1.TUMBADO A VER QUÉ PASA [Poema del Editor]
2.Juan Luis Panero [Poeta sugerido]

Textos aquí: 1. del Editor, 2. del Poeta sugerido y 3. del Invitado (opcional)

MI POEMA… de medio pelo

 

(A don Manuel Alcántara)

Permite que te diga don Manuel,
espero mi osadía no te ofenda
que aquí gozar del don nunca es prebenda,
te tengo en un altar. Y en mi anaquel.

Que ocupas un espacio preferente,
allí donde tú estás yo me arrebujo,
pues llevas de tu Málaga el embrujo
unido a ese gracejo reluciente.

Y al pan le llamas pan. Y cada día
mimando vas cual mesa a su mantel,
el niño ensimismado al redondel,
y el alma que es alegre a su alegría.

Te ocurre como a mí, que te has perdido,
pues sales a pasear y no te encuentras,
juntando penas, dudas te descentras
e ignoras y preguntas ¿por qué ha sido?

Nos sigues divirtiendo con tu guasa
así como el que mira y nada espera
poniendo la mirilla en tu visera
tumbado con placer a ver qué pasa.
©donaciano bueno

Manuel Alcántara, leerte es un placer

MI POETA SUGERIDO:  Juan Luis Panero

No hay palabras

Tocas un cuerpo, sientes su repetido temblor
bajo tus dedos, el cálido transcurrir de la sangre.
Recorres la estremecida tibieza,
sus corporales sombras, su desvelado resplandor.
No hay palabras. Tocas un cuerpo; un mundo
llena ahora tus manos, empuja su destino.
A través de tu pecho el tiempo pasa,
golpea como un látigo junto a tus labios.
Las horas, un instante se detienen
y arrancas tu pequeña porción de eternidad.
Fueron antes los nombres y las fechas,
la historia clara, lúcida, de dos rostros distantes.
Después, lo que llamas amor, quizá se torne forzada promesa,
levantado muro pretendiendo encerrar,
aquello que únicamente en libertad puede ganarse.
No importa, ahora no importa.
Tocas un cuerpo, en él te hundes,
palpas la vida, real, común. No estás ya solo.
«A través del tiempo» 1968

Noche de San Juan

Anticuado, interrogo las estrellas,
su desnudo, inapelable misterio,
mientras miro las llamas en la playa,
en esta noche cuando empieza el verano.
Lector de Drieu o Pavese, sé también
lo sencillo que puede ser acabar con la historia,
no preguntar ya nada, olvidar para siempre
esta apariencia de tarjeta postal.
Frente a mí, imperturbables, desveladas,
pasan, en silencio, vida y muerte,
evitando, con un rictus cansado,
este fantasma insomne, este papel en blanco,
esta hoguera apagada que perdura.

Ocurre a veces, en las calladas horas de la noche…

Ocurre a veces, en las calladas horas de la noche,
al filo mismo de la madrugada,
tras el telón caído de la euforia y del vino.

Unos ojos parpadean, se abren,
nos miran con su última transparencia
y un instante a nuestro lado
su doloroso transcurrir, su apretado paisaje de ternura
muestran, como un mendigo o un esclavo,
la humillada quietud de su tristeza.

Entonces, cuando no hay una sola palabra que decir,
con la avidez que lleva en sí lo fugitivo,
besar, unirse en la húmeda tibieza,
en empapada, áspero de arcilla de otra boca,
donde nada al fin y todo nos pertenece.

Después, igual que el viento
agitando fugaz unas cortinas
la claridad de la mañana nos muestra,
desvelar un instante en la memoria
aquello que una noche, una mirada,
la destruida posesión de unos labios, nos dio.

