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Breve Biografía de José Zorrilla

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José Zorrilla nació en Valladolid 1817 y falleció en Madrid en 1893 y es uno de los principales representantes del romanticismo medievalizante. Trabajó en el periódico El Español, donde publicó algunas de sus poesías. Además fue autor de leyendas, entre las que se encuentran «Cantos del trovador», «Recuerdos y fantasías» y «A buen juez mejor testigo».
Pero el registro de José no quedó relegado a esos géneros, también fue un prolífico autor teatral; algunas de las obras de este tipo fueron «Vivir loco y morir más», «El molino de Guadalajara» y «Sofronia» (una tragedia escrita bajo los esquemas del teatro clásico).
A los 29 años se trasladó a París donde entabló amistad con George Sand, Alexandre Dumas (padre) y Alfred de Musset; todos ellos marcaron un antes y un después en la vida de Zorrilla, colaborando con el desarrollo de su estilo literario de una manera imprescindible. 

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Autor

POEMAS
 
¡AY DEL TRISTE!

¡Ay del triste que consume
su existencia en esperar!
¡Ay del triste que presume
que el duelo con que él se abrume
al ausente ha de pesar!

La esperanza es de los cielos
precioso y funesto don,
pues los amantes desvelos
cambian la esperanza en celos.
que abrasan el corazón.

Si es cierto lo que se espera,
es un consuelo en verdad;
pero siendo una quimera,
en tan frágil realidad
quien espera desespera.

Corriendo van por la vega

Corriendo van por la vega
a las puertas de Granada
hasta cuarenta gomeles
y el capitán que los manda.
Al entrar en la ciudad,
parando su yegua blanca,
le dijo éste a una mujer
que entre sus brazos lloraba:
Enjuga el llanto, cristiana
no me atormentes así,
que tengo yo, mi sultana,
un nuevo Edén para ti.
Tengo un palacio en Granada,
tengo jardines y flores,
tengo una fuente dorada
con más de cien surtidores,
y en la vega del Genil
tengo parda fortaleza,
que será reina entre mil
cuando encierre tu belleza.
sobre toda una orilla
extiendo mi señorío;
ni en Córdoba ni en Sevilla
hay un parque como el mio.
allí la altiva palmera
y el encendido granado,
junto a la frondosa higuera,
cubren el valle y collado.
Allí el robusto nogal,
allí el nópalo amarillo,
allí el sombrío moral
y recen al pie del castillo.
Y olmos tengo en mi alameda
que hasta el cielo se levantan
y en redes de plata y seda
tengo pájaros que cantan.
Y tú mi sultana eres,
que desiertos mis salones
están, mi harén sin mujeres,
mis oídos sin canciones.
Yo te daré terciopelos
y perfumes orientales;
de Grecia te traeré velos
y de Cachemira chales.
Y te dará blancas plumas
para que adornes tu frente,
más blanca que las espumas
de nuestros mares de Oriente.
y perlas para el cabello,
y baños para el calor,
y collares para el cuello;
para los labios… ¡amor!»
¿Qué me valen tus riquezas
respondióle la cristiana-,
si me quitas a mi padre,
mis amigos y mis damas?
vuélveme, vuélveme, moro
a mi padre y a mi patria,
que mis torres de León
valen más que tu Granada.»
Escuchóla en paz el moro,
y manoseando su barba,
dijo como quien medita,
en la mejilla una lágrima:
Si tus castillos mejores
que nuestros jardines son,
y son más bellas tus flores,
por ser tuyas, en León,
y tú diste tus amores
a alguno de tus guerreros,
hurí del Edén, no llores;
vete con tus caballeros.»
Y dándole su caballo
a la mitad de su guardia,
el capitán de los moros
volvió en silencio la espalda.

A buen juez, mejor testigo

Entre pardos nubarrones
asando la blanca luna,
on resplandor fugitivo,
a baja tierra no alumbra.
a brisa con frescas alas
uguetona no murmura,
las veletas no giran
ntre la cruz y la cúpula.
al vez un pálido rayo
a opaca atmósfera cruza,
unas en otras las sombras
onfundidas se dibujan.
as almenas de las torres
n momento se columbran,
omo lanzas de soldados
postados en la altura.
everberan los cristales
a trémula llama turbia,
un instante entre las rocas
iela la fuente oculta.
os álamos de la Vega
arecen en la espesura
e fantasmas apiñados
edrosa y gigante turba;
alguna vez desprendida
otea pesada lluvia,
ue no despierta a quien duerme,
i a quien medita importuna.
ace Toledo en el sueño
ntre las sombras confusa,
el Tajo a sus pies pasando
on pardas ondas lo arrulla.
l monótono murmullo
onar perdido se escucha,
ual si por las hondas calles
irviera del mar la espuma.
Qué dulce es dormir en calma
uando a lo lejos susurran
os álamos que se mecen,
as aguas que se derrumban!
e sueñan bellos fantasmas
ue el sueño del triste endulzan,
en tanto que sueña el triste,
o le aqueja su amargura.
an en calma y tan sombría
omo la noche que enluta
a esquina en que desemboca
na callejuela oculta,
e ve de un hombre que guarda
a vigilante figura,
tan a la sombra vela
ue entre las sombras se ofusca.
rente por frente a sus ojos
n balcón a poca altura
eja escapar por los vidrios
a luz que dentro le alumbra;
as ni en el claro aposento,
i en la callejuela oscura
l silencio de la noche
umor sospechoso turba.
asó así tan largo tiempo,
ue pudiera haberse duda
e si es hombre, o solamente
entida ilusión nocturna;
ero es hombre, y bien se ve,
orque con planta segura,
anando el centro a la calle,
esuelto y audaz pregunta:
¿Quién va?», y a corta distancia
l igual compás se escucha
e un caballo que sacude
as sonoras herraduras.
¿Quién va?», repite, y cercana
tra voz menos robusta
esponde: «Un hidalgo, ¡calle!»
el paso el bulto apresura,
Téngase el hidalgo», el hombre
eplica, y la espada empuña.
Ved más bien si me haréis calle,
epitieron con mesura,
ue hasta hoy a nadie se tuvo
ván de Vargas y Acuña.»
Pase el Acuña y perdone»,
ijo el mozo en faz de fuga,
ues, teniéndose el embozo,
opla un silbato y se oculta.
aró el jinete a una puerta,
con precaución difusa
alió una niña al balcón
ue llama interior alumbra.
¡Mi padre!», clamó en voz baja,
el viejo en la cerradura
etió la llave pidiendo
sus gentes que le acudan.
n negro por ambas bridas,
omó la cabalgadura,
erróse detrás la puerta
quedó la calle muda.
n esto desde el balcón,
omo quien tal acostumbra,
n mancebo por las rejas
e la calle se asegura.
sió el brazo al que apostado
izo cara a Iván de Acuña,
huyeron en el embozo
elando la catadura.

