SOLO UN HOMBRE QUE NO ES POCO [Mi poema]
Christian Peña [Poeta sugerido]

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MI POEMA… de medio pelo

 

¡Qué rápido fue! Nació, creció, murió.
Vivió sin conocer por qué vivía
asido a los poemas que escribía
cual ficha que se aferra al dominó
o espíritu penando en sacristía.

Y aunque ruido quiso hacer, olvidarán
a ese tipo el que tanto discutía
a sabiendas que a nadie convencía
siempre ausente y atento a el qué dirán
cuidando a la razón que era su guía.

Nadie debe asombrar que su osadía
no tenga quien la alabe, quien la nombre,
ni encuentre el que a su lar vaya y le nombre
ni siquiera quien fuera, sombra impía,
de quien luchó por ser sólo eso, un hombre.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDO:  Christian Peña

COLUMPIO

Para Pablo Molinet

Una cuerda amarrada, bien sujeta
al árbol más cercano de mi infancia.

Hoy he vuelto al vaivén donde pasé las tardes
mientras el viento golpeaba mi risa.

Hoy tomo la cuerda, hago un fuerte nudo
y lo ciño a mi cuello. Pero ya es demasiado tarde.
Ya no logro balancearme. Ya estoy grande para juegos.
Ya mis pies tocan el piso.

JOHNNIE WALKER

A punto de llevarme el vaso a los labios,
recuerdo que la noche antes de su muerte,
mi abuelo, que era escocés,
me enseñó que el secreto consiste
en dejar que los hielos se derritan
unos cinco minutos
antes de dar el primer trago;
“sólo después de ese tiempo
podrás probar un whisky puro”, me dijo.

Al día siguiente lo mató su vecino
clavándole un arnés de carnicero.

MARLBORO

“El cáncer de pulmón es mortal”, dice la cajetilla.
El cáncer vende: mi padre fuma como chimenea.
Lo quiero, pero no quiero ser como mi padre:
tan sedentario y tan feliz.
Y no quiero que mi padre muera.

Mi padre nunca me donará su sangre,
mucho menos,
por mucho amor que haya, un pulmón.

Nuestros pulmones valen igual a nada;
ambos tenemos humo, el suyo es doméstico
como el de una chimenea.

Yo soy una fogata de neumáticos.

Lo quiero, pero no quiero ser como mi padre;
a mí la promesa del cáncer me da paz:
sólo con la garganta hecha trizas
puedo hablar como hombre.

Lo quiero, pero no puedo ser como él.
Él fuma como chimenea, sedentario y feliz;
yo fumo como locomotora.

AUTORRETRATO

No tengo el pudor necesario para guardar silencio.
Mis ojos son verdes como la hierba que crece en las banquetas.
Nací un día de lluvia. Alguna vez un hombre confío en mí y fue en vano.
Casi no abrazo a mi padre, pero la primera vez que hice el amor
llevaba sus zapatos puestos. No sé nadar pero conozco la muerte.
No pude estudiar química. No me enseñaron a trabajar sin quejarme.
Me gusta el ron. Tengo una úlcera del tamaño de mi boca.
He entonado la primavera en la voz de los muertos.
No he visto el atardecer en Punta del Este,
pero me enamoró la luz en los ojos de Gabriela.
Fui un hijo íntimamente deseado aunque mis padres no me planearan.
Adoro el mar y sus olas que me rompen los labios.
En mis sueños tengo siempre una mejor vida. Me dan miedo los pájaros.
Sé leer la hora en los ojos del gato. Puedo llorar por casi todo.
No tengo hijos, pero sé lo que es perder a uno.
Un día, no muy lejano, espero dar un grito que incendie a los hombres
y apague al sol, porque amo desinteresadamente.
Y sobre todo, voy a la poesía como quien va a la iglesia y me inclino
ante estos dolorosos papeles que no atienden plegarias.

