
inclinado, con tapias a ambos lados,
silencioso y tan lleno de misterio.

El parque predicaba la igualdad
que la desigualdad había muerto,
unas flores, no más, en un desierto,
en que solo reinaba la humildad.

Unas piedras cuadradas, repicadas
en miles de parterres descubiertos,
con fino tiralíneas alineadas,
sólo un número y del finado un texto.

El once y treinta y tres, ese era el nuestro,
y después de un buen rato lo encontramos.
Meditamos y una oración rezamos
recordando a quien fuera un gran Maestro.

De vuelta ya la noche apareciendo
pensamos lo cortita que es la vida,
tu padre ya se fue, y en la corrida,
nosotros tan deprisa envejeciendo.
©donaciano bueno

El llamado Parque de los recuerdos es un cementerio en el que los signos externos son iguales. Allí reposan los restos de héroes y villanos, nobles y plebeyos, ricos y pobres con un sólo número que los identifica, el nombre y la fecha de su deceso. (Quito)

MI POETA SUGERIDO:  Eugenio Frutos

Decoración

Un humo de tren borra
las sierras del telón.

Una casa sonámbula
se peina la baranda de un balcón.

Los árboles disponen sus atriles
en torno del chalet.

Y la lluvia ha borrado
la música de ayer.

Estribos los balcones,
toma el viento las casas como un tren.

Una luna-objetivo
proyecta una película sobre tu mirador.

Tu mirador, pecera
de las constelaciones.

Aviso:
NO HAY FUNCIÓN.

Nuestra protagonista
se embarcó -sensación-
esta tarde en la música
-barca remera- de mi acordeón.

Otoño

El viento
hace una flauta de cada camino,
con rosas de nubes en el pelo.

Canciones que peinan la yerba,
la yerba que perfila
el rostro del sendero.

Un azucarillo de trinos se deslíe
en la tarde. Y el mar abierto
se inyecta el narcótico del silencio.

Las luces errantes
-tejedoras inquietantes del cabrilleo-
fingen como si las aguas
fuesen a alzar el vuelo.
Y en vano a los picos vibrátiles
de mi pañuelo
intento atar los Puntos Cardinales,
en desbandada por el universo.

No siente mi mano el flujo
de los momentos
sobre pedestal de roca,
bajo la sombra de mis dedos.

Y si mis ojos constelan
su mirada en un deseo,
habrá una sombra callada
que me enmascare los puertos.

Anochecer en el puerto

Puerto solo, pesquero,
silencioso,
sin ningún marinero
que sepa con su pipa maniobrar
como con un velero.

Puerto y Tarde y Domingo.
-¡Oh, vela triangular de la emoción!-

Un teclado
de barcas iguales,
de algún viento olvidado
para la distracción.

El mar, la escena toda,
intemporalizada,
-completa y una para la mirada.
Y la costa -su anécdota-,
decoración.

Agua toda superficie en esta hora,
convexa, impenetrable,
sin aire ni luz que reflejar.
El mar se ha distraído,
de la costa olvidado,
y un algo inescrutable
se concentra en sí mismo a meditar.
Y la tarde tan sola -mas sin melancolía-,
pero con esta angustia que el silencio le viste.

– La tierra abandonada es sólo triste,
pero trágico el mar.-
Angustia del momento
que precede a la génesis del día
y la noche y la sombra y el color,
concertados en planos precisos:
Arquitecto sin par del suceder.
Las cosas, de dibujos concisos;
la voz, sustituida
por el gesto sencillo de la mano;
la mirada perdida,
desbocada, sin nadie que la pueda detener.

Hermético el mar en estas horas,
en espera del alba y la luna buceadoras
y de los rayos-agujas solares,
bordadoras
de los itinerarios de los mares.
-Luego el mar, traspasado de luna,
tiene un blanco temblor doloroso,
continuo:
el agua sin reposo
que pretende volar.-

Luces del puerto. Una
tras otra se encienden según
el ritmo que llevan las aguas,
una tras otra.
Ningún niño temeroso con más miedo del mar

que sus oscilantes
rayos que, al tocar
las primeras olas,
a la playa, tímidos,
vuelven a saltar.
Y lejos el faro:
nadador que un salto
lleva al mar abierto
y sus luces, por él reflejadas,
subirán tan alto, tan alto,
alto subirán
que, en ecos de estrellas convertidas,
-sintiéndose ínfimas-
las luces perdidas,
todas, las verán.

