HE VISTO A DIOS NACER EN UNA ESQUINA (Mi poema)
Fermín Herrero (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo

 

He visto a Dios nacer en una esquina
de un viejo cementerio junto a un nicho,
estaba acurrucado como un bicho
en medio de aquel campo, de esa ruina.

Lamento al corazón cuando resbala,
por mor de la desidia o la pereza,
haciendo una traición a su destreza
o miedo a tropezar con una bala.

Las penas se me han ido acumulando
y aun siguen escondidas a la espera,
pues sé que aquel que espera desespera,
mejor será olvidar, les vayan dando.

Que tuve el corazón hecho pedazos
a punto de quebrar por la pendiente,
ausente de caricias y de abrazos
no pude vislumbrar que hubiera un puente.

Tenía yo un amigo y ya se fue
así que se marchara yo impidiera,
se fue por el camino que viniera
por qué no me pregunten pues no sé.

Así que tú la invites la memoria
por mucho la reclames no hace caso,
tener mucha memoria es un fracaso,
mejor será olvidarse de la historia.

Mucho antes tú te vayas me iré yo,
que nadie a mi me ha odiado ni me engaña,
distinto a lo que hacen hoy de España,
la que honra por los barcos no vendió.

Se sabe que tú habrás de fallecer
mas cuándo no se sabe, nadie sabe
nos tengas que decir hasta más ver,
saber nunca sabrás, esa es la clave.

No seas inocente ni, sabiondo,
ni intentes descubrir lo qué es el mar
pues nunca tú hasta el fondo has de llegar,
que así no lo parezca está muy hondo.

Y un día cuando menos te lo esperas
resulta que te vienen a buscar.
Por muchos que les quieras despistar
salir ya no podrás por peteneras.
©donaciano bueno.

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MI POETA SUGERIDO: Fermín Herrero

Fermín Herrero

Para una mujer que al alba.

CÓMO ESTÁS y me dices: con los nervios
a flote, me abandono en seguida y apenas
puedo seguir un orden, se me va
el santo al cielo. El aire tira
mucho, los arces cabecean. Recuerdo que llorabas
con un cuarteto para cuerda de Brahms
y de pronto pensé: lo que se eleva
es frágil. Te rompiste. El viento desmelena
los arces del jardín. Sonríes. Lo mejor son
las nubes, dices, creo que lloverá. Y sonreímos.
(De La gratitud)

Canta el mirlo en el arce, vuela

Canta el mirlo en el arce, vuela,
y, mientras atardece, estoy leyendo
de nuevo “El grano de mostaza” del maestro
Eckhart. No tengo caridad ni templanza alguna,
nada de nada, ni modestia, ni honradez,
ni amor siquiera. Da vueltas y más vueltas
un murciélago, está también perdido.
En el momento en que renuncio
me arrepiento, me puede la codicia,
la soberbia, el apego. Hay días sucios,
mucho. Y muchos. Que a duras penas.
Ahora el mirlo va por el sendero,
picoteando aquí y allá, distraído,
calibra bayas, mueve piedrecillas.
Qué no sabrá de lo que ignora. Y cómo
olvida. Ha oscurecido. Apenas si se ven
las letras del maestro, que no podré decir.
Aunque cada mañana vuelve el mundo
y su celebración. Espero que me encuentre
tan impropio de mí mismo como pueda.
Que no puedo, que no. Y aun así.
(Poema Inédito)

ACANTILADO

La claridad en el acantilado, un mar
de luz la luz del mar en el aire
de junio. Cómo voy a morir después
de haberte amado al límite, a cielo
abierto, a mar abierto, en esta luz
sin desmayo. Semilla al viento, entrando
en las olas, la sombra desprendida de una higuera
nuestros cuerpos esclarecidos. El mar
y el cielo. El cielo, el mar. La línea
del horizonte. Espuma y piel, al desnudo.

Era el otoño. Ayer. Era el otoño sin consuelo
en el rigor de los límites, muriendo
bien a las claras por los chopos, la tarde
adentro. Sabía a destrucción. Ahora me levanta
al aire de la sierra, se cimbrea, me desnuda
por las ramas pues no hay más raíz
que la pupila. Ahora, al fin, la mirada no es de nadie
y es suficiente —el tiempo a mi favor, sin sombra
alguna los caminos—. Acaso todo sea igual
que siempre. Y sin embargo cambia: lo que puedo
decir, lo que no puedo. Ahora me levanta
lo que declina —la desnudez está madura—. La raíz
busca el sueño. Me alegra, me yergue, me va
tomando, en crecida. Las tardes altas, dejarlas
fermentar. Porque no son de nadie. Ni tampoco la hoja
es el árbol, ni hace octubre. Cuando puedo decir
del musgo y las ciudades. Es suficiente: lo demás
es barbecho. Qué alto por el árbol que me piensa
y qué puro y qué frágil este otoño que busca
el sueño, su evidencia. Y era el otoño sin consuelo
cuando la luna huera barruntaba que iba
a cambiar el astro. Era el otoño. Se fue.