APARTA DE TUS OJOS

Aparta de tus ojos la nube perfumada
que el resplandor nos vela que tu semblante da,
y tiéndenos, María, tu maternal mirada,
donde la paz, la vida y el páramo está.

Tú, bálsamo de mirra; Tú, cáliz de pureza;
Tú, flor de paraíso y de los astros luz,
escudo sé y amparo de la mortal flaqueza
por la Divina Sangre del que murió en la Cruz.

Tú eres, oh María!, un faro de esperanza
que brilla de la vida junto al revuelto mar,
y hacia tu luz bendita desfallecido avanza
el náufrago que anhela en el Edén tocar.

Impela, oh Madre augusta!, tu soplo soberano
la destrozada vela de mi infeliz batel;
enséñale su rumbo con compasiva mano,
no dejes que se pierda mi corazón en él.

III

Pasó un día y otro día
un mes y otro mes pasó,
y un año pasado había,
mas de Flandes no volvía
Diego, que a Flandes partió.
Lloraba la bella Inés
oraba un mes y otro mes
su vuelta aguardando en vano,
del crucifijo a los pies
do puso el galán su mano.
Todas las tardes venía
después de traspuesto el sol,
y a Dios llorando pedía
la vuelta del español,
y el español no volvía.
Y siempre al anochecer,
sin dueña y sin escudero,
en un manto una mujer
el campo salía a ver
al alto del Miradero.
¡Ay del triste que consume
su existencia en esperar!
¡Ay del triste que presume
que el duelo con que él se abrume
al ausente ha de pesar!
La esperanza es de los cielos
preciosos y funesto don,
pues los amantes desvelos
cambian la esperanza en celos
que abrasan el corazón.
Si es cierto lo que se espera
es un consuelo en verdad;
pero siendo una quimera,
en tan frágil realidad
quien espera desespera.
Así Inés desesperaba
sin acabar de esperar,
y su tez se marchitaba,
y su llanto se secaba
para volver a brotar.
En vano a su confesor
pidió remedio o consejo
para aliviar su dolor,
que mal se cura el amor
con las palabras de un viejo.
En vano a Iván acudía,
llorosa y desconsolada;
el padre no respondía,
que la lengua le tenía
su propia deshonra atada.
Y ambos maldicen su estrella,
callando el padre severo
y suspirando la bella,
porque nació altanero.
Dos años al fin pasaron
en esperar y gemir,
y las guerras acabaron,
y los de Flandes tornaron
a sus tierras a vivir.
Pasó un día y otro día,
un mes y otro mes pasó,
y el tercer año corría:
Diego a Flandes se partió,
mas de Flandes no volvía.
Era una tarde serena,
doraba el sol de Occidente
del Tajo la Vega amena,
y apoyada en una almena
miraba Inés la corriente.
Iban las tranquilas olas
las riberas azotando
bajo las murallas solas,
musgo, espigas y amapolas
ligeramente doblando.
Algún olmo que escondido
creció entre la hierba blanda
sobre las aguas tendido
se reflejaba perdido
en su cristalina banda.
Y algún ruiseñor colgado
entre su fresca espesura
daba al aire embalsamado
su cántico regalado
desde la enramada oscura.
Y algún pez con cien colores,
tornasolada la escama,
saltaba a besar las flores,
que exhalan gratos olores
a las puntas de una rama.
Y allá, en el trémulo fondo,
el torreón se dibuja
como el contorno redondo
del hueco sombrío y hondo
que habita nocturna bruja.
Así la niña lloraba
el rigor de su fortuna,
y así la tarde pasaba
y al horizonte trepaba
la consoladora luna.
A lo lejos, por el llano,
en confuso remolino,
vio de hombres tropel lejano
que en pardo polvo liviano
dejan envuelto el camino.
Bajó Inés del torreón,
y llegando recelosa
a las puertas del Cambrón,
sintió latir zozobrosa
más inquieto el corazón.
Tan galán como altanero
dejó ver la escasa luz
por bajo el arco primero
un hidalgo caballero
en un caballo andaluz.
Jubón negro acuchillado,
banda azul, lazo en la hombrera
y sin pluma al diestro lado,
el sombrero derribado
tocando con la gorguera.
Bombacho gris guarnecido,
bota de ante, espuela de oro,
hierro al cinto suspendido
y a una cadena prendido
agudo cuchillo moro.
Vienen tras este jinete
sobre potros jerezanos
de lanceros hasta siete,
y en adarga y coselete
diez peones castellanos.
Asióse a su estribo Inés,
gritando: “¡Diego, eres tú!”
Y él viéndola de través,
dijo: “¡Voto a Belcebú,
que no me acuerdo quién es!”
Dio la triste un alarido
tal respuesta al escuchar,
y a poco perdió el sentido,
sin que más voz ni gemido
volviera en tierra a exhalar.
Frunciendo ambas dos cejas
encomendóla a su gente,
diciendo: “Malditas viejas,
que a las mozas malamente
enloquecen con consejas!”
Y aplicando el capitán
a su potro las espuelas,
el rostro a Toledo dan,
y a trote cruzando van
las oscuras callejuelas.