EL SÍNDROME DE TOURETTE

El síndrome de Tourette se caracteriza por un exceso de energía nerviosa y una gran abundancia y profusión de ideas y movimientos extraños: tics, espasmos, poses peculiares, muecas, ruidos, maldiciones, imitaciones involuntarias y compulsiones de todo género. El paciente de síndrome de Tourette constituye (tanto clínica como patológicamente) una especie de “eslabón perdido” entre el cuerpo y la mente.
Oliver Sacks

Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.
César Vallejo

En el principio fue el verbo
y luego nadie supo qué decir.
O quizá todos dijeron tanto que era imposible entender,
prestar oído a la voz ajena.
Alguien dijo: Mi virtud es errar.
Otro dijo: La coz del caballo me destrozó el pecho y vació mi corazón.
Uno más, envuelto en una fiebre oscura,
hincado ante el retrato de algún santo,
juró que rasgaría el cielo con un aullido
igual o parecido al de un lobo de monte.
Alguien fue cacofónico.
Alguien amenazó de muerte a su esposa.
Alguien lloró.
Yo estuve en el principio, por lo que he escuchado.
Yo dije: Nada es relevante.
Luego me contradije: Todo tiene un valor.
Luego mentí y quise contárselo a los otros.
Luego me arrepentí.
Alguno más dijo tres veces: Lengua, lengua, lengua.
Luego, alguien le dijo que estaba enfermo.
Otro preguntó: ¿Acaso no estamos enfermos todos?
A mí me gusta oler las manos de la gente, a él le gusta comer moscas,
ése prefiere limpiarse las orejas hasta encontrar la sangre;
a ese otro le encantan las puertas giratorias,
aquél no deja de encoger los hombros.
¿Acaso no es eso estar enfermo?

Lengua larga. Lengua, otra lengua.

Por qué todo se repite.
En el principio fue el verbo
y luego nadie supo qué decir.
Por lo que sé, yo estuve en ese principio, pero quizás estuve en otro.
En ese principio alguien dijo: Hay quienes piensan que soy un farsante, que mi enfermedad no existe; que me encuentro cómodo gritando obscenidades a los cuatro vientos. Hay quienes piensan que sólo hablo el lenguaje de cantina y que no es cierto que la coprolalia sea un síntoma del síndrome de Tourette.
Otro dijo: Todos tenemos Tourette.
Vallejo estuvo ahí y dijo: Yo nací un día que Dios estuvo enfermo.
Vallejo dijo: Golpes como del odio de Dios.
Vallejo dijo: El suicidio monótono de Dios.
Yo lo sé, porque estuve en ese principio.

Lengua, lengua, otra lengua.

Desde hace días tengo ganas de gritarle a alguien: Malnacido.
Un malnacido dijo en ese principio en el que estuve,
y que no recuerdo ya si ocurrió de noche o al amanecer,
que su ingle olía al sudor del mundo;
que su mujer era la mejor amante del mundo;
que su dolor era humano y de este mundo;
que él había creído en el mundo hasta que cayó enfermo.
Otro más dijo: A mí me duele el mundo, pero no me quejo.
Otro lo interrumpió y dijo: Yo nací mal: mi cuerpo se puso en mi contra desde el principio. Dentro de mí hay más de un centro, una cadena de mundos que chocan entre sí. Digo cosas que no pienso. Me muevo sin querer. Nací mal, seguramente un día que Dios estuvo enfermo. Yo fui el dolor de cabeza del mundo, el malestar de Dios. Yo soy el accidente.

Puterías. Muerdealmohadas. Soplanucas.

Alguien dijo ese día:
Qué vergüenza escribir malas palabras en un poema;
y más aún en un poema aislado,
un poema como una isla donde el lector no entiende lo que pasa
y sólo desespera e intenta en vano atravesar el mar.
Muchos le dijeron a ese alguien que estaba equivocado.
Otro le dijo que lo que había dicho era cacofónico, que rimaba.
Tal vez alguno estuvo de acuerdo. Yo no.
Yo estaba ocupado, diciendo: Nada es relevante.
Alguien, uno del que ya hablé,
ese día o noche del principio del que hablo, dijo: Lo que yo tengo fue descrito por Georges Gilles de la Tourette, un neurólogo amigo de Freud. Lo que yo tengo, según Tourette, se caracteriza por tics compulsivos, repetición de las palabras o los actos de los demás (ecolalia y ecopraxia), y por pronunciar de una manera involuntaria o compulsiva maldiciones u obscenidades.

Lengua larga. Lengua, otra lengua.
Tengo un conejo gris que baño en leche.