Wurzlen-

QUE TODO ES REGALADO, ACUÉRDATE

Que todo es regalado, acuérdate,
que en mucho has de tener, más allá
de ti, cualquier amor, cualquier indicio
de amistad, de misterio compartido.
Vivimos de milagro y eso es suficiente.
Es cierta la belleza aunque lacere,
sobrecoja, remanse y niegue el tiempo.
Que es de admirar por junto, de parte
a parte, lo pasado y lo por venir,
de plenitud en plenitud. Si bien
una sola constancia bastaría. Una sola.
Que de tanto contento no se te acaben
estos días si deja de alumbrar el sol,
que dejará. Actúa como si no lo supieses
y, ante lo inevitable, como fuere razón.

Todo poema acota un espacio

y lo funda, baliza un territorio. Aquí
la altura es páramo
y remanso -los hombres callan- pero
el agua baja de los montes y su voz
desnudándose al aire me traspasa. Muchos
aquí se van y pocos
vuelven, los que se quedan vagan
como espectros rulfianos pero
su corazón sin catastrar ignora
la prisa y los registros. Aquí
los frutos son de otoño y cuando
llegan, porque las casas dan
al invierno y la flor se desploma
en ruina al pasmo de las noches
en pueblos sin escuela ni tabernas. Pero
todavía en algunos
es virtud la templanza y no se pierde
el hombre por el lucro o la apariencia. Estos
son los dominios del silencio. El tiempo
aquí se para. Y me traduce.
– MOJONERA –

Buscaba el modo de atisbar el silencio

más alto. Olía todo el monte a flor
de bizcoba en la tarde que conoce
sólo un confín y en cambio ensancha
los límites. Trataba de buscar el desaliento
donde expresa lo oscuro sus motivos
sin miedo a las respuestas. Contra
todas las formas de mirada fósil
resistía, cruzado por los pájaros, donde
hubiera demora, erosión
y fermento. Por qué lentas veredas
apartado de todos, y de todo, donde
la libertad estuvo,
y la memoria, iba al encuentro
del ojo que desnuda y nos ahonda.
AJUSTE –

Con cerca de setenta años y una hernia

discal que nunca se operó mi madre
está cavando el huerto. La recuerdo
siempre así, sin parar, desviviéndose
por nosotros, sus manos de penuria inquietud
día y noche, la abnegación echada al hombro hasta
dejarlo todo aviado y acabar molida: frota
que te frota ordeñando, acarreando, frota
que te frota barriendo, fregando, vareando
en la era la lana de los colchones, haciendo aulagas
para prender la lumbre y caldear la casa… Siempre
así, sudando como una descosida, sin dar abasto
y pese a todo -igual que el resto de las esclavas
de posguerra- no tiene derecho
a pensión. Cuando puede ver el parte se hace
cruces de lo bien que hablan los políticos.
ESTADO DEL BIENESTAR –

Los girasoles son contorsionistas

a piñón fijo, su mirada preludia
la salida del sol y en él se embeben.
Son extraños aquí, parece
que sintieran pudor de su origen,
trasplantada su mala conciencia desde
las subvenciones de Bruselas. Suelen,
por eso, frecuentar testarales, redimirse
pedregosos de cerro en cerro. Aun con
todo, cautiva su belleza -porque además
no requieren abono y apenas necesitan
agua para criarse, les bastan
unos pocos chaspazos a tiempo-. Pero
es efímero su fulgor amarillo,
doblados bajo el peso del aceite
agachan pronto la cabeza, ennegrecen
hasta fundirse en el terreno. También
en esto son como nosotros. Si hay agua a mano,
en su vejez de octubre los aturden bandadas
de pardales atiborrándose de pipas. Su simiente
es tenaz, mas baldía; resisten en invierno
el gradeo y la sementera, pero, al crecer, les va
robando el cereal la mirada nutricia
del sol. También en esto nos delatan.
– DE LO EXTRAÑO Y LO PROPIO –

Al fondo de las cárcavas el matorral

se espesa, corren ríos invisibles. El agua es
la memoria y mis ojos vagan lejos. Nada
existe que no sea abandono pues alguien
se encargó de borrar las trochas de las recuas, el aliento
final de quienes se negaron
a vender y murieron solos. Nadie
los enterró. Después de saquear las casas
cercaron con alambre la ignominia, se llevaron
las tejas y las losas, y los indicadores
de los pueblos. Por último fundieron
las campanas, robaron. Robaron.
El agua es la memoria y mis ojos
vagan lejos. Quebradas, rañas, torrenteras,
la corriente invisible en la maleza donde
la soledad se llama espino. Entre las ruinas
-silencio y medias hoces, fragmentos
desteñidos de cartas, óxido de herraduras-

se escucha todavía la voz de los arrieros
trabada en las mujeres. Los ojos vagan
lejos. Son las iglesias cuadras, broza
los cementerios, pena. El agua es
la memoria. Por todas partes suelas
de abarcas, zarzas, zarzas y más ortigas, zarzas
y únicamente zarzas.
– BUIMANCO –

Del libro Tierras altas, Editorial Hiperión, año 2006.

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Donaciano Bueno Diez
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Amigo, el sol ya no es lo que…
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