CUANDO EL TIEMPO SE PASA (Mi poema)
Nilton Santiago (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo
 

Cuando el tiempo se pasa y tú no quieres
ya ni abrir las ventanas ni balcones,
que la puerta se cierra a sinrazones
pues que insiste acabaron los placeres,
al igual que no hay más celebraciones.

Cuando ves que al llamarle no hace caso,
que tu grito se pierde en el vacío,
y presientes que fuera es que hace frío
y es que dudas que exista hasta el parnaso
metido hasta las trancas en un lío.

Cuando sientes que el cuerpo se resiste
a seguir con el ritmo que le marca,
pues se encuentra sin vela ya tu barca
dando tumbos jugando así al despiste
y la vida no es mar que es una charca.

Dile al tiempo que siga con su moda,
que encantado de haberle conocido,
que disfrute en la gula con la poda
y al que toque que sufra y que se joda
pues la culpa la tiene haber nacido.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDO: <strong>Nilton Santiago</strong>

Nilton Santiago

Monólogo de las estrellas del circo

El viejo poeta clown
se ha puesto una vez más la nariz rojo cereza
para salir al escenario.
Poco antes, mientras se miraba al espejo y se dibujaba una sonrisa escarlata,
ha pensado en la forma en la que se sacaría de debajo del sombrero
el gorrioncillo con gafas que se llevará su corazón para siempre
y todo para que el público estalle en risas
después de verlo caer fulminado por un rayo de luz.

Y si la vida al fin y al cabo consiste en eso
o, por ejemplo, en acercarse a la ventana para ver si llueve
y ver caer violentamente una gota de lluvia sobre el lomo de una hormiga,
cualquier intento de sonreír de nuestro amigo el clown
únicamente lo llevará a aquella mañana
en la que vio a su abuelo meter un baobab
en el maletero de su Chevrolet Malibu del 64
mientras se sacaba tres gramos de besos de la cartera.

Ahora sé que nuestro amigo clown no volverá a hacernos reír
hasta que le aplaudamos con las orejas
y no sé qué diablos pensar.

Quizás lo mejor sería dejar huir al gorrioncillo con nuestro corazón.
Felizmente,
todo termina por ocupar su lugar:
el viejo Chevrolet Malibu del 64 llora ahora en el desguace,
tu mejor amigo, del que tanto te burlaste cuando erais niños,
se pasea con un brillante golden retriever de la mano de su novia de calendario
y tu abuelo, el viejo sindicalista,
es el viento que mueve la hierba donde algún día tú también dormirás
para siempre.
Y claro, ahora también entiendo por qué la hormiga de la que hablábamos antes
toma conciencia de que es una hormiga
cuando muere ahogada por la gota de lluvia.

Pero de pronto,
el drama de la hormiga y el tuyo propio son cosas de niños
cuando piensas en los ramos de besos
que Al y Jeanie Tomaini se dieron por última vez.
Él era un gigante bonachón de 2.55 metros
(la secreción hormonal de su hipófisis le impedía un crecimiento normal)
y ella, Jeanie, una pequeña que nació sin piernas y que se dedicó durante años al circo,
pero aun así, y porque quizás la vida es un pañuelo lleno de instantes,
terminaron casándose.

Y si esto es al fin y al cabo la vida, es decir,
ponerse la nariz rojo cereza cada mañana,
buscarte entre las entrañas del viejo Chevrolet Malibu,
creo que lo entiendo todo
ahora mismo que miro por la ventana para ver si llueve:
soy yo la hormiga,
soy yo la gota de agua que le aplasta el corazón.

SOBRE EL FALSO ETIQUETADO DE MERLUZA PROCEDENTE DE ÁFRICA 10 (QUE SE VENDE COMO EUROPEA O AMERICANA)

Ahora lo sabes,
también los peces tienen que pasar las fronteras,
llorar todas sus afonías,
pedirle impuestos a la luna llena que cada noche se disuelve en sus lágrimas
cuando se ha roto “la cadena de frío” en sus maltrechos corazones marinos.
Pero así es la soledad en el agua cuando se sabe de antemano
que compartirás el envase (con otro solitario) en algún frigorífico,
así son los falsos pasaportes
para los que no saben llorar bajo el agua
y terminan en los supermercados con la carne limpia y sin escamas,
lista para meter al horno.

CUANDO LOS PERROS SON LOS ÚNICOS QUE CONOCEN EL CAMINO A CASA

Como el viento que arrastra a las hormigas fuera del camino
así arrastran las mañanas la imagen del último vagón del tren.

Los oficinistas y las amas de casa
abren las cortinas de su corazón
mientras los perros se borran del paisaje,
como si fuesen a habitar un reloj de arena.

El reloj de arena o su imagen en este poema
arroja sus manecillas contra las nubes.