Lo que ahora ciego tropieza, resbala
por la gastada pared del corazón,
aferrándose terco hacia la muerte,
desplomándose sordo hacia el olvido.
«A través del tiempo» 1968

Pierre Drieu la Rochelle divaga frente a su muerte

Al final pienso que tenía razón
-todo el absurdo tinglado del poder,
el cuchillo implacable de la inteligencia,
las sórdidas, políticas palabras,
los arañados proyectos imposibles-,
sí, tenía razón ese día. Me acuerdo bien
cuando pensé, echado junto a ella,
que lo único real era una buena puta,
una piel cálida, unos labios silenciosos, unas manos expertas,
en aquel burdel, cerca de Neuilly, al amanecer.
Por eso, porque creo que tenía razón, soy más culpable
-libros, declaraciones, ideas, lealtades,
el secreto de todo, el revés de la nada-,
cuánto tiempo perdido para llegar a esto,
para recordar, ya sin solución, sus largos muslos,
el sabor espeso de su boca, los rozados pezones.
Llegaba una luz gris sobre la cama,
sobre su culo memorable, inmóvil,
sí, tenía razón, aquella puta
cuyo nombre nunca supe o tal vez he olvidado,
el humo de un cigarrillo, eso es todo, yo tenía razón,
y si no la tenía, ¿qué importa ahora?
De «Los trucos de la muerte«

Poemas de 1966 (Londres)

Frágiles, persistentes, tercas, permanecen las palabras escritas,
quién lo hubiera pensado, con su apariencia momentánea y mínima,
su caprichoso existir tan lejos de la realidad
o de lo que entonces como realidad se imponía.
Libros, apuntes, aburridos exámenes de inglés,
facturas que pagar, incomprensibles voces al teléfono
y la lluvia detrás de las cortinas
en aquella solemne habitación alquilada.
Noches de soledad brumosa y otras de enloquecida euforia,
con jarras de cerveza, verdes botellas de ginebra
y los ojos oscuros, con una brasa al fondo,
de Pauletta Ioannides y el dios abandonando a Antonio.
Sombras esfumadas, borrados gestos,
Strangers in the Night, desafinada música nostálgica.
Éramos jóvenes y estábamos de paso en la ciudad enloquecida,
éramos jóvenes y meses después regresaríamos,
lejos de allí, la vida todavía esperaba.
Lo que ocurrió después es fácil de adivinar
y casi veinte años me separan de aquello,
sin embargo, algunas palabras, su amarga y tierna materia,
el cercado mundo que pretendieron retener,
la desolada afirmación de sus sílabas,
aún permanecen, apenas corrompidas por el papel impreso.
Ahora -parece tan raro-, de todo aquel pasado
sólo queda, casi tangible, el recuerdo
de una mesa, alta y estrecha, con cuadernos amontonados
pesados diccionarios y una silla de respaldo duro
en la que alguien, remotamente parecido a mí,
iluminaba con arañadas letras
la sombra detenida de un fantasma.
Y todavía esas mismas palabras,
tantos años después, me repiten
su desvelado y único secreto,
su valeroso testimonio inútil,
frágiles, persistentes, íntimas y tercas
me recuerdan la magia desesperada de la vida.
«Antes de que llegue la noche» 1985

Qué bien lo hemos pasado cariño mío

Terribles son las palabras de los amantes,
aunque estén bañadas de falsa alegría,
cuando llega la desolada hora de la separación.
Fuera la lluvia galopa tercamente
y su eco retumba tras la ventana.
Los poderosos pájaros de la dicha
un breve instante anidaron en sus brazos
y dorados plumajes cubrieron los cabellos
que ahora sudor y hastío sólo guardan.
La estatua que quiso ser eterna
herida de reproches tiembla y cae.
Ya el combate de anhelo ha terminado
y húmedos restos las sábanas acogen.
Hombre y mujer en traje y documento
ceremoniosamente se despiden.
Sus manos por costumbre se enlazan
y banales sonrisas desfiguran sus labios.
Terribles son las palabras de los amantes
cuando llega la desolada hora de la separación.
Esqueletos de amor buscan nuevo refugio
y un jirón de ternura cuelga del viejo y gris perchero.
«A través del tiempo» 1968

Sólo son tuyas -de verdad- la memoria y la muerte…

Sólo son tuyas -de verdad- la memoria y la muerte,
la memoria que borra y desfigura
y la sombra de la muerte que aguarda.
Sólo fantasmales recuerdos y la nada
se reparten tu herencia sin destino.
Después de sucios tratos y mentiras,
de gestos a destiempo y de palabras
-irreales palabras ilusorias-,
sólo un testamento de ceniza
que el viento mueve, esparce y desordena.

