BALADA
El gavilán que suelta en el aire la paloma
y gana las alturas con el estómago vacío;
el barquero que tira por la borda el cargamento
y recobra su línea de flotación;
el bandido que arroja la bolsa en su carrera
y se salva por piernas de la fortuna o de la horca;
el primitivo aeronauta que corta para siempre las amarras de su globo
y saluda y se despide desde la canastilla
agitando su sombrero de copa sobre la muchedumbre pedestre.
Todos me dicen:
mira tu paloma.
Ya puedes ser del chivo, del puerco, del caimán y del caballo.
El que abriéndose las venas en la tina del baño
dio por fin rienda suelta a sus rencores;
el que cambió de opinión en la mañana llena de estupor
y en vez de afeitarse hundió la navaja al pie de la jabonadura
(afuera, en el comedor,
le esperaba el desayuno envenenado por la rutina de todos los días);
los que de un modo o de otro se mataron de amor o de rabia,
o los que se fueron por el ábrete sésamo de la locura,
me están mirando
y me dicen con la sonrisa extraviada:
mira tu paloma.
Ya puedes ser del chivo, del puerco, del caimán y del caballo.
Mírala desde el vértice del amor propio,
girando en barrena, dándolo todo al diablo,
descendiendo con pocas alas y con mucho bodrio.
Mírala cumpliendo con la intima ley de su gravedad,
cayendo en la piara, enganchándose en los cuernos,
entrando por el hocico empedrado de colmillos,
yaciendo en los lomos calientes y desnudos.
Desplumada ya por las pinches,
espetada en el asador del cocinero indecente;
trufada de anécdotas para el regocijo de los bergantes
y el usufructo de los follones.
Ya puedes ser del chivo, del puerco, del caimán y del caballo.
GRAVITACIÓN
Los abismos atraen.
Yo vivo en la orilla de tu alma.
Inclinado hacia ti,
sondeo tus pensamientos,
indago el germen de tus actos.
Vagos deseos se remueven en el fondo,
confusos y ondulantes en su lecho de reptiles.
¿De qué se nutre mi contemplación voraz?
Veo el abismo
y tú yaces en lo profundo de ti misma.
Ninguna revelación.
Nada que se parezca al brusco despertar de la conciencia.
Nada sino el ojo implacable que me devuelve mi descubierta mirada.
Narciso repulsivo, me contemplo el alma en el fondo de un pozo.
A veces, el vértigo desvía los ojos de ti.
Pero siempre vuelvo a escrutar en la sima.
Otros, felices, miran un momento tu alma
y se van.
Yo sigo a la orilla, ensimismado.
Muchos seres se despeñan a lo lejos.
Sus restos yacen borrosos,
disueltos en la satisfacción.
Atraído por el abismo,
vivo la melancólica certeza
de que no voy a caer nunca.