Por qué todo se repite.
Ese día, o noche, del que aún no puedo contar todo,
yo dije: Todo tiene un valor.
Hubo alguien más que dijo:
Mi mujer tiene las piernas más duras de toda la ciudad;
sus pezones se erizan si acaricio su pelo o si escucha,
de pronto, un silbato en la oscuridad;
sus ojos negros muestran la pasión de un perro atropellado.
Alguien le contestó: Eso que dices me hace ruido: oscuridad y ciudad riman.
Otro dijo: Yo tengo un amigo al que le gusta perseguir ambulancias en su auto.
Hubo otro que escupió su rostro en el espejo.
Otro se mordió la lengua.
Otro gritó el nombre de su esposa.
Otro más, cansado de escuchar a todos, se encogió de hombros.
Vallejo dijo: El traje que vestí mañana no lo ha lavado mi lavandera.

Otra, otra, otra lengua.
¡Cuidado con el perro!

No sé si fue ese día, o noche,
cuando le lancé un guiño a la muerte, y otro, y otro.
Pero la muerte no quiso coquetear conmigo
y le grité hasta que los labios me dolieron y fue en vano.
La muerte sólo vino por los otros, yo conocí a alguno,
que sí murieron y ahora me llevan ventaja.
Uno de ellos, antes de morir, dijo:
La muerte es una señorita de escote pronunciado.
La muerte cobra por hora y no da besos en la boca.
La muerte es blanca; tiene la piel de gallina,
y cuando no está matando a alguien,
se mira en el espejo y se arranca las canas y los pelos de la nariz.
Otro, señalando al cielo, dijo: Al amanecer el sol hará polvo las tumbas.
Otro más, dijo: En una urna de mármol tendrá lugar el desierto de mi piel y huesos.
Vallejo dijo: ¡Hoy he muerto qué poco en esta tarde!
Vallejo dijo: No temamos. La muerte es así.
Yo escuché lo que dijeron, aunque estaba ocupado diciendo:
Sé de memoria la fecha de mi muerte. Nada es relevante.
Alguien más, inmerso en su discurso, dijo: Hay quienes piensan que hay algo primitivo en mí, que el síndrome de Tourette libera lo que habita en lo más hondo de mi inconsciente. Pero lo que yo tengo es un trastorno neurobiológico de tipo hiperfisiológico; una excitación subcortical y un estímulo espontáneo de muchos centros filogenéticamente primitivos del cerebro.

Ramera, golfa, zorra, perra, puta.
Quiero tomar agua de alfalfa a medianoche.

Por qué en el principio fue el verbo,
por qué si nadie sabía qué decir.
Por qué nada es relevante.
Por qué alguien dijo que estaba a punto de rendirse.
Por qué otro aulló.
Por qué otro apuntó con un arma a su esposa.
Por qué otro encogió sus hombros.
Por qué otro insistió y dijo: Mi virtud es errar.
Por qué Vallejo dijo: Tengo fe en ser fuerte.
Por qué alguien más repitió: Todos tenemos Tourette.
Por qué alguien dijo: A veces lanzo cosas que terminan por romperse en la pared; otras, relaciono extrañamente a un perro con mi madre. Mi atención y mi oído son llamados por lo raro, lo inusual. Hay momentos en que comienzo a escribir obsesivamente, ¿por qué?, ¿acaso escribir es sólo un padecimiento?, ¿la escritura es una consecuencia de la enfermedad? No lo sé. La enfermedad podría ser, en todo caso, un síntoma de la escritura. ¿Escribir es un acto involuntario, un reflejo crónico? Lo ignoro.
Por qué alguien comenzó a aullar después de lo que se dijo.
Por qué todos nos creímos enfermos en ese momento,
en ese principio del que hablo.

Quiero comprar una dentadura postiza.
Quiero otra lengua, una larga.