Una nube en este poema es una jaula llena de pájaros
y el pájaro no es un animal alado lleno de plumas,
sino que en este poema es un animal que llueve,
es tan solo una moneda líquida con la que un ángel
acaba de pagar una noche de hotel.

Este poema yace en el fondo del corazón de un ama de casa
que acaba de perder para siempre el contenido de sus lágrimas
y tú y yo somos la miel que entra en los avisperos
y también el contenido de una lágrima,
la mano que suelta a la mano para coger la estrella
y caer

al vacío.

El vacío lo contiene todo.

El vacío es el pañuelo que seca las lágrimas de las mariposas
cuando se miran al espejo y comprueban dos hipótesis:
a) que si se miran al espejo aún pueden ver que tienen la mirada de una oruga y
b) que no existe una imagen concreta del pasado.

El pasado va cambiando en la medida que el futuro se reduce a cenizas
hasta convertirse en un haz de luz.

Y de pronto tú y yo vemos aproximarse al tren
por la esquina de esta página en blanco.

El chofer del tren ve que nos acercamos
como si fuésemos nosotros quienes somos cuando estamos juntos
y junio y las bicicletas y este martes
fueran en realidad quienes dicen ser.

Pero el tren ni siquiera es un tren porque en este poema solo existen palabras.

Y esta cama que veo vacía
es simplemente una palabra dando botes fuera de este poema
hasta perderse en la esquina de mi habitación.

El cuerpo del ángel es el mismo que el de la hormiga filosófica
en el preciso momento que el viento nos arrastra fuera del camino.

Los perros son los únicos que ahora han quedado en el paisaje
porque a pesar de que se han borrado para habitar un reloj de arena
yo soy el único que jamás he existido en este poema.

EL VACÍO COMO LENGUAJE, OTRA RECETA DE LA ABUELA DE ANDREA

La piel es un invento de la necesidad de tocarnos
—dices, mientras pones la mesa para la cena de esta noche
cuando aún es la hora del desayuno.
Estamos en la casa de Andrea,
una especie de lágrima de azúcar del tamaño del mar.
Andrea tiene el corazón lleno de sardinas,
como lo tenía su abuela cuando era niña
y creía que la luna era un vertedero de lágrimas.
Andrea dice que en su patria las sardinas vuelan sobre las nubes
confundidos entre hipocampos y mantarrayas.
Nadie sabe por qué.
Sólo se sabe que los más pobres entre los pobres
los pescan poniendo inmensas redes entre los árboles.

Andrea continúa:
en su pueblo no sólo hay centauros en las guarderías
(que lloran cuando ven el telediario)
refugiados sirios arrojados al mar,
refugiados libaneses cayendo en paracaídas sobre las bibliotecas,
sino también que hay gente que cree
que la soledad es lo único que nos hace parecidos a las estrellas.

Andrea ha cocinado unos espaguetis frutti di mare.
La receta es de su abuela,
una vieja de casi doscientos años que ha vivido dos guerras
ha perdido tres maridos y ha sepultado a todos sus hijos bajo un cerezo.
Yo no he dicho una palabra.
El silencio se expande sobre la mesa
como las mantarrayas entre las nubes,
como el corazón de los refugiados en una morgue de hipocampos.

¿No es cierto acaso que quién conoce su corazón está enfermo?

Me dice ahora Andrea, mientras recoge los platos.
No tengo ni idea, la verdad —le respondo—,
mientras le señalo la iguana que se esconde en mi corazón.

La única verdad es la nada,
la nada es el esqueleto de Dios
—dice Andrea,
mientras chupa una valva vacía de mejillón.

ANÁLISIS SOBRE EL FRACASO DE UN POEMA (Y DEL LENGUAJE) PARA DESCRIBIR LA LUNA LLENA

Un hecho poético abandona una farmacia
donde una pobre vieja ha concertado una cita con este poema.
No soy yo el que ve a la vieja sujetarse de la lluvia para sentarse
sino un pelícano.
El pelícano es un ser del aire.
Eso lo sabemos porque el aire cruza los campos de girasoles.
Porque 15.000 litros de aire entran en los pulmones de un gorila al día.
Entonces tomamos conciencia de que existe el aire
porque sabemos que los gorilas existen.

En la farmacia, a la vieja le recomiendan cuidarse la glucosa.
El hecho poético se pone las gafas de leer
y deja al pelícano y a la vieja hablando de sus males.

Todo se puede solucionar con paracetamol.

El hecho poético baja a la estación del metro.
Entra sin pagar, como es lógico.
Un vagabundo le pide dinero.
“Pero el dinero solo sirve para hacernos más pobres”
—le dice el hecho poético.
Igualmente deja caer una moneda como una yema caliente.
El vagabundo la guarda en una de las grietas de su corazón.

