»MANUEL ALCÁNTARA

Se volcó en una época temprana a la creación poética; cuando tenía 23 años comenzó a moverse en un ambiente en el que se realizaban lecturas de poesía y tertulias literarias, lo que le brindó muchísimas oportunidades para divulgar su arte.
Entre sus obras más destacadas podemos mencionar “Manera de silencio”, “La Mitad del tiempo” y “Ciudad de entonces”; cabe mencionar que con esta última consiguió en 1962 el Premio Nacional de Literatura. En nuestra web podrás leer algunos de sus poemas, tales como “En aquel tiempo”, “Este jueves” y “Amanecer”.
En una entrevista, Alcántara expresó que la vida se le había pasado demasiado deprisa pero que por suerte tenía la palabra, una buena forma de apresar al tiempo, no para intentar dejar algo, sino para explicarse a sí mismo la existencia, algo ininteligible. Fundación Manuel Alcántara Si te gusta #Manuel_Alcántara... Clic para tuitear
Soneto para esperarte en una cafeteríaResulta que la historia estaba escrita Resulta que en el tiempo de la cita Azafatas de vuelo alicortado Arriba el tiempo nuevo ha presentado |
Soneto para acabar un amorHe quemado el pañuelo por si acaso Tenía que pasar esto. Y el caso Puede que salga a relucir la historia Echa a andar el amor que te he tenido |
Mar (A Jesús Cancio) La ola se frunce en numeroso empeño, Lluvia de Dios sirviera de semilla Una postura suya busca el centro; Soneto para empezar un amorOcurre que el olvido antes de serlo Muchacha con amor, ¿dónde ponerlo? Tumbarse a ver qué pasa, eso es lo mío; porque no llegará la sangre al río, |
VivirVivir se va quedando sin campanas, Que me expliquen por qué no tienen ganas Por una herida múltiple respira Qué le vamos a hacer. Si bien se mira, El vino de los muertosRecuerdo el porvenir. Todo se sabe. volará, dicen (mucha duda cabe). El silencioso vino de los muertos Todo para acabar donde se empieza; |
Me busco por el tiempoMe busco por el tiempo que he perdido El que yo fui, ¿por dónde se habrá ido? La aventura pequeña de ese barco Bebiendo estoy mi vino y mi pregunta. Arcángel de perezaUn arcángel me ronda indiferente, Él me enseñó a decir «inútilmente» Arcángel rondador de la desgana, Sujetas van las penas por las bridas, |
Antiguo presenteTengo un niño olvidado en la memoria Inconcretas noticias de mi historia El porvenir de ayer es ya recuerdo Niño que se perdió como me pierdo, Sólo la ociosidad es mi tarea.Las morunas naranjas, gajo a gajo, Si esto es vivir, que venga Dios y vea El naufragio que llevo entre las sienes, contándole una historia a los desiertos, |
Por la mar chica del puertoPor la mar chica del puerto Se le ha borrado a la arena Por la mar chica del puerto A la sombra de una barca Por la mar chica del puerto |
Lo sabe el corazón. Que no se diga Cansado y todo dice Dios que siga Con la genealogía de los trinos la memoria se llena de caminos |
En aquel tiempo.Yo tuve el corazón capaz de lluvia. Igual que el viento en las banderas altas Me fui quedando acompañado y cierto, Presenciadas por dos cambian las torres, |
Este juevesEste jueves depende de tu boca. Mira este jueves. No lo sabe. Míralo Cuídalo tú que puedes, no le dejes Para pasar un día con nosotros |
Niño del 40Una luz por el parque y el pitido Palomas. Y biznagas que han querido Un tranvía de sol con jardinera No se estaba ya en guerra aquel verano, |
ManuelDe tela blanca y cabellos, Tendré ya que figurármelo. Manuel: yo no sé si sabes Las barcas de dos en dos,
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No sabe el mar que es domingoNo sabe el mar que es domingo
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No pensar nunca en la muerteNo pensar nunca en la muerte Y morirme de repente |
Le gustaban pocas cosasLe gustaban pocas cosas: |
Excusas a LolaSi yo no te dijera todo esto, más vale que lo sepas por mí. Era y ante ti a veces me sentí culpable
|
La paloma de PicassoSuelo primero del parque, Navegaron los almendros. Soles rendidos del parque, Plomo de tiempo en el ala, Por el mar y por el puerto Luces últimas del muelle, Donde da la vuelta el puerto La Plaza de la Merced
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Al sur de los limonesEl campo esconde manos, las entierra EL TIEMPO(A José Luis Garci) Yo no sé qué voy a hacer Tengo los días contados El tiempo siempre es presente Jamás es pronto o después. Ni lo pierdas ni los ganes, No sé qué va a ser de mi
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DE MI, GUITARRA
Cuando yo me haya ido
-qué triste que me vaya-
de esta madera mía
que me hagan una guitarra.