Por qué el principio fue contradicción.
En ese principio era de día
porque los árboles tendían sus sombras al descanso,
las aves recogían migajas de la mano abierta de las banquetas
y una anciana llevaba lentes de sol.
Era noche, quiero decir, por qué todo es contradictorio.
Era de noche en ese principio porque mi corazón estaba oscuro
y los ciegos atenuaban su tiniebla,
pasaban desapercibidos entre la oscuridad de los otros,
y alguien quiso encender la luz, prender una vela,
y todos corrimos confundidos y alertas
y nadie supo qué hacer ni qué decir.
Por qué todo inicia con el caos.
Por qué la luz necesita la sombra.
Por qué no logro recordar si ese día era noche.
Por qué alguien preguntó si escribir es un acto involuntario.
Por qué dije: Escribir no es relevante, nada es relevante.
Por qué otro dijo: Lo que yo escriba quedará impreso en la noche
como una prueba de que siempre estuve solo.
Mi amor renacerá en cada palabra,
alguien escuchará ese canto afilado a la luz de una lámpara;
alguien dirá que era hermoso como el nacimiento de un leopardo;
otros dirán que era en verdad horrible
como una mujer amarilla de hepatitis;
otros dirán que nunca lo escucharon;
y alguien más, alguno, acaso, dará la vida por él.
Por qué los aullidos de alguien rasgaron el cielo
e interrumpieron intempestivamente lo que se decía.
Por qué Vallejo dijo: ¡Y si después de tantas palabras, no sobrevive la palabra!,
por qué dijo: Esperaos. Ya os voy a narrar todo,
por qué dijo: ¡hay ganas de quedarse plantado en este verso!
Por qué quiero otra lengua.
Por qué el mismo del que hablé hace un momento, dijo: Lo que yo tengo puede ser utilizado creativamente. Cuando los tourétticos nos exponemos a la música o a una actividad rítmica, puede producirse una transición instantánea de los tics descoordinados y convulsos a la capacidad de moverse de manera perfectamente orquestada. Lo que yo tengo puede darme paz a ratos. Lo que yo tengo puede olvidarse, pero no sanar.

Quiero otra lengua.
Quiero correr hasta borrar mi sombra.

En ese principio en que fue el verbo, alguien dijo: A veces, me imaginoencerrado en un cuarto, con otros como yo: somos un griterío de personas a un mismo tiempo; una persona que lanza diferentes gritos. Comenzamos a hablar sin ningún orden, a emitir sonidos extraños, a articular una lengua ininteligible, a tratar de decir lo que no puede decirse; a repetirnos, una y otra vez lo que no puede decirse; a atropellar lo que no alcanza a decirse; a dar la vida por oír lo que no puede decirse.
Por qué alguien le gritó a ese hombre: Malnacido.
Por qué alguien insistía en matar a su esposa.
Por qué alguien encogió sus hombros.
Por qué Vallejo dijo: ¡Y si después de tantas palabras, no sobrevive la palabra!
Por qué otro dijo: Se trataba de reunirlo todo en una sola voz,
de conjugar un verbo en un tiempo estático;
de hablar otra lengua, una larga, una estática;
de formular entre el ruido una voz para todos.
Se trataba de tejer una red de lenguaje,
una red donde la palabra estuviera al alcance de la sed de todos,
de tener por siempre un verbo en la punta de la lengua.
Se trataba de tener qué decir,
de tener qué contar en el filo de un grito,
se trataba de un enjambre de gritos, de gritar al unísono.
Se trataba, más que de una cascada, de un despeñadero de sonidos.
Y luego ese alguien se detuvo.
Por qué, por qué demonios se calló.
Por qué demonios el aullido de alguien interrumpió lo que decía.
Y yo por qué demonios dije: Nada es relevante. Sé de memoria la fecha de mi muerte.
Por qué empecé diciendo: En el principio.
Si no sé en qué principio era, ni de qué hablaba.

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José Angel Buesa

Hombre

Luchando, cuerpo a cuerpo, con la muerte,
al borde del abismo, estoy clamando
a Dios. Y su silencio, retumbando,
ahoga mi voz en el vacío inerte.

Oh Dios. Si he de morir, quiero tenerte
despierto. Y, noche a noche, no sé cuándo
oirás mi voz. Oh Dios. Estoy hablando
solo. Arañando sombras para verte.

Alzo la mano, y tú me la cercenas.
Abro los ojos: me los sajas vivos.
Sed tengo, y sal se vuelven tus arenas.

Esto es ser hombre: horror a manos llenas.
Ser —y no ser— eternos, fugitivos.
¡Ángel con grandes alas de cadenas!

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Donaciano Bueno Diez

Donaciano Bueno Diez

Editor: hombre de mente curiosa, inquieta, creativa, sagaz y soñadora, amante de la poesía.

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