Pero más perdido que la luz el humo
que olvidan los barcos -mechones
de las cabelleras de los altos mástiles
que, oscilantes, sin rumbo ni canciones,
buscan la playa quieta
-o alto pararrayos o vieja veleta-
donde descansar.
Y que sólo encuentran voces de campanas:
playa única, móvil,
con hablas y recuerdos de sitios que no vimos,
pero que presentimos
acodados ya sobre
sueños irrazonables:
el puerto donde todos quisiéramos anclar.
Una costa de líneas matemáticas puras,
impalpables
como los meridianos
y el palacio exactísimo de la Esfera Armilar;
en donde se sintieran
dentro los horizontes más lejanos
y un llegar a buen puerto
que no fuera un llegar.

Imagen de una noche

Era tu piel de caña perfumada,
tostada por el sol de tus ardores,
almohada feliz de mis amores
en la noche fugaz y enamorada.
Era como una túnica ceñida
a la carnosa flor que el alba espera.
Y eran lluvia feliz de primavera
mis miradas sedientas de tu vida.
Sirena del estanque cuyas aguas
brindaron a mis ojos el errátil
temblor de tu figura,
inasequible como el alto dátil
entre la gracia de la palma oscura,
-hay entre el cuerpo que en amor se duerme,
y el vivo anhelo que en amor se aleja,
una música extraña y exquisita,
como un quiebro de flauta que se deja
y un vuelo de violín para otra cita.

Movimiento de amor

Como goza la planta bajo el viento,
verdeando, brillando estremecida,
he mirado tu faz, temblando vida,
recogiendo en quietud el movimiento.

A eternidad elevas el momento,
la dicha como fuente contenida,
apenas temblorosa la ceñida
línea que mueves con tu dulce aliento.

Era un ritmo, primero en ajenado
en el concierto fiel de cada cosa,
y luego recogido y retirado

a la prisión estrecha y silenciosa
donde tu corazón enamorado
tanto vive cuanto más reposa.

Bio de autor en esta página

"No están todos los que son pero son todos los que están."

  • En 1945 se producen dos hechos que marcan bien la doble orientación de Eugenio Frutos: publicó algunos poemas de un futuro libro titulado La sombra revelada —que nunca vio la luz en vida del autor— en el semanario Fantasía, a la vez que se doctoró en Filosofía por la Universidad de Madrid con una tesis titulada Las ideas filosóficas de Calderón como signo de su época, que, con algunas transformaciones, fue publicada en 1952 bajo el título de La filosofía de Calderón en sus autos sacramentales. De la familiaridad con las creaciones calderonianas surgió la única obra teatral del autor, escrita en verso y de acuerdo con los modelos del auto sacramental: Loa de los dones reales (1956). En 1957 apareció el poema en doce cantos titulado La viña destruida, concebido a raíz de la invasión de Hungría por las tropas soviéticas como réplica a Pablo Neruda. Poco después, el filólogo y el filósofo volvieron a unirse en una serie de ensayos críticos de gran hondura agrupados en el volumen Creación filosófica y creación poética (1958)En 1951, Frutos había obtenido por oposición la cátedra de Fundamentos de Filosofía e Historia de los Sistemas Filosóficos de la Universidad de Zaragoza, que desempeñó hasta su jubilación en 1973. Con este motivo, la Diputación Provincial publicó el volumen Poesía: Antología (1974), que, con prólogo de Francisco Ynduráin, reunía casi un centenar de composiciones, la mayoría inéditas, procedentes de cinco libros nunca publicados y cuyos títulos se indicaban por primera vez: Primeros versos, Evocación del estío, Otras evocaciones, Lo invisible Desde la bruma. La antología permite intuir la evolución de la poesía del autor, desde las tentativas vanguardistas de la década de 1920 hasta la lírica amorosa posterior y, por último, la poesía de raíz existencial que corona su trayectoria. Los problemas de salud que aquejaron al autor en sus últimos años le impidieron seguramente preparar de modo adecuado la recopilación de su obra de creación, que apareció en gran parte póstumamente. Los méritos docentes de Frutos y su extraordinaria laboriosidad fueron reconocidos con numerosas distinciones, como la Encomienda de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio, la Encomienda de la Orden de Cisneros o el Premio San Jorge de la Diputación Provincial de Zaragoza

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