Cuando termine la muerte,
si dicen: “¡A levantarse!”,
a mí que no me despierten.
Que por mucho que lo piense,
yo no sé lo que me espera
cuando termine la muerte.
Que yo me conformo siempre,
y una vez acostumbrado
a mí que no me despierten.
Para encontrarme conmigo
vuelvo a salir a la calle,
calle del tiempo perdido.
Para encontrarme contigo
estoy buscando en el suelo
las huellas de su sonido.
Para encontrarme con nadie
me pongo a mirar arriba,
¡Auxilio, que Dios me ampare!
Mis cuentas no están cabales:
me falta una golondrina
y me sobran tres cristales.
Mira qué cosa tan rara:
pasé la noche contigo
estando solo en mi cama.
En este día cualquiera
párate a ver cómo canta,
antes que me vaya fuera,
mi corazón en tu mano
y tu boca en mi garganta
por la mañana temprano.
Ponte a vivir como loco:
ama, ríe, bebe, olvida.
Puesto a vivir todo es poco
por más que dure la vida.
El mar no puede morir,
se quedará navegando
aunque no haya nadie aquí.
Si otros no buscan a Dios
yo no tengo más remedio:
me debe una explicación.
No digo que sí o que no.
Digo que si Dios existe
no tiene perdón de Dios.
No digo que no o que sí.
Digo que me gustaría
que Él también creyera en mí.
Yo no le guardo rencor.
Si le encuentro alguna vez
nos perdonamos los dos.
Mi pobre tierra no puede
darme lo que estoy buscando.
Nadie da lo que no tiene.
Yo no culpo a Andalucía,
sé muy bien que a su esperanza
le pasó lo que a la mía.
Averigua quién te dio
esas ganas de morirte.
Ha tenido que ser Dios.
Ha tenido que ser Dios
un día que estaba triste.
No tiene otra explicación.
El poeta
Alzo la voz. El aire es su destino.
(También se quedará la voz en nada.)
Recuerdos del tamaño del rocío…
Olvidadas memorias de mañana…
Buceo en el instante removido
y mis manos se llenan de palabras.
Dios
Creer en Dios es nieve y se derrite
sobre el hombro cansado de la espera.
Creer en Dios, ¡ay Dios!, qué fácil era,
pero el eco de Dios no se repite.
Dando traspiés el alma, caes y te
levantas, ¡qué remedio!, y ni siquiera
duele. ¿Dónde anda Dios? Si lo supiera…
Y Dios sigue jugando al escondite.
Esperemos. Silencio de Dios suena
en la oquedad del hombre. Siegan hoces
de frío el frágil vuelo de aquel ave
que distraía el paso a la cadena.
Tengo miedo y escucho. Suenan voces.
Serán de Dios. No sé. Cualquiera sabe.
El poeta pide por su voz
La voz es la esperanza que se amasa
con sangre de silencios y de ruido,
miedo sonoro, porvenir de olvido,
perro ciego en la puerta de mi casa.