Dos muchachas
hablan con una libélula que creo que soy yo.
¿Soy yo o mi representación? ¿qué coño es ser yo?
Las dos chicas ríen porque les he dibujado un mapa en la mano.
Buscan un sitio donde “comprar”.
Debo tener cara de “camello” latinoamericano.
Mientras espero el tren no puedo dejar de ver el puto móvil.
Como todos los hijos de puta
que vamos a trabajar vestidos como soldaditos de plomo.
No sabemos ni usar un matamoscas y creemos que hacemos
lo suficiente para ganarnos los frejoles.
El metro está lleno de negros vendiendo bolsos falsificados.
Los miro. También un policía que escupe sobre las vías.
Este día no ha existido.
Ni la farmacia, ni el vagabundo, ni las dos chicas libélula.

El hecho poético vuelve a casa, resignado,
vestido como yo:
un puto soldadito de plomo.

Otra noche se irá a la cama sin escribir un poema.

EL ESTUDIO DE LA MATERIA DEL AGUA VS. EL ESTUDIO DE LA MATERIA DEL LENGUAJE

Para designar la palabra mar
primero
hay que saber qué es la lluvia para un caballo.
Segundo
hay que ponerle una escafandra al caballo
no, mejor hay que sacar el caballo del agua.
Para ello sólo tienes que ir a buscarlo al diccionario
en la palabra mar
allí lo encontrarás solitario y lleno de escamas
y verás que ha crecido
hasta alcanzar el tamaño de un pez
y que el significado de caballo
está irremediablemente contenido en la palabra mar.

Mi abuela tiene un puesto de comida en el mercado de Casma, donde los pobres van a comer a cambio de nada

Son las seis de la mañana en los relojes de todas las cigüeñas
y mi abuela acaba de llegar a la ciudad de Casma con un niño,
que es mi padre, envuelto en una manta lliclla llena de mariposas.

Ha tenido que abandonar el fondo del mar
huyendo de los abusos de uno que cree que el amor
significa atar a la pata de la cama a un ángel
y darle de comer comida para peces.

Mi abuela, fuerte como una lágrima a punto de romperse,
ha juntado todas sus baratijas
y ha decidido poner un puesto de comida en la ciudad de Casma.

Mientras cocina, mi abuela cuida que el viento
no llegue tarde a su cita con los pájaros
para que los pájaros acudan puntuales a despertar a mi padre,
quien pasa las madrugadas haciendo largas colas
para comprar la carne más barata entre las carnes.

Mi padre es un niño tan alto como una puesta de sol
pero aun así tiene el oficio de recoger la lluvia
para que mi abuela tenga agua suficiente para fregar sus ollas.

El puesto de comida de mi abuela
estaba lleno de las sonrisas de mi padre
y también las de los perros que solían dormir bajo los taburetes,
donde se sentaban sus clientes con la barriga llena de estrellas.

En mi país, los perros callejeros duermen donde pueden
y sueñan que cruzan nadando las lágrimas de Dios.

A la hora del desayuno,
mi abuela empezaba por borrarles los lunares a sus clientes con quitamanchas
porque sabía que las estrellas tenían que volver al cielo
después de haber abrigado la piel de los más pobres.
Entonces,
los pobres de Casma se sacaban una moneda
debajo del corazón para pagarle el desayuno,
pero mi abuela, alta como una puesta de sol,
solía sonreírles y servirles en cambio otra caricia recién horneada.

Los pobres en Casma entonces pagaban con sus lágrimas
la comida que mi abuela les ofrecía
sin recibir nada a cambio,
esto lo sé, porque sé que mi padre transportaba el agua de la lluvia
para que mi abuela tuviese agua suficiente para fregar las ollas.

Aún hoy, los pobres en Casma tienen perros pobres,
y aun hoy todos en Casma saben que los perros pobres
también venían a saludar a mi abuela llevándole un hueso
o un milagro en el hocico,
como si le trajeran el periódico.
Ella los recibía mientras desayunaba con mi padre sobre sus piernas
y compartía con ellos las sobras de las comidas.

Un día de otoño mi abuela se metió a mi padre al bolsillo
y partió a la ciudad de Lima para vender comida en las puertas de otro mercado
y nunca más se la vio por Casma.

Aún hoy, si miro bien detrás de la lluvia,
veo que mi padre es un niño que corre detrás de una pelota de terciopelo
que también es el corazón de mi abuela.

Entonces me doy cuenta de que los pobres de Casma
aún esperan que mi abuela despierte debajo del árbol donde ahora duerme
y que los hijos de los hijos de los perros pobres
aun yacen debajo de los viejos taburetes
donde se sentaban sus clientes con la barriga llena de estrellas.

Ahora sé,
después de tirar a la basura otro yogurt caducado (y media nevera)
que en los relojes de todas las cigüeñas
es la hora de la cena de los pobres de Casma.

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Donaciano Bueno Diez

Donaciano Bueno Diez

Editor: hombre de mente curiosa, inquieta, creativa, sagaz y soñadora, amante de la poesía.

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