IV

Así por sus altos fines
dispone y permite el cielo
que puedan mudar al hombre
fortuna, poder y tiempo.
A Flandes partió Martínez
de soldado aventurero,
y por su suerte y hazañas
allí capitán le hicieron.
Según alzaba en honores
alzábase en pensamientos,
y tanto ayudó en la guerra
con su valor y altos hechos,
que el mismo rey a su vuelta
le armó en Madrid caballero,
tomándole a su servicio
por capitán de lanceros.
Y otro no fue que Martínez
quien ha poco entró en Toledo,
tan orgulloso y ufano
cual salió humilde y pequeño.
Ni es otro a quien se dirige,
cobrado el conocimiento,
la amorosa Inés de Vargas,
que vive por él muriendo.
Mas él, que olvidando todo
olvidó su nombre mesmo,
puesto que Diego Martínez
es el capitán don Diego,
ni se ablanda a sus caricias
ni cura de sus lamentos,
diciendo que son locuras
de gente de poco seso:
que ni él prometió casarse
ni pensó jamás en ello.
¡Tanto mudan a los hombres
fortuna, poder y tiempo!
En vano porfía Inés
con amenazas y ruegos;
cuanto más ella importuna
está Martínez severo.
Abrazada a sus rodillas,
enmarañado el cabello,
la hermosa niña lloraba
prosternada por el suelo.
Mas todo empeño era inútil,
porque el capitán don Diego
no ha de ser Diego Martínez,
como lo era en otro tiempo.
Y así, llamando a su gente,
de amor y piedad ajeno,
mandóles que a Inés llevaran
de grado o de valimiento.
Mas ella, antes que la asieran,
cesando un punto en su duelo,
así habló, el rostro lloroso
hacia Martínez volviendo:
“Contigo se fue mi honra,
conmigo tu juramento;
pues buenas prendas son ambas,
en buen fiel las pesaremos.”
Y la faz descolorida
en la mantilla envolviendo,
a pasos desatentados
salióse del aposento.

V

Era entonces de Toledo
por el rey, gobernador,
el justiciero y valiente
don Pedro Ruiz de Alarcón.
Muchos años por su patria
el buen viejo peleó;
cercenado tiene un brazo,
mas entero el corazón.
La mesa tiene delante,
los jueces en derredor,
los corchetes a la puerta
y en la derecha el bastón.
Está, como presidente
del tribunal superior,
entre un dosel y una alfombra,
reclinado en un sillón,
escuchando con paciencia
la casi asmática voz
con que un tétrico escribano
solfea una apelación.
Los asistentes bostezan
al murmullo arrullador;
los jueces, medio dormidos,
hacen pliegues al ropón;
los escribanos repasan
sus pergaminos al sol,
los corchetes a una moza
guiñan en un corredor,
y abajo, en Zocodober
gritan en discorde son,
los que en el mercado venden,
lo vendido y el valor.
Una mujer en tal punto,
en faz de grande aflicción,
rojos de llorar los ojos,
ronca de gemir la voz,
suelto el caballo y el manto,
tomó plaza en el salón
diciendo a gritos: «¡Justicia,
jueces, justicia, señor!»
Y a los pies se arroja humilde
de don Pedro de Alarcón,
en tanto que los curiosos
se agitan alrededor.
Alzóla cortés don Pedro,
calmando la confusión
y el tumultuoso murmullo
que esta escena ocasionó,
diciendo:
«Mujer, ¿qué quieres?
«Quiero justicia, señor.»
«¿De qué?»
«De una prenda hurtada.»
«¿Qué prenda?»
«Mi corazón.»
«¿Tú lo diste?»
«Lo presté.»
«¿Y no te le han vuelto?»
«No.»
«¿Tienes testigos?»
«Ninguno.»
«¿Y promesa?»
«¡Sí, por Dios!
Que al partirse de Toledo
un juramento empeñó.»
«¿Quién es él?»
«Diego Martínez.»
«¿Noble?»
«Y capitán, señor.»
«Presentadme al capitán,
que cumplirá si juró.»
Quedó en silencio la sala,
y a poco en el corredor
se oyó de botas y espuelas
el acompasado son.
Un portero, levantando
el tapiz, en alta voz
dijo: «El capitán don Diego.»
Y entró luego en el salón
Diego Martínez, los ojos
llenos de orgullo y furor.
«¿Sois el capitán don Diego
–díjole don Pedro– vos?»
Contestó altivo y sereno
Diego Martínez:
«Yo soy.»
«¿Conocéis a esta muchacha?»
«Ha tres años, salvo error.»
«¿Hicísteisla juramento
de ser su marido?
«No.»
«¿Juráis no haberlo jurado?»
«Sí, juro.»
«Pues id con Dios.»
«¡Miente!», calmó Inés llorando
de despecho y de rubor.
«Mujer, ¡piensa lo que dices……!»
«Digo que miente, juró.»
«¿Tienes testigos?»
«Ninguno.»
«Capitán, idos con Dios,
y dispensad que acusado
dudara de vuestro honor.»
Tornó Martínez la espalda,
con brusca satisfacción,
e Inés, que le vio partirse;
resuelta y firme gritó:
«Llamadle, tengo un testigo;
llamadle otra vez, señor.»
Volvió el capitán don Diego,
sentóse Ruiz de Alarcón,
la multitud aquietóse
y la de Vargas siguió:
«Tengo un testigo a quien nunca
faltó verdad ni razón.»
«¿Quién?»
«Un hombre que de lejos
nuestras palabras oyó,
mirándonos desde arriba.»
«¿Estaba en algún balcón?»
«No, que estaba en un suplicio
donde ha tiempo que expiró.»
«¿Luego es muerto?»
«No, que vive,»
«Estáis loca, ¡vive Dios!
¿Quién fue?»
«El Cristo de la Vega,
a cuya faz perjuró.»
Pusiéronse en pie los jueces
al nombre del Redentor,
escuchando con asombro
tan excelsa apelación.
Reinó un profundo silencio
de sorpresa y de pavor,
y Diego bajó los ojos
de vergüenza y confusión.
Un instante con los jueces
don Pedro en secreto habló,
y levantóse diciendo
con respetuosa voz:
«La ley es ley para todos;
tu testigo es el mejor,
mas para tales testigos
no hay más tribunal que Dios.
Haremos….. lo que sepamos.
Escribano, al caer el sol
al Cristo que está en la Vega
tomaréis declaración.»

VI

Es una tarde serena,
cuya luz tornasolada
el purpurino horizonte
blandamente se derrama.
plácido aroma de flores
sus hojas plegando exhalan,
el céfiro entre perfumes
mece las trémulas alas.
brillan abajo en el valle
con suave rumor las aguas,
las aves en la orilla
despidiendo al día cantan.
Allá por el Miradero
por el Cambrón y Bisagra,
confuso tropel de gente
el Tajo a la Vega baja.
tienen delante don Pedro
de Alarcón, Iván de Vargas,
su hija Inés, los escribanos,
cos corchetes y los guardias;
detrás, monjes, hidalgos,
mozas, chicos y canalla.
otra turba de curiosos
en la Vega les aguarda,
cada cual comentariando
al caso según le cuadra.
entre ellos está Martínez
en apostura bizarra,
calzadas espuelas de oro,
jalona de encaje blanca,
bigote a la borgoñesa,
melena desmelenada,
el sombrero guarnecido
con cuatro lazos de plata,
un pie delante del otro,
el puño en el de la espada.
los plebeyos, de reojo,
le miran de entre las capas,
los chicos al uniforme
y las mozas a la cara.
Llegado el gobernador
gente que le acompaña,
entraron todos al claustro
que iglesia y patio separa.
encendieron ante el Cristo
cuatro cirios y una lámpara
y de hinojos un momento
le rezaron en voz baja.
Está el Cristo de la Vega
la cruz en tierra posada,
los pies alzados del suelo
poco menos de una vara;
hacia la severa imagen
un notario se adelanta
de modo que con el rostro
el pecho santo llegaba.
A un lado tiene a Martínez,
a otro lado a Inés de Vargas,
detrás al gobernador
con sus jueces y sus guardias.
Después de leer dos veces
la acusación entablada,
el notario a Jesucristo,
sí demandó en voz alta:
Jesús, Hijo de María,
ante nos esta mañana,
citado como testigo
por boca de Inés de Vargas,
juráis ser cierto que un día
vuestras divinas plantas
juró a Inés Diego Martínez
por su mujer desposarla?
Asida a un brazo desnudo
una mano atarazada
vino a posar en los autos
la seca y hendida palma,
allá en los aires: «¡Sí, juro!»
clamó una voz más que humana.
Alzó la turba medrosa
la vista a la imagen santa,
los labios tenía abiertos
una mano desclavada.
Conclusión
Las vanidades del mundo
denunció allí mismo Inés,
espantado de sí propio
Diego Martínez también.
Los escribanos, temblando
dieron de esta escena fe,
firmando como testigos
cuantos hubieron poder.
Fundóse un aniversario
y una capilla con él,
don Pedro de Alarcón
al altar ordenó hacer,
donde hasta el tiempo que corre,
y en cada año una vez,
con la mano desclavada
el crucifijo se ve.

El contrabandista

Subiendo la negra roca
de embarazosa montaña,
contrabandista español
bridón andaluz cabalga.
Lleva el trabuco a su lado,
el cuchillo entre la faja,
y con el humo del puro
su voz varonil levanta.»

Que brame en la peña el viento,
que se arda el monte vecino,
que rompa el inhiesto pino
el aquilón violento.
Yo desprecio sus furores;
y aquí solo, sin señores,
de pesadumbres ajeno,
oigo el huracán sereno
y canto al crujir del trueno
mis amores,»»

El albor de la mañana,
en sus matices de rosa,
me trae la imagen graciosa
de mi maja sevillana,
y en sus variados colores
me pinta las lindas flores
del suelo donde nací,
donde inocente reí,
donde primero sentí
mis amores.»»

Cuando la enemiga bala
chilla medrosa a mi oído,
ya mi contrario caído
el alma rabioso exhala.
¡Qué me importan vengadores
cien fusiles matadores
que amenacen mi cabeza!
Con mi Moro y mi destreza
yo les canto en la maleza
mis amores.»»

Sienta yo el pujante brío
del galope de mi Moro ,
y el trabucazo sonoro
de algún compañero mío;
y que vengan triunfadores
los caballeros mejores
que empuñaron lanza ó freno.
Yo de temerles ajeno
cantaré libre y sereno
mis amores.»

Tranquilo el contrabandista
aquí el canto llegaba,
cuando un acento francés
«¡Fuego !» a su lado gritaba.
Sobre su frente pasaron
con ruido silbar las balas,
y gendarmes le acometen
diciendo » ¡Ríndete a Francia!»
Y entonces él » No se rinden
los que nacen en España»,
y contra el jefe enemigo
su ancho trabuco descarga.
Cayeron dos, como arbusto
que el cierzo en pos arrebata.
En impetuosa carrera
el bruto gallardo arranca;
y por sobre los peñascos
que en rápida fuga salva,
cantando va el español
al trasponer la montaña:
» Vivir en los Pirineos,
pero morir en Granada.»

A una estudiantina burgalesa

Oigo al pie de mi balcón
vuestra gentil serenata.
¡Cuánto es a mi oído grata!
¡Cuán grata a mi corazón!

Pusieron hondos pesares
entre Castilla y yo el mar,
y a Castilla al regresar
me recibís con cantares.

¡Dios os dé tanto placer
como con ellos me dais!
Si un día en España dejáis,
como a mi os haga volver.

Temí que mi corazón
se hubiera insensible hecho,
pero palpita en mi pecho
de vuestra música al son.

Y pues le hace ella latir
después de tanto pesar,
tal serenata a pagar
debe el corazón salir.

¡Gracias, pueblo burgalés!
En cambio de la canción
que envías a mi balcón,
los versos echo a tus pies.

No extrañes si en el hogar
do entre lágrimas me hospedo,
tu serenata no puedo
con gayos versos pagar.

Págote con éstos, pues;
mas nunca olvides que son,
tan pobres como los ves,
hechos con el corazón.

Soliloquio

Y al galope de un caballo
que cogió y montó al azar,
bufando este soliloquio
el Cid de Burgos se va.-«

¡ Tu soberbia me destierra
» por haberte hecho jurar!
» ¿ Crees que fuera de tu tierra
» no hay ya tierra en que pisar?
» ¿ Crees que el mundo se me cierra
«ni que a mí me has de encerrar ?
» ¿ A mi, que he ido en buena guerra
» para ti tierra a ganar?»¡

Dios de Dios! ¡La ira me abrasa!
«¿Tierra a mí me ha de faltar…
y hasta al pájaro que pasa
da Dios tierra en que posar,
» y hasta el pez que el agua rasa
» da Dios aire que aspirar?
«¡ Hijosdalgos de mi casa!
» ¡ a caballo y a campear!¡ «

A caballo ! Aun hay de moros
«hartas tierras que ganar,
«con ciudades y tesoros
«que podamos conquistar.
» ¡A caballo ! Aun queda tierra
«en que pueden galopar,
«sobre buen botín de guerra»
«los caballos de Vivar.»

Infanzones de la villa
» donde finca mi solar,
» a Babieca echad la silla,»

de él nos viene el Rey a echar:
» mas sin miedo y sin mancilla
» mi perdón podéis sacar.
» ¡Fuera, fuera de Castilla.
» por el Rey los de Vivar!»

Rey ingrato. ¡Dios te guarde!
» Yo te doy mi fé a mostrar;
» y a mi fe, que cual sol arde,
» sólo Dios puede apagar.
» ¡Quiera Dios que tú más tarde
» de ver no eches, con pesar,
» que eres ruin y eres cobarde
» con Ruy Díaz de Vivar!»

¡Dios te guarde de mancilla!
«Yo te voy, Rey, a probar
» que no tienes en Castilla
«campeador conmigo par.
» Infanzones en la villa
» de que borra el Rey mi hogar:
«¡ fuera, fuera de Castilla
«por el rey los de Vivar! «.

Y el caballo ya jadeando
y él roja de ira la faz,
dió el Cid en Vivar, ya noche,
con asombro de Vivar.

El Trovador

I
De un elevado castillo
que Arlanza orgulloso baña,
un trovador elegante
en la puente se paraba.
En el rastrillo golpea
con el pomo de una daga,
y en los góticos salones
ronco el eco se propaga.
Un joven doncel, del fuerte
presentóse en la muralla,
y con semblante halagüeño
dijo en alta voz: «¿Quién llama?»
El Trovador que le ha oido
dirigióle aquesta fabla:
-«Si llegado es en buenhora,
un pacífico infanzón
que envía a vuestra señora
don Rodrigo de Aragón».-
Se alzó a este tiempo el rastrillo,
y en el patio tuvo entrada;
un paje tomó el corcel
por las riendas plateädas,
y el gallardo trovador
por los salones se entraba.

II

Confuso ruido se oía
en la sala principal,
y el extranjero
hacía ella se dirigía
en continente marcial
muy altanero.
Hallóla toda ocupada
de galanes y de bellas
en gran festín;
doña Blanca de Moncada
se ve la primera entre ellas
como la rosa mas orgullosa
en un jardín.
El día feliz memora
en que la luz primera vió;
y a su lado
por eso, gentil señora,
tanta dama encantadora,
tanto héroe celebrado
hoy reunió.

III – IV

Entró do estaba el convite
gentil el recién venido;
hizo gracia
con el morado sombrero,
y atrevido
en denodado ademán
a doña Blanca se fué;
y después de haber pedido
su venia, ante ella galán
quedó en pie.
La dama se la otorgó
y así el trovador habló:IV»

Don Enrique mi señor,
» el cuarto Enrique es,
» me manda donde me ves,
» a mi, que soy trovador,
» trovador aragonés.
» Diz que es hoy vuestro natal,
» y este monarca del mundo
quiere honrarlo como tal,
» que el cuarto Enrique así val
» como val Juan el segundo.
«Y una trova te ragala
» que trova de amores es
» y ninguna se la iguala;
» por eso vine de gala,
» trovador aragonés.-«
-» Yo a tu señor agradezco,
-doña Blanca respondió-
» de un amor que no merezco
» esta prueba que me dió.
» Y a estas damas placerá
» y galanes que aquí ves
» trova de amores
» que cantará
» trovador aragonés.»

TROVA – VI

Un dia risueño
prepara la aurora
¡Feliz la señora
del alto Muñón!
¡OH cuántas personas
se ven a su lado!
¡Cuánto señalado
valiente infanzón!
Un buho funesto
que cerca habitaba.
Lejano graznaba.
¡Se le vido huir!
La blanca paloma
ocupa su nido;
su amante gemido
se acaba de oir.

Porque hoy es el día
de Blanca fermosa,
la más bella rosa
que tiene el jardín.

VI

Su dulce voz espiró,
y sus ecos repitieron
las bóvedas de Muñó.
Y en vano le pidieron
quedase en el castillo.
No pueden los caballeros
ni las damas alcanzallo,
que ha perdido su caballo
y mandó
que le alzaran el rastrillo;
despidióse muy cortés
y dijóles al partir:
» Quedárame hasta mañana
» en este festín de amor,
» y fuera de buena gana;
» más de Enrique mi señor
» otra la voluntad es,
» y yo soy su trovador,
» trovador y aragonés.»

Vuelta a la Patria – I

– EN LA FRONTERA

-¿ Estamos ya en la frontera ?
-El tiro de este relevo
es ya español.-¡Pues afuera!
-¿Qué va usté a hacer ? -La primera
canción que a mi patria debo.

¡España !…¡te vuelvo a ver!
Dios tan lejos me hizo ir,
que temí nunca volver.
Si hoy no me mata el placer
no debo nunca morir.

¡Dame tu tierra a besar;
y puesto en ella de hinojos,
déjame dejar de brotar
las lágrimas de mis ojos
y a Dios un momento orar!

Deja que a pleno pulmón
aspire voraz tu ambiente,
aunque en tal aspiración
dilatádose reviente
de placer mi corazón

¡España del alma mia!
Sin orar a Dios por ti
No he pasado un solo día:
¿ quién sabe si todavía
te acordarás tú de mí?

Dios me llevó mis pesares
a llorar a tierra extraña;
ya a través de tierra y mares
mis lágrimas traigo a España
convertidas en cantares.

España de mis amores,
si aun mis cantares ansías,
no quiero que por mi llores:
para ti tornaré en flores
todas las lágrimas mías.

¡Dios de España, a quien jamás
olvidé por donde fui,
aquí es en donde tú estás:
aquí es en donde te das
a ver y adorar de mí!

¡Dios, que sabes con qué fe
diez años hora por hora
la de mi vuelta esperé,
no me abandones ahora
que pongo en España el pie!

II

¡AL COCHE!

¡Bien haya quien grito tal
me da en español de nuevo!
Ten mi bolsa, mayoral:
yo en mi patria sólo llevo
mis versos por capital.

EN ESPAÑA – III

¡Patria … de placer venero!
Ya tu aura mi faz orea;
ya mi oído el son recrea
de tu lengua nacional.
Yo no soy aquí extranjero:
si no conocen ya al hombre,
aun fío Dios que mi nombre
no suene al oído mal.¡

Patria!…no sé si en mi ausencia
la calumnia me ha mordido:
yo vuelvo como he partido,
hijo leal para ti.
Maestro en la gaya ciencia,
de los pueblos asombro,
solo, y el laúd al hombro,
tu gloria a cantar me fuí.

Siempre en plazas y en palacios,
en teatros y salones,
mis primeras impresiones
me acusaron de español;
cual poeta y hombre, a espacios
en mi vida hay malo y bueno:
español, puedo sereno
enseñar mi faz al sol.

Si te dicen que amor tengo
a un pueblo antes tu enemigo,
no lo fué para conmigo
y yo le debo lealtad.
De tu sangre hidalga vengo;
no he de ser jamás ingrato
con quien fiel me dió buen trato
y franca hospitalidad.

Si te dicen que dependo
de extranjero soberano,
me tendió leal su mano,
me trató de igual a igual.
Yo me doy y no me vendo:
él lo sabe y él lo estima;
de fe en prenda, llevo encima
coronada su inicial.

Yo he nacido castellano;
mas doquiera que me he visto,
soy cristiano, y como Cristo
prediqué fraternidad.
Todo hombre nace mi hermano;
do llevo mi gaya ciencia,
la fe llevo en la conciencia
y en la lengua la verdad.

Fénix que anunció mi muerte,
vengo en mis patrios hogares
de mis últimos cantares
el son postrero a exhalar;
vengo en un esfuerzo fuerte
de mis postrimeros bríos,
a saludar a los míos,
a hacerme otra vez a la mar.

A mi, a través de las olas,
llegó el cántico vibrante
de una pléyade brillante
de nuevos poetas mil.
De las letras españolas
aun mi alma el amor abriga…

Ven a que yo te bendiga
¡oh, pléyade juvenil!

¡Con cuán íntima delicia
gozaba oyendo tu cántico,
cuando a través del Atlántico
lograba hasta a mi llegar!
Ven, ven a mi, que es justicia
que los vates castellanos
den un apretón de manos
al que tuvo aquí su hogar.

Que yo os conozca; cercadme:
yo soy leal; yo soy un viejo
que sin pesadumbnre dejo
mi puesto a la juventud.
Mas al llegar, toleradme,
mi viejo laúd que empuñe,
y un mal cantar os rasguñe
en mi ya ronco laúd.

Trémula traigo la mano
y cana la cabellera:
mas aun traigo la alma entera
y brio en el corazón,
y aun puedo, buen castellano,
lanzar con mi último aliento
un ¡bravo! a vuestro talento
y un ¡viva! a nuestra nación.

Don Juan

En los años que han corrido
desde que yo le escribí,
mientras que yo envejecí
mi Don Juan no ha envejecido.
Y fama tal por él gozo
que se cree, a lo que parece,
porque Don Juan no envejece,
que yo he de ser siempre mozo:
y hoy el bravo Ducazcal
os anuncia en su cartel
que he de hacer aquí un papel,
que tengo que hacer ya mal.
Yo no soy ya lo que fuí:
y viendo cuán poco soy,
dejo a los que más son hoy
pasar delante de mi;
pues, por Dios,que por más brava
que sea mi condición,
la fiebre rinde al león,
la gota la piedra cava,
Aun latir mis bríos siento:
pero es ya vana porfía,
no puedo ya la voz mía
pedirle otra vez al viento:
y a quién me lo quiere oir
digo años ha por doquier,
que pierdo el sér de mi ser
y que me siento morir.
Pero nadie me hace caso
por más que hablo a voz en grito,
porque este D.Juan maldito
por doquier me sale al paso;
y ni me deja vivir
en el rincón de mi hogar,
ni deja un año pasar
sin dar de mí que decir.
Yo me apoco día a día,
y este bocón andaluz,
a quien yo saqué a la luz
sin saber lo que me hacía,
me viste con su oropel
y a la luz me saca consigo;
por más que a voces le digo
que ir no puedo a par con él.
Más tanto favor os debo
por él, que en verdad me obliga
a que algo esta noche os diga
de este insolente mancebo.
Oíd…es una leyenda
muy difícil de contar,
porque tiene algo a la par
de ridícula y de horrenda:
una historia íntima mía.
Yo era en España querido
y mimado y aplaudido…
y me huí de España un día.
Vivía a ciegas y erré:
y una noche andando a oscuras
tropecé en dos sepulturas
y de Dios desesperé.
Emigré: me dí a la mar;
y esperando en el olvido
una muerte hallar sin ruido,
en América fuí a dar.
No llevando allá negocio
ni esperanza a qué atender,
al tiempo dejé de correr
en la oscuridad y el ocio.
Once años anduve allí
vagando por los desiertos,
contándome con los muertos,
y sin dar razón de mí.
Los indios semisalvajes
me veían con asombro
ir con mi arcabuz al hombro
por tan agrestes parajes;
y yo en saber me gozaba
que nadie que me veía
allí, quién era sabía
el que por allí vagaba;
y esperé que de aquél modo
de mí y de mi poesía
como yo se olvidaría
a la fin el mundo todo.
Mi nombre, pues, con intento
de dejar perder, y en suma
sin papel, tinta, ni pluma,
ni libros ya en mi aposento,
bebía en mi soledad
de mis pesares las heces:
más tenía que ir a veces
del desierto a la ciudad.
Vivo el cuerpo, el alma inerte,
a caballo y solo, iba
como una fantasma viva,
sin buscar ni huir la muerte.
Y hago aquí esta narración
porque sirva lo que digo
a mis hechos de castigo,
y a modo de confesión.
Sobre mí a un anochecer
un nublado se deshizo,
y entre el agua y el granizo
me dejó una hacienda ver.
Eché a escape y me acogí
de la casa entre la gente,
como franca lo consiente
la hospitalidad allí.
Celebrábase una fiesta.
que en aquél país no hay día
que en hacienda o ranchería
no tengan una dispuesta;
y son fiestas extremadas
allí por su mismo exceso,
de las hembras embeleso,
de los hombres emboscadas.
Y a no ser de mi leyenda
por no cortar la ilación,
hiciera aquí la descripción
de una fiesta en una hacienda,
donde nadie tiene empacho
de usar a gusto de todo;
porque son fiestas a modo
de las bodas de Camacho.
Allí acuden sin convite
buhoneros, comerciantes
y cirqueros ambulantes;
sin que a nadie se le quite
de entrar en corro el derecho,
de gastar de los abastos,
ni de colocar sus trastos
donde quiera que halle trecho.
Jamás se apaga el hogar,
jamás el servicio cesa;
siempre está puesta la mesa
para comer y jugar.
Por salas y corredores
se oye el son a todas horas
de carcajadas sonoras,
de onzas y de tenedores.
Todo es pelea de gallos,
toros, lazos, herraderos,
manganas y coleadores
y carreras de caballos;
y al fin de un día de broma
que nada en Europa iguala,
todo el mundo entra en la sala
y sitio en el baile toma.
Entré e hice lo que todos:
cuando creí que al sueño
se iban a dar, di yo al dueño
gracias por sus buenos modos:
mas mi caballo al pedir,
asiéndome por la mano,
me dijo el buen campirano
soltando el trapo a reír:
«¿Y a quién hay que se le antoje
dejar ahora tal jolgorio’
Vamos, venga usté a la troje
y verá el Don Juan Tenorio.»
Y a mi,que lo había escrito,
en la troje me metía;
y allí al paso me salía
mi audaz andaluz precito.
Mas ¡ay de mí, cuál salió!
Lo hacía un indio otomí
en jerga que el diablo urdió;
tal fué mi Don Juan allí,
que ni yo le conocí
ni a conocer me di yo.
Tal es la gloria mortal,
y a quién Dios se la confiere,
si librarse a ella quiere
se la torna Dios en mal.
A mí no me la tornó,
porque por mi buena suerte
del olvido y de la muerte
doquier Don Juan me salvó.
¡Dios no quisó allá de mi!
Y de mi patria el olvido
temiendo, como había ido
a mi patria me volví.
¡Feliz malogrado afán!
Al volver de tierra extraña,
me hallé que había en España
vivido por mi Don Juan.
Comprendí en su plenitud
de Dios la suma clemencia:
Don Juan había en mi ausencia
borrado mi ingratitud.
Monstruo sin par de fortuna,
mientras yo de España huía,
en España me ponía
en los cuernos de la luna.
Y ni fuerza ni razón
han podido derribar
tal ídolo del altar
que le ha alzado la opnión.
Pero hablemos con franqueza
hoy que todo coadyuva
para aquí se me suba
a mí el humo a la cabeza:
Desvergonzado galán,
siempre atropella por todo
y de atajarle no hay modo;
¿ qué tiene, pues, mi Don Juan?
Del fondo de un monasterio
donde le encontré empolvado,
yo le planté remozado
en mitad de un cementerio:
y obra de un chico atrevido
que atusaba apenas bozo,
os parece tan buen mozo
porque está tan bien vestido.
Pero sus hechos están
en pugna con la razón,
pero tal reputación
¿qué tiene, pues, mi Don Juan?
Un secreto con que gana
la prez entre los dos Juanes;
el freno de sus desmanes:
que Doña Inés es cristiana.
Tiene que es de nuestra tierra
el tipo tradicional;
tiene todo el bien y el mal
que el genio español encierra.
Que, hijo de la tradición,
es impío y es creyente,
es balandrón y es valiente,
y tiene buen corazón.
Tiene que es diestro y zurdo,
que no cree en Dios y le invoca,
que lleva el alma en la boca,
y que es lógico y absurdo.
Con defectos tan notorios
vivirá aquí diez mil soles;
pues todos los españoles
nos la echamos de Tenorios
y si en el pueblo le hallé
y en español le escribí
y su autor el pueblo fué…
¿por qué me aplaudís a mi?

En el album de mi hija

Por cima de la montaña
que nos sirve de frontera,
te envía un alma sincera
un beso y una canción;
tómalos; que desde España
han de ir a dar, vida mía,
en tu alma mi poesía,
mi beso en tu corazón.

Tu padre, tras la montaña
que para ambos no es frontera,
lleva la amistad sincera
del autor de esta canción.
Recibe, pues, desde España
beso y cantar, vida mía,
en tu alma la poesía
y el beso en el corazón.

Si un día de esa montaña
paso o pasas la frontera,
verás en el alma sincera
de quien te hace esta canción,
que la hidalguía de España
es quien sabe, vida mía,
dar al alma poesía
y besos al corazón.

EN EL ALBUM DE S. A. LA INFANTA DOÑA ISABEL

En vuestro álbum escribir
me ordena Vos un sér
de quién me ordenó vivir
Dios cautivo hasta morir
por amor y por deber.
Mas dignaos advertir
que para haceros servir
no era tanto menester,
pues me honrais Vos con querer
lo que a mi me honra cumplir.

Su sola presentación
por sólo ser de quién es,
da a este álbum pasa y razón;
y pues prez da y galardón
él donde va, venga pues;
yo sé que mi obligación
es poner mi corazón
y mi pluma a vuestros pies;
y lo están… sin interés,
sin plazo y sin condición.

Más de este álbum ¡ay de mi!
Hay que miniar el papel
con una gota turquí
de la sangre de una hurí
recogida en un clavel,
y tomando por pincel
el pico de un colibrí,
que no iba más que miel;
en vuestro álbum, Isabel,
no se escribe más que así.

Quisiera así escribir yo:
pero así, ¿cómo y con qué?
La que por Vos me le dió
en mis manos le dejó
me dijo «escribe » y se fue¨.
Le he de escribir,¿cómo no?
Mas, señora, os juro a fe,
que desde que a mi llegó
no sé lo que me pasó
que lo que es de mi no sé.

Le miro y vuelvo a mirar,
le hojeó y vuelvo a hojear;
una hoja de la otra en pos
me detengo a contemplar;
una busco en que firmar
y se me pasa entre dos.
¡Ay! Vuestro álbum es el mar
en donde me arroja Dios
mi pensamiento a buscar…
y yo no hablo más que a Vos.

Busco una idea a través
del ondulaje en que van
y vienen, como una mies
sobre quien los vientos dan,
las mias; pero mi afán
perdido e inútil es:
mis pensamientos están
todos con Vos.¿Qué trae, pues,
vuestro álbum? ¿Es talismán
que os echa almas a los pies?

De vuestra cámara real
trae el perfume sutil:
vuestros labios de coral
con vuestro aliento vital
le han dado nardos de abril
el olor primaveral,
y en su canto marginal
de vuestra mano gentil
se adivina la señal
de los dedos de marfil.

Eso trae, y eso al traer,
trae de mi alma al interior
de la esperanza el albor,
la luz al amanecer,
la prez de vuestro favor,
al vapor de vuestro sér,
no como de una mujer
sino como el de una flor:
la flor que planta el deber
y que cultiva el honor.

Trae además para mí
vuestro álbum más alta prez
que ambiciona la altivez
de mi ingenio baladí:
jamás fué par el neblí
con el águila; y buen juez
de mí mismo, si esta vez
hasta estas hojas subí,
mirad que me alzó hasta aqui
vuestra regia esplendidez.

Aqui os voy, pues, a poner
un cantar, no por llenar
un deber, no; por saber
que, el álbum al registrar,
por mis versos vais, al leer,
vuestros ojos a pasar;
y si logro yo el placer
de que os logren agradar,
¡qué honrados se van a ver
los versos de mi cantar!

Más ¿por qué anheláis señora,
tener aquí un vil montón
de versos míos, ahora
que mi vieja musa llora,
y a la puerta del panteón,
la vejez me desvigora,
del mundo me desamora,
me amilana el corazón
y tiene a mi guzla mora
descordada en un rincón?

¿Cómo ya hasta Vuestra Alteza
elevar podrá un cantar
un viejo, de quien ya empieza
a desvariar la cabeza
y la lengua a balbucear,
y que vacila y tropieza
al escribir y al andar?
Imposible: mi torpeza
de este papel la limpieza
no se atreve a emborronar.

Vuestra Alteza me perdone:
para mí es sólo el sonrojo
de no poder vuestro antojo
cumplir, mas la edad me abone.
Llegar a viejo supone
cambiar de ser; no es mancilla;
mas dejar de ser, humilla;
y pues lo que fué ya no es,
sólo pone a vuestros pies
lo que fué JOSÉ ZORRILLA