La voz es una llama que fracasa
con su rojo propósito aterido;
en los labios estaba y se ha perdido,
que venga Dios a ver lo que le pasa.
¿A dónde irá mi voz con su estatura
mínima y luminosa de vilano?,
¿quién le presta las alas para el vuelo?
Procure yo en su frágil andadura
que el aire me la lleve de la mano
y Dios no quiera que se caiga al suelo.
El embarcadero
Baja está la marea —solo queda
agua para un naufragio—.
Tiene frío
el mar atardeciendo.
Sopla un viento muy poco decidido.
En la lista de embarque
me miro.
¿Quién escribió mi nombre?
¿Por qué lo hizo?
(Cualquiera sabe,
a lo mejor estaba escrito.)
Debe haber mar de fondo: todos llegan
y se van a otro sitio.
De esta orilla se parte.
Esto es solo el principio.
«Se prohíbe varar embarcaciones…»
No hace falta decirlo.
Alta mar de otro tiempo
Entrar en ti como en un parque solo
o como entra un cuchillo por el agua
quedándose doblado.
Pensarte
es un niño que juega siempre a oscuras,
una nieve cumpliendo su lento cometido.
Recuerdo que en tu boca sucedían palabras
y que a veces tus manos recogían
un fragmento de sol escrito en las aceras
o señalaban esa gota trémula
que el aguacero olvida en la hoja verde.
No es fácil recordar y sin embargo
recuerdo que podía entrar en ti
igual que entra un cuchillo por el agua,
lo mismo que en un parque si está solo.
Aviso a todo aquel que esté en la vida
y sienta tentaciones de guardarla:
la muerte es una vela bien henchida,
¡nadie puede vivir para contarla!
Sé el cuaderno del mar hoja por hoja;
quiero avisar a aquel barco pesquero:
la rosa de los vientos se deshoja
en las manos saladas de un torrero.
Un torrero de luces indecisas
que vive por la altura de su faro
mirando entre las barcas y las brisas
eso que nunca puede verse claro.
La mar es un esfuerzo hereditario,
una viña varada por el puerto.
Un arrepentimiento azul, diario,
por tanto y tanto marinero muerto.
La colecta del llanto se establece
en estos territorios removidos
mientras el mar sin nadie se adormece
contando pasajeros sumergidos.
¿Dónde empieza la mar?, ¿dónde termina?
Uva sin fin, pradera emocionada,
campamento de Dios, estambre y mina
para la flor y el cobre de la nada.
Que nadie esté seguro si navega,
que ya no existen ángeles barqueros.
Grumete: mira bien a ver si llega
una nueva flotilla de pesqueros
y avísale a la gente de la brea.
Grumete: si están vivos todavía,
cuéntales de la mar y la marea
por si pueden cambiar de travesía.
La esperanza del mar ha naufragado
dentro del hondo azul de su paisaje:
aviso a todo aquel que esté embarcado
y a la navegación de cabotaje.
Canción 1
Por la mar chica del puerto
andan buscando los buzos
la llave de mis recuerdos.
(Se le ha borrado a la arena
la huella del pie descalzo
pero le queda la pena.
Y eso no puede borrarlo.)
Por la mar chica del puerto
el agua que era antes clara
se está cansando de serlo.
(A la sombra de una barca
me quiero tumbar un día;
echarme todo a la espalda
y soñar con la alegría.)
Por la mar chica del puerto
el agua se pone triste
con mi naufragio por dentro.
Canción 2
Risa, mujeres, agua…
cuando yo me haya ido,
de eso tendré nostalgia.
Yo no tengo madera
de santo ni de barca,
(Cuando yo me haya ido
—qué triste que me vaya—
de esta madera mía
que hagan una guitarra.)
Canción 3
El poeta
Ponerle puertas al llanto;
eso era lo que quería,
ponerle puertas al llanto.
De tanto nombrar las cosas
se iba quedando sin nada,
de tanto nombrar las cosas.
