LUCES DE NAVIDAD (Mi poema)
Aurora Estrada y Ayala de Ramírez Pérez (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo

 

Luces de Navidad, cosmopolitas.
De andamios empinadas por la calle,
silbando cuando cruzan las mocitas
rimando la belleza de su talle.

Luces de la ciudad, luminiscentes,
jugando al escondite con la luna,
graciosas, pizpiretas cual ninguna,
despertáis la alegría de las gentes.

Luces de Navidad, tan descocadas
bailando cuando el aire se aproxima,
revoltosas, mintiendo descaradas,
mirando a los humanos por encima.

Rendido a vuestros pies hoy os bendigo,
antaño de neón o fluorescentes,
modernas de leed, grandilocuentes
de lo que pasa en Navidad testigo.

Tan bellas, tan bonitas, relucientes,
que a veces simulais ser las estrellas,
dormidas parecéis inexistentes
tintineando de luz sois las más bellas.

Qué sería de ti, ciudad sin luces,
de casa no saldría en el invierno,
del año al final sería un infierno,
no quiero ni pensar. Me doy de bruces.
©donaciano bueno

Comentario del autor sobre el poema: Por qué hay nuevos dirigentes que, obsesos de sus filias y sus fobias, tratan por todos los medios de sustraernos los recuerdos de nuestra infancia asesinándonos la nostalgia. Ahora estas luces todas uniformes, grises, sin vida, han sustituido a aquellas alegres y coloristas guirnaldas con estrellitas, campanillas, bolitas y motivos alegóricos.

MI POETA SUGERIDO: Aurora Estrada y Ayala de Ramírez Pérez

Aurora Estrada y Ayala de Ramírez Pérez

Mi ruego

¡Señor! Llévate todos los dones que me diste:
mi juventud enferma, mi sonora alegría,
las alas de mis sueños, mi Primavera triste
y, si también lo quieres, mi cáliz de Poesía.

Marchita mis rosales, mancha mi blanca veste,
manda los buitres negros de la desolación
a que se nutran, ávidos, en la carne celeste
del ruiseñor que canta dentro de mi corazón.

Haz duro el pan que coma, más negra la negrura
de mi incierto destino; dame el vasto dolor
que soporta la Tierra. Toda la desventura
recibiré serena si me dejas mi amor.

J. G. WHITE & Co. Ltd.

Zanjas,
canales paralelos de las calles
adonde la miseria echa a los obreros
haraposos y anémicos de la ciudad palúdica
con la pala en las manos encallecidas
y una alegría triste en su corazón.

Zanjas,
fauces múltiples del suelo urbano
donde se ven los hombres desde arriba
como hervidero de gusanos.
Ya no hay obreros limpios
porque para conquistar el pan
ellos alquilan sus brazos
por un salario de hambre
y la consigna del silencio para evitar el paro.

El calendario de la White es nuevo.
Ella inventó para los trabajadores
la semana de 4 días
porque ellos tienen hijos hambreados,
sin un trapo para sus carnes desnudas,
y los echarían con su mugre a la calle
si no pagaran el alquiler.

J . G. White & Co. Ltd.
Los obreros cavan la tierra
y abren las zanjas para tender los tubos
-pero la pavimentación no llegará nunca hasta el suburbio.-

Después no habrá más zanjas,
¿qué harán entonces los hombres semidesnudos
que hoy empuñan las palas?

TRÍPTICO

El templo

El templo era de cedro i oro puro
con góticas vidrieras de amatista,
extrañas esmeraldas en el muro
bordaban los caprichos de un artista.

Se alzaban bellos, sobre el mármol duro,
antiguos lampadarios de idealista
i rara forma en el recinto oscuro
fingiendo estrellas de una luz no vista.

Allí los incensarios burilados
ardían junto a los vasos consagrados
i humilde alzaba mi devota voz.

Las plegarias subían cual palomas
i entre espiras de místicos aromas
se erguía divino e indiferente el dios!

El dios

En pálido marfil fue cincelado
el dios por un artífice exquisito
que el brazo de Eros modelara armado
como aparece en el celeste mito.

Sus ojos eran de rubí dorado,
dos ojos ciegos, copas de Infinito,
en cuyo fondo hallábase encerrado
el germen de la gloria i del delito.

A sus divinos pies mi alma caída
como una débil flor desfallecida
desnuda i blanca eternamente oraba.

I era tanto mi amor, tal mi quebranto,
—en leve copa le ofrendaba el llanto—
que a mi dolor la estatua se animaba.

