VERSOS BARATOS [Mi poema] Lara Moreno [Mi poeta sugerido]
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MI POEMA… de medio pelo |
Versos que son baratos, versos míos, No invitan a subir por las paredes Caprichos de un poeta fracasado Versos los que ha parido su mollera |
Una muestra de sus poemas
MI POETA SUGERIDO: Lara Moreno
MI MADRE es esa mujer que se levanta a las seis para ír al
trabajo y deja antes de salir de casa su cama perfectamen-
te hecha, los almohadones ordenados y unas lentejas en
remojo en la cocina (nunca se olvida mi madre).
Solo a los pies de la cama sus zapatillas hacen un
dibujo raro sobre el suelo. Hay como un descuido o una
torpeza en las zapatillas desnudas y solas, en medio del
dormitorio impecable.
Es ese resto que mi madre tiene, ese tropiezo que
mancha la pulcritud: la niña que siempre habrá dentro
de ella, una niña asombrada del mundo, quizá asustada.
una niña que llega la última aunque se haya levantado la
primera.
Una niña con gafas, ojos verdes, que escribe con la
mano izquierda en un mundo de diestros ignorantes.
Esa es mi madre.
Del libro “Tuve una jaula”, La Bella Varsovia (2019).
ESTOY A UN PEQUEÑO PASO DEL GAME OVER
Guardo
recuerdos de la selva que no son míos
una medusa por corazón
la certeza de saber que quizá aún
no haya experimentado la resaca más grande de mi vida
y guardo
también
más cosas
y me duele
tu cuerpo sobre el mío
ahora que estás lejos
a veinte centímetros de mí
en la otra orilla
en tu almohada
*
Por qué te echo de menos
tanto
a veces.
Estaría subida
en este taxi
recorriendo la ciudad
en este día de niebla
hasta que te disiparas.
Es por la mañana, dicen,
y eso qué es,
mañana.
*
Esta vida incontrolada.
El pánico a las estrategias.
La inseguridad paralizándome
las cejas y el vientre y
arrancándome el corazón,
corazón inestabilizado
e hirsuto y despiadado
y mártir y prohibido
y demacrado y desolado
e inflado y corrupto
y apócrifo y nunca
corazón.
Ya no sé qué
guardo entre las costillas.
A qué animal suicida
alimento de mentiras
y otros lujos.
*
A veces amanece
y la ciudad se ha ido.
Las farolas con sus pasos
desgarbados,
el ruido torpe
del puente de hierro.
No quedan gaviotas en el mar.
Un milenio agotado.
Después, los gritos de los
niños escapando,
el alborozo de todas
las faldas al vuelo.
Hay un paso de cebra
dibujado en mi colchón,
la sombra de un atropello
entre mis sábanas.
PERDER EL TIEMPO
Perder el tiempo no es mirar embobado
el cielo azul de las diez de la mañana.
No es hacerse el remolón en la cama,
decidirse por una leche con miel.
Perder el tiempo no es ir a buscarla a ella
para desayunar, sacarla de la cama,
desmenuzar las experiencias de la noche.
Perder el tiempo no es no tenerlo claro,
o cambiar el taxi por el autobús.
Subir la cuesta del parque del Oeste.
Perder el tiempo no es no saber adónde ir
ni adónde mirar.
Dejar el trabajo para más tarde.
Cancelar las citas del día.
Todas (hasta las verdaderamente importantes).
Dejar que pasen las horas de la mañana
fumando hachís entre medias y frío.
Perder el tiempo no es acercarse a un cuerpo extraño
con todas las dudas colgándote del pelo,
arriesgándote a no sentir,
a no percibir.
Tomar la parte por el todo,
y no querer huir, que ya es tanto.
Recolectar colillas a las tres de la mañana,
oler los gatos en las escaleras.
Una rendición falsa, un aplazamiento.
En la cabeza otro nombre
a punto de salirse por la boca;
mirar de reojo, por si acaso estuviera.
Y sin embargo sentir,
sentir la calma.
A ratos mucha calma.
Las manos ásperas,
los labios blandos.
Hay algo en esta vida que me gusta.
Perder el tiempo no es pararse a mirar a través de los cristales.
Perder el tiempo es otra cosa.
Es estar muerto, en orden.
POEMAS
I
A veces amanece
y la ciudad se ha ido.
Las farolas con sus pasos
desgarbados,
el ruido torpe
del puente de hierro.
No quedan gaviotas en el mar.