Darle palabras al viento
era lo único que hacía,
darle palabras al viento.
Hablaba de la esperanza,
nunca hablaba de la pena,
que hablaba de la esperanza.
Por más vueltas que le daba
nunca supo a qué venía,
por más vueltas que le daba.
Canción 4
El poeta habla por soleares, de
la resurrección de la carne.
Cuando termine la muerte,
si dicen a levantarse,
a mí que no me despierten.
Que por mucho que lo piense,
yo no sé lo que me espera
cuando termine la muerte.
No se incorpore la sangre
ni se mueva la ceniza
si dicen a levantarse.
Que yo me conformo siempre,
y una vez acostumbrado
a mí que no me despierten.
Canción 6
Bajamar de la desgana:
las olas cerca de mí,
yo lejos del agua clara.
Bajamar de la desgana.
Limito al norte con nadie
y al sur con Málaga.
Amante del agua clara,
de tanto pensarte tengo
la sangre de las estatuas.
Bajamar de la desgana:
las olas cerca de mí,
yo lejos del agua clara.
Canción 11
El horizonte
Si un día se incorporara,
cansado de estar tendido,
¡qué asombro en el agua clara!
Si un día se incorporara.
Hasta puede que llegara
cerca de Dios aburrido
si un día se incorporara.
Soneto para pedir tiempo al tiempo
El tiempo es un camino para andarme.
(No te engañes. Morir, ay, para ver. Te
quedarás solo, a solas con tu suerte).
Yo me he echado a dormir para vengarme.
Porque sé que no debo entusiasmarme
con cosas que se acaban en la muerte,
estoy soñando. Cuando me despierte,
no sé si habré hecho bien en despertarme.
El tiempo, con su escaso presupuesto,
se nos va a cada paso, mientras arde
como una rama seca todo esto.
Siempre un reloj aprieta, nos ahoga,
nos coge por el cuello un día y tarde
o temprano nos cuelga de una soga.
Soneto para pedir por mis manos
Andan cerca de mí; solo un momento
antes que el corazón, casi a mi lado.
Han nacido conmigo, a mi cuidado;
se mueven al sudeste de mi aliento.
Cada vez que hablo os digo que las siento
hablar en mi favor. Acostumbrado
me tienen a su peso, a su cansado
modo de repartirse por el viento.
Yo las quiero. Me sirven bien. Y os juro
que han querido tocar hasta el misterio
y el techo del amor, a todo trance.
Un día llorarán. Estoy seguro.
Cuando se pongan a pensar, en serio,
en las cosas que estaban a su alcance.
Soneto para pedir por los hombres de España
Los que le dan al mar la arboladura
de sus sueños, su brújula viajera.
Los que cuentan las cruces de madera
mientras cavan su lenta sepultura.
Los que aprietan el hambre a la cintura
y en el ruedo pequeño de la era
lidian una pobreza de bandera,
más brava cada día y más oscura.
Gentes de la ciudad y del camino,
paciencia y barajar. España es grande.
Yo pido con los brazos bien abiertos
por el pan, por la lluvia, por el vino,
por que el toro de Iberia se desmande,
por que se encuentren cómodos los muertos.
Soneto para pedir por los amigos muertos
Yo los llevaba dentro. Los tenía
sobre mi corazón, como un emblema.
Cojo el recuerdo aquí, por donde quema,
por donde la esperanza más se enfría.
Estoy más agujero cada día,
más desierto y más loco con mi tema;
ellos me dan su luz como un sistema
apagado que alumbra todavía.
Se me ha quedado huérfana la mano,
por la mitad el vaso de mi vino,
sin lluvia mi terreno de secano.
Dan ganas de dejar todo por irse
a buscarlos. Conozco ya el camino:
se va por el atajo de morirse.
Las palabras
Donde más me conozco empiezan mis palabras.
Quiero escribirme
como se escribe el silencio en las piedras
o la lluvia en las frentes;
igual que el miedo al agua
en el embarcadero.