A la mañana siguiente Cesare Pavese no pidió el desayuno

Solo bajó del tren,
atravesó solo la ciudad desierta,
solo entró en el hotel vacío,
abrió su solitaria habitación
y escuchó con asombro el silencio.
Dicen que descolgó el teléfono
para llamar a alguien,
pero es falso, completamente falso.
No había nadie a quien llamar,
nadie vivía en la ciudad, nadie en el mundo.
Bebió el vaso, las pequeñas pastillas,
y esperó la llegada del sueño.
Con cierto miedo a su valor
-por vez primera había afirmado su existencia-
tal vez curioso, con cansado gesto,
sintió el peso de sus párpados caer.
Horas después -una extraña sonrisa dibujaba sus labios-
se anunció a sí mismo, tercamente,
la única certidumbre que al fin había adquirido:
jamás volvería a dormir solo en un cuarto de hotel.
«Los trucos de la muerte» 1975

Acerca del incesto

(Recordatorio de Georg Trakl)

Buscó los labios de su hermana,
sus dientes, con irritante terquedad,
un ligero temblor, un breve escalofrío,
entrechocaban -quizá fuera la droga-
y su figura fue borrándose, disuelta
en la penumbra familiar del cuarto.
Años después,
golpeaban a lo lejos los cañones,
sobre sus sábanas de loco vio alzarse un cuerpo,
su húmedo olor, la longitud del tacto.
Buscó, sin dedos, la boca deseada,
la carne herida del amor y el delirio,
la claridad oscura de la cocaína,
sus ojos y aquellos ojos y algo más.
Besó sus labios en sus propios labios
y sintió arder la sal de su saliva.
Lejos, muy lejos, terriblemente lejos,
una mujer aullaba en el último espasmo.
Con asombro, la muerte dio constancia
de algo que jamás pudo imaginarse:
un estertor sin ruegos y sin llanto,
la agonía de un muerto, el terror de la vida.
«Los trucos de la muerte» 1975

Bio de autores en esta página

"No están todos los que son pero son todos los que están."

  • Manuel Alcántara nació en Málaga el 10 de enero de 1928 y es un importante escritor que ha cultivado la poesía, la narrativa y el periodismo. Siendo niño se mudo con su familia a Madrid; allí vivió hasta los 18 años.
    Se volcó en una época temprana a la creación poética; cuando tenía 23 años comenzó a moverse en un ambiente en el que se realizaban lecturas de poesía y tertulias literarias, lo que le brindó muchísimas oportunidades para divulgar su arte.
    Entre sus obras más destacadas podemos mencionar "Manera de silencio", "La Mitad del tiempo" y "Ciudad de entonces"; cabe mencionar que con esta última consiguió en 1962 el Premio Nacional de Literatura. En nuestra web podrás leer algunos de sus poemas, tales como "En aquel tiempo", "Este jueves" y "Amanecer".
    En una entrevista, Alcántara expresó que la vida se le había pasado demasiado deprisa pero que por suerte tenía la palabra, una buena forma de apresar al tiempo, no para intentar dejar algo, sino para explicarse a sí mismo la existencia, algo ininteligible. Fundación Manuel Alcántara

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  • Juan Luis Panero (Madrid, 1942-Gerona, 2013). Fue hijo del poeta Leopoldo Panero (1909-1962) y de la escritora Felicidad Blanc (1913-1990), hermano del poeta Leopoldo María Panero (1948-2014) y Michi Panero (1951-2004) y sobrino del poeta Juan Panero (1908-1937), creció en el seno de una familia acomodada recibiendo educación en El Escorial y luego en Londres. Su espíritu rebelde y viajero lo llevó a deambular por diferentes países de América, dándole la oportunidad de conocer a grandes escritores como Octavio Paz, Jorge Luis Borges y Juan Rulfo entre otros. Su poesía completa (1968-1996) está recogida en un volumen de la editorial Tusquets y algunas de sus conferencias, en particular la que recoge su relación con Luis Cernuda, están incluidas bajo el título de «Páginas sobre cine y poesía» en el libro Después de tantos desencantos. Vida y obra poéticas de los Panero, de Federico Utrera (2008). Ha preparado además antologías de poetas como Leopoldo Panero, Pablo Neruda y Octavio Paz y ha reunido selecciones de Poesía colombiana (1880?1980) y Poesía mejicana contemporánea. Desde 1985 fijó su residencia en Torroella de Montgrí (Gerona), donde falleció en 2003. Fuente

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