Un milenio agotado.
Después, los gritos de los
niños escapando,
el alborozo de todas
las faldas al vuelo.
Hay un paso de cebra
dibujado en mi colchón,
la sombra de un atropello
entre mis sábanas.
II
Acaricio su mano y el tacto de las venas en el dorso de la muñeca me estremece. Algo de mis propias venas se remueve hacia el centro, al sentir que estas otras están dispuestas para mí sobre la colcha, como minúsculos ríos de agua que hierve, desnudos
ante el acecho de mis dientes.
Sigue en mí el tacto, el pensamiento.
Porque la calma de esta habitación viene a parar al sueño, a la tarde inmóvil de invierno, con el sol caído y unos perros rebeldes desgañitándose al fondo de la plaza.
III
Víspera de viernes
La luz de una vela y un gemido antes de la mañana./
Un gemido para cada grieta del aire cuando la luz traspasa firmamentos delgados como músculos del pie./
El pie sube, se agarra a la pared de piedra./
Hay señales./
Contrapuertas secretas para este mundo nuevo que habitamos./
Dijimos una vez: basta./
El pie tiembla; es la luz de las farolas de la niebla que preguntan por el día siguiente./
Siente la piel el fuego de la llama y no se retuerce al pensarlo./
Lo dijimos una vez: no importa el dolor./
Quiero que vengas antes que la noche, puedes aparecer desvencijado, hecho un cúmulo de malas intenciones./
Recogeré tus huesos uno a uno, caricias para un náufrago./
El pie tropieza, es carne fresca lo que ha encontrado./
Tiene un sentido doble tu presencia: la hora del amor y del ahorcado./
La cuerda un epicentro en la batalla, toque de queda y gritos, sabes que guardo el sexo en la garganta./
Tiempo de vivos./
Esas palabras tuyas, las de la isla, miramos tanto al mar que nos volvimos mudos de hacer calor, tiernos de espanto./
Yo sé que allí nos vimos, nos encontramos./
Ahora es otra cosa./
Todo en tu mano./
IV
Torbellino
lleno
de curvas
a veces
se estanca
y uno se pregunta
cosas
algunas
cosas determinantes
como
por ejemplo
quién soy
dónde estoy
y todo eso.
Pero
entonces
esa calada del cigarro
sorbo de ron
a ver qué canción
suena ahora
levantarse para
ver
que la vida
no es
más
que un pedacito
de indiscriminación
de tenacidad
disfrazada
la vida no es
más que algo de esto
esto que siento
nuevo y viejo
aquí y ahora
parapetos
del sabor
de la nostalgia olvidada
ya sabéis
perder el tiempo
un rato
intuir
que el cielo va a caerse
machacando nuestros pies
que hay que tener
las dos manos libres
para levantarle la falda
todos quietos ahora
por un segundo
milimétrico
el ruido de tu noche
cada noche
los párpados quemados
ceniza por doquier
y ningún lamento
luchar un poco
por la ausencia
que también hay que luchar
por la ausencia
que de presencias
vamos servidos
inestabilizados
nos aguantamos el alma
V
Perder el tiempo no es mirar embobado
el cielo azul de las diez de la mañana.
No es hacerse el remolón en la cama,
decidirse por una leche con miel.
Perder el tiempo no es no tenerlo claro,
o cambiar el taxi por el autobús.
Subir la cuesta del parque del Oeste.
Perder el tiempo no es no saber adónde ir
ni adónde mirar.
Dejar el trabajo para más tarde.
Cancelar las citas del día.
Todas (hasta las verdaderamente importantes).
Dejar que pasen las horas de la mañana
fumando hachís entre medias y frío.
Perder el tiempo no es acercarse a un cuerpo extraño
con todas las dudas colgándote del pelo,
arriesgándote a no sentir,
a no percibir.
Tomar la parte por el todo,
y no querer huir, que ya es tanto.
Recolectar colillas a las tres de la mañana,
oler los gatos en las escaleras.
Una rendición falsa, un aplazamiento.
En la cabeza otro nombre
a punto de salirse por la boca;
mirar de reojo, por si acaso estuviera.
Y sin embargo sentir,
sentir la calma.
A ratos mucha calma.
Las manos ásperas,
los labios blandos.
Hay algo en esta vida que me gusta.
Perder el tiempo no es pararse a mirar a través de los cristales.
Perder el tiempo es otra cosa.
Es estar muerto, en orden.