Una muestra de sus poemas
Volar o tomar altura
Hay caras ya familiares en las colas
y esperas madrugadoras del aeropuerto.
Rostros que no cargan regalos ni detalles
de última hora.
Somos desconocidos con un itinerario común y aprendido
a quienes no sorprende un cambio repentino de puerta
o un control aleatorio de explosivos.
No tenemos prisa.
Nada en los bolsillos. Ni líquidos.
Los ordenadores y aparatos eléctricos van en otra bandeja
y ahora que comienza el frío,
debo pasar el control descalzo, penitente.
Cuando volar consiste tan solo en tomar altura
se nota en el rostro.
Salvado innumerables veces por las áreas de servicio
Cientos de kilómetros nocturnos tras el deber cumplido
en el silencio del furgón de los artistas.
Atrás quedó el repaso del concierto y las anécdotas,
el saludo rutinario y la foto de rigor.
Yo estoy despierto y pensando noche.
Callado el chófer, callado yo y dormidos los demás.
Sin luz no hay lectura y ya está bien de música por hoy.
Ahora no necesito cobertura ni 4G.
Tú hace horas que escribiste:
—Mañana hablamos. Buenas noches.
Ahora solo quiero que paremos en la salvadora luz
de aquél área de servicio que estoy viendo
y que tengan helado y cambio de 50.
La isla
Ahora vivo en una isla.
Todos me hablan de la claustrofobia
y de esa sensación de estar fuera,
como apartado. Rodeado tan solo
de profundidad, incapaz
de huir a pie si quisiera.
Yo no lo percibo.
El mar siempre está,
en cualquier dirección:
avanzar es encontrarlo.
Todo trozo de tierra firme es finalmente isla.
Por otra parte, yo siento que he vivido
siempre con el agua al cuello
y eso convierte a mi cabeza,
por definición, en una isla.
La Venus del espejo
Se acercan las palabras a la vida
pero no son la vida.
Son las palabras del poema un recuerdo
de lo vivo, pero no lo vivo.
Mancha la palabra pero no perfila,
por eso se aproxima uno a la flor
pero no al perfume.
Mírala todo lo que quieras,
cierra los ojos, sueña en su perfección,
pero nunca podrás tocar la piel
de quien fue la Venus del espejo.
Magia
El mago mueve los cubiletes.
Marea la perdiz y oculta,
garabateando con los brazos,
la pequeña semilla.
El mago juega
mientras todos observan atentos
sus dedos.
Sus manos hábiles bailan
movimientos tan lentos
que engañan de pura transparencia.
Todos miran sin pestañear.
Clavados en la ilusión,
desean
estúpidamente
desenmascararla.
Negar la existencia de lo que acaba de ocurrir
ante sus ojos.