Eros vivo

Era su cuerpo macerado en rosas,
la sirena del vértigo en sus ojos
cantaba, i de sus manos amorosas
brotaban dalias i jazmines rojos.

Tenía un cortejo fiel de mariposas
celestes que cubrieron los despojos
de mis mustias corolas dolorosas
i florecieron de alas mis abrojos.

El Ensueño dormía en sus ojeras,
como en lagos de sombra las quimeras.
Era rey i señor el Eros vivo.

¡En el altar en que mi dios se alzaba
mi alma como un perfume se exhalaba i
era mi cuerpo ante él vaso votivo!

EL HOMBRE QUE PASA

Es como un joven dios de la selva fragante,
este hombre hermoso y rudo que va por el sendero;
en su carne morena se adivina pujante
de fuerza y alegría, un mágico venero.

Por entre los andrajos su recio pecho miro:
tiene labios hambrientos y brazos musculosos
y mientras extasiada su bello cuerpo admiro,
todo el campo se llena de trinos armoniosos.

Yo, tan pálida y débil sobre el musgo tendida,
he sentido al mirarlo una eclosión de vida
y mi anémica sangre parece que va a ahogarme.

Formaríamos el tronco de inextinguible casa,
si a mi raza caduca se juntara su raza,
pero el hombre se aleja sin siquiera mirarme.

LLUVIA

No me siento la cara,
ni las manos,
ni el alma.
Sólo la angustia
y el violín vertebral que desgarra una bruja.

Nada saben los que de mí nacieron,
planetas girando en sus propias órbitas.
Y yo, quemándome en un mundo de hielo.

Llevo en los brazos mi propia pena
como a un niño dormido.
Y la aprieto para nunca olvidarla,
sin dejar que mi fuego la convierta en ceniza.

Si alguien me toca,
pensaré en una ánfora,
quemándose sobre arenas soleadas,
pero tengo frío…
¿Omar Khayyam, bebiste todo el vino?
Tengo sed. Tengo sed.
Y no hay viento de bosques
ni rumor cristalino.
Por cada poro una garganta abrasada
y las nubes lejanas.

No me siento la cara.
Sólo dos pozos locos,
gritando: ¡Lluvia! ¡Lluvia!

TINIEBLA

(20 trenos y 1 canción de cuna)
Treno I

Ya nunca más sobre mi tiniebla su estrella dulce.
Nunca más en estos silencios su voz de brisa y de jazmines.

Nunca más el lazo tibio de sus brazos ciñéndose a mi cuello
ardiente.
Ni nunca esa mirada de éxtasis sobre mi cara triste.

Está muerta como los días de oro, como las mariposas que
mató la llama,
como el sonido de las campanas y el canto de los pájaros,
como los ojos de los niños que se fueron y como las flores
que Ella amó en su breve vida de callada plegaria.

Está muerta y es como si no hubiera sido nunca en la tierra.
¡Hay sol y fragancias y música de viento y de canciones
aquí fuera. Y ella está ciega y sorda e inmóvil
para siempre, dentro del nicho frío, vestida de tinieblas!

Treno IX

¿Dónde estarás ahora que las campanas se han dormido?
¿Dónde estarás ahora que la luna se ha muerto?
¡Háblame, estrella, cántame agua de plata,
canción arrúllame, con tus voces de lino!

¿Dónde estarás mientras llueve fría ceniza sobre mis horas?
¿Mientras piso musgos nocturnos, flores de hielo?
¿Mientras se cambian en dagas negras
los nardos claros de mis canciones heridas?

¿Qué pétalo esconde la suavidad tibia de tus manos?
¿Qué nectario astral la dulzura de tus últimos besos?
¿Sobre qué brisa boga, como un cisne, tu voz,
lejos de mi corazón deshecho en llanto?

Treno XX

Hoy creo como nunca que estás ida para siempre,
porque ningún signo celeste me ha hecho sentirte cerca.
¿O es que tornada en ángel te ahuyenta la miseria
de esta carne que hiciste de tu sangre y tu espíritu?

Mujer de seda y lirios, de ternura y dolores,
mujer suave y callada frente a las tempestades.
Mujer que me llevaste en tu seno de nardos,
mujer que fue mi madre, y hoy yace entre la sombra inerte

Ese amor de locura, de idolatría y de éxtasis eterno,
en que te dabas, seno henchido de mieles a mi labio sediento,
¿podría permitirte ver mis ojos con llanto
y la frente que amaste perdida en la tiniebla?

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