Quiero ponerle nombre a lo que va conmigo
y quedarme a vivir en ese nombre,
como se queda
en el barro cocido de una jarra
el resumen de un muerto.
Las palabras me llevan a la tristeza siempre.
Las amo porque guardan cosas mías:
antigüedad, amor, aroma…, incluso
los recibos del cuerpo que habitaron.
Ellas me obligan al recuerdo,
como un cigarro a solas.
Cuando las miro acaban por dolerme.
Pero ya digo que las amo.
Por ellas tengo días colgados por el pecho,
pájaros en la noche, amigos que ya no,
aniversarios cada tres minutos.
Desde el principio supe
que son iguales que el silencio,
a su manera.
Ahora están viniendo de puntillas
para que no les oiga la tristeza,
para que no se alarme el hombre al que delatan.
Llegan como un calor entre la sombra,
como un color en medio de la niebla.
Siempre son tristes las palabras
si están escritas.
Aunque suenen canciones por el puerto,
cantes del sur junto a la mar pequeña,
o abiertamente pidan
cosas que necesito más que el aire.
Pero vuelvo a decir que yo las amo.
Y sé que no resuelven nada y son inútiles
como ese número de teléfono
que se ha quedado en la memoria
y que no sirve
ni volverá a servir ya nunca
porque aquella persona a quien llamábamos…
Hay una mujer en el sur
Para escribir el nombre.
Para escribir, tan solo, el nombre,
me he puesto a recordarla, paso a paso.
Parece que la estoy viendo.
Recorro la extensión de su mirada,
toco su voz, sus manos,
miro sus pies, su piel, su pelo…
Sus ojos escuchando mucho humo en las iglesias,
su voz especialmente construida
para reprender niños con dulzura,
sus manos (llenas de indulgencias)
temblorosas y rojas como llamas,
su pelo como alberca cuando luna,
y sus pies hacia misa, muy temprano.
Tendría que ponerme sobre el pecho
un emblema de trapo, y ser humilde,
para poder hablar de su paciencia.
Para escribir el nombre la recuerdo.
Hay en el Sur una mujer muy buena
que honradamente espera, honradamente habla,
y cree, honradamente,
que el párroco es un hombre que sabe muchas cosas
y que tiene muchísimo talento.
Una mujer que vive todavía
y que se ha ido haciendo, poco a poco,
agua para geranios si no llueve,
y balcón de geranios para el que está en la calle,
y pan de su pobreza.
Acaso a nadie importe el nombre.
Plaza Mayor
Por los caminos últimos del agua,
por cada carretera polvorienta,
gentes de España.
Leñadores del viento,
tratantes de los campos de la patria;
todos los que crecieron en la aldea
mirando lluvia en la ventana.
Terratenientes de la luna,
jornaleros sin fin de la esperanza,
esperan que se crucen los caminos
y han puesto en las paredes la ancha espalda.
Por cada carretera polvorienta,
por cada acequia turbia de mañana,
por todas partes te he encontrado…
Plaza Mayor de España
Salamanca
Cambiaría la luz, la vid, la sombra…
cambiaría la escarcha
de los campos dormidos,
el techo de las águilas…
Cambiaría la mano
con la que escribo estas palabras,
por una sola
piedra dorada
—tuya, mía, de todos—
de Salamanca.
Corto piropo a todo el Cantábrico
En esta orilla
se acaba España
¡Qué bien termina!
Algas marinas,
flotando, copan
sus cuatro esquinas.
En toda línea,
el horizonte
se difumina.
Y una llovizna
compensa al mar
su agua perdida.
En esta orilla
España deja
sus tierras íntegras.
No es infinita
la pobre España
y aquí termina.
¡Qué bien termina!
Caminos vecinales
Caminos.
Hondos caminos
de cualquier parte.
De cualquier parte de la patria vienen
hondos caminos.
Caminos vecinales.
Andando, andando…
todo seguido
llego a tus heredades.
Por el Guadalquivir o por el Esla,
por el Ebro valiente,
circula sangre.
Sangre de cien caminos
y caminantes
de la patria de polen y de pana,
por los hondos caminos vecinales.
Vuelta a la mar de Málaga
(Rincón de la Victoria)
Vine a la mar dudando si estaría
donde yo la dejé: junto a la raya
donde la espuma eventual acalla
su antigua discusión con la bahía.
Llegué a la mar. Estaba todavía.
Ella lo mismo y yo distinto. Vaya
una cosa por otra y, por la playa,
vayan las dos en busca de aquel día.
Vine a la mar y me encontré en la arena
—niño llevando cubos a la pena
y palas a la orilla del verano—.
Me hice a la mar, estando hecho al recuerdo,
por perderme otra vez como me pierdo
junto al que fui, cogidos de la mano.
Frente a frente
A Fernando Suárez
Es cosa de mirarse frente a frente
en tu terrestre espejo cada día.
Es cosa de decir: yo te querría
si te fueras haciendo diferente.
Faltan brazos y pueblo. Sobra gente.
Dicen que no hay manera. Pero habría.
Ruedo ibérico. Sangre en romería.
La piel de un toro de cuerpo presente.
Te estoy diciendo, España, que te cuides.
Nadadora de tanto y tanto río,
a ver si aprendes a guardar tu ropa.
Por lo que quieras más, no te suicides.
Yo digo: ¡qué país!, y luego: ¡el mío,
dejado de la mano de su Europa!
Carnet de identidad
Nadie avisó. Más tarde o más temprano
se supusieron que lo aprendería.
Nadie me dijo: riega a la alegría,
los muertos son terreno de secano.
Todo lo que me importa está lejano.
Si yo hubiera sabido a qué venía
os juro que vivir —yo que sabía—
no me hubiera ganado por la mano.
Me dijeron vivir a quemarropa:
siglo XX —acordaron—, en Europa,
en Málaga, en enero y en Manolo.
Todo lo dispusieron: hambre y guerra,
España dura, noche y día, tierra
y mares… luego me dejaron solo.
Amanece
La claridad del día es compatible
con todos mis errores.
Al fin y al cabo, a mí lo que me pasa
—oscuridad, errores, sed de entonces—
se debe únicamente
al hecho involuntario de ser hombre.
¿Por qué se pone pálido este día?
¿Sabe que ha de morirse por la noche?
Sale el sol para todos los tejados.
Amanece otra vez para las torres
y los balcones, para las iglesias
tranquilas donde animan a los pobres,
para la acera malgastada y viva
que casi no recuerda lo de anoche…
Hoy es siempre otro día
y el corazón lo reconoce.
Muchacha en una bolera
La vertical, dispuesta cetrería
se inicia por impulso de su mano;
inmóvil caza en el jardín cercano
solicita al final su puntería.
Todo se echa a rodar con su alegría
si rueda un mundo que es por ella humano.
Diez arbustos florecen en el llano,
pero viene a talar la geometría.
Anima su portada el «Vogue» cuando
se derrumban los bolos sollozando,
elástica criatura siglo XX.
Y ríe Cristian Dior cuando se inclina,
morena de «bayón» y de piscina,
femenino discóbolo viviente.
El ring
A Ignacio Aldecoa
Doce cuerdas limitan el coraje.
Los mineros del «crochet», la valiente
población del gimnasio, sangra y siente
bajo el fuego sagrado del voltaje.
Cuatro onzas en los guantes y vendaje
duro. Alta tensión. Aire caliente
de K.O. y cigarrillos… De repente
ha cuadrado la furia su paisaje.
Perfiles de moneda desgastada
cita el gong con su aguda campanada.
La luz del cuadrilátero ilumina
jóvenes gladiadores golpeando,
el esfuerzo y los músculos poblando
el país del sudor y la resina.
Como una oración
A Paula
Creo en Dios Padre, Todopoderoso,
creador del cielo y de la tierra,
inventor de los hombres;
que hizo los pájaros azules,
la nube, la nevada, el río y toda
la familia del agua.
Creo en su única herencia
enterrada en el barro con la ayuda del viento.
Creo en un cielo grande
—Van Gogh lo está pintando de amarillo—
donde puedan mezclarse suicidas y alfareros.
Creo en la abolición de la pobreza,
en la reunión del mar y en el milagro
del tiempo y de los peces.
Creo en la resurrección de las espigas,
en el reparto de la lluvia
y en la felicidad del niño aquel
que se ahogó en la alberca.
Creo en la vida perdurable,
en la unión de los llantos,
en el perdón de lo soñado
y en que después de nuestra muerte
empezará la Edad de las Respuestas.
En busca de una persona
En busca de una persona
he sido por las calles
con perros y con palomas.
La he buscado por el parque,
detrás de cada palmera
y en cada hueco del aire.
Cerca de la catedral
y en el humo de los barcos
que se acaban de marchar.
Cien ojos por la Alameda
—en busca de una persona—
y mil pasos por la acera.
Llego de noche a mi casa.
Los perros y las palomas
me están mirando con lástima.
He venido a buscarme
He venido a buscarme
He venido a buscarme.
Hay un niño extraviado
en medio de la calle. (Calle de la Victoria,
Plaza de la Merced.
La mitad de mi historia
ni yo mismo la sé).
Su cintura de corcho
en los Baños del
Carmen
y el mar de aquel entonces
nadando en las postales.
Por mucho que me cueste
yo tengo que encontrarme.
Al viento que era mío
no se lo lleve el aire,
quisiera respirarlo
antes que fuese tarde.
Hay un niño extraviado
y he venido a buscarle.
No puede andar muy lejos
porque esta era su calle. (Calle de la Victoria,
Plaza de la Merced.
La mitad de mi historia
ni yo mismo la sé).
Lo que tenga que pasar
Lo que tenga que pasar
hace mucho que ha pasado.
El tiempo se ha vuelto atrás.
El tiempo se ha vuelto atrás
y ya no hace lo que hacía
cuando era menor de edad.
Cuando era menor de edad
el tiempo se parecía
a la lluvia sobre el mar.
Este verano en Málaga
Este verano en Málaga
recorrí mucho mundo
a la vera del agua.
Que a mí no me hace falta
para andar los caminos
moverme de mi casa.
Este verano en Málaga
lo he visto todo claro
a fuerza de distancia.
De la mano del agua
recorrí mucho mundo
este verano en Málaga.
Sentado en la terraza
se agranda el horizonte
y se achican las barcas.
Que este verano en Málaga
recorrí mucho mundo.
El mar no puede morir
El mar no puede morir.
Se quedará navegando
aunque no haya nadie aquí.
Que no, que el mar no se muere,
que no se puede morir.
Seguirá que va y que viene,
yendo y volviendo a venir
cualquiera sabe hasta cuándo.
Hasta que encuentre por fin
la playa que está buscando.
Él no se puede morir.
Se quedará navegando
cuando no haya nadie aquí.
Donde da la vuelta el puerto
alguna vez me fue dado
mirar al niño que fui
y llevarme de la mano.
La Plaza de la Merced
se llenaba de balandros.
Suelo primero del parque
Suelo primero del parque,
ramas de brazos cruzados,
estaba el puerto tan cerca
que soltó amarras el campo.
Disfrazada de gaviota,
la paloma de Picasso
se bajó de su palmera
y se fue a vivir a un barco.
Navegaron los almendros.
Se hizo a la mar Gibralfaro.
Soles rendidos del parque,
agua de brazos cansados,
todo el que vuelve a su sitio
encuentra por fin su rastro.
Plomo de tiempo en el ala,
la paloma de Picasso
disfrazada de gaviota
deja la mar y los barcos.
Por el mar y por el puerto
confunde el mástil y el árbol.
Luces últimas del muelle,
agua de brazos cruzados,
estaba el tiempo tan cerca
que soltó amarras el llanto.
Si otros no buscan a Dios
A Alejo García
Si otros no buscan a Dios
yo no tengo más remedio:
me debe una explicación.
No digo que sí o que no
No digo que sí o que no.
Digo que si Dios existe
no tiene perdón de Dios.
No digo que no o que sí.
Digo que me gustaría
que Él también creyera en mí.
Yo no le guardo rencor.
Si lo encuentro alguna vez
nos perdonamos los dos.
Con el campo entre dos luces
Con el campo entre dos luces
se puso a soñar un día
que era de los andaluces
la tierra de Andalucía.
(Su bandera blanca y verde:
la luna en el olivar
que verá cuando despierte).
Soñaba a la luz del día
y cuando se iba la luz
su sueño ya lo sabía
el pobre pueblo andaluz.
(Un hombre de tantos sueños
tiene derecho a mirar
cómo despierta su pueblo).
No pensar nunca en la muerte
No pensar nunca en la muerte
y dejar irse las tardes
mirando cómo atardece.
Ver toda la mar enfrente
y no estar triste por nada
mientras el sol se arrepiente.
Y morirme de repente
el día menos pensado.
Ese en el que pienso siempre.
Ponte una mano en el hombro
Ponte una mano en el hombro,
olvida todo lo antiguo
y perdónate tú solo.
Mírate fijo a los ojos,
sostén tu propia mirada
y perdónatelo todo.
Yo puedo perder el tiempo
No puedo perder el tiempo,
que el tiempo que se me pierde
sabe buscar a su dueño.
Yo puedo perder el tiempo,
que el tiempo que yo he perdido
suele volver con el tiempo.
Donde da la vuelta el viento
quise dejarlo olvidado
y él me siguió como un perro.
Averigua quién te dio
Averigua quién te dio
esas ganas de morirte.
Ha tenido que ser Dios.
Ha tenido que ser Dios
un día que estaba triste.
No tiene otra explicación.
Viendo a la muerte venir
A Jorge Guillén
Viendo a la muerte venir
se me fue pasando el tiempo,
ese principio del fin.
Nunca podré comprender
por qué el lento porvenir
ha sido cosa de ayer.
Que a mí se me pasó el tiempo
que me quedaba de vida
desde su mismo comienzo.
Solo se me ocurre a mí
pasarme toda la vida
viendo a la muerte venir.
Le gustaban pocas cosas
Le gustaban pocas cosas:
el alcohol y las ventanas,
el mar desde una colina,
el mar dentro de la playa,
el olor de los jazmines,
los libros de madrugada,
el sol, el pan de los pueblos,
Quevedo, recordar África,
las noches y los amigos,
el verano y tus pestañas.
Excusas a Lola
Si yo no te dijera todo esto,
andando el tiempo, alguien te lo diría.
No te puedo mentir a ti, hija mía.
Mira mi corazón: lo llevas puesto.
Siempre tuve un pequeño presupuesto
para el amor. En la melancolía
se me fue lo demás. Si todavía
quedaba algo lo eché en vivir. El resto.
Más vale que lo sepas por mí. Era
bueno y malo lo mismo que cualquiera
pero sospeché un aire diferente
y ante ti a veces me sentí culpable
de que vivir no fuera navegable
y te pedí perdón desde mi frente.
Al ruido del agua en un cántaro que fue de mi abuela
En esta jarra escucho la tormenta.
Un siglo sigiloso se incorpora
y por la cóncava oquedad sonora
vacío de semanas se presenta.
Viento de ayer para tenerlo en cuenta,
que al aire le llegó su última hora.
Oigo un antepasado que me llora,
que me llama en el barro que él sustenta.
Tan poco fue este cántaro a la fuente
que nunca pudo ni llorar a mares
ni trasladar un trecho azul de río.
Los años le llevaron la corriente.
Cuando recuerda soles y olivares
le late el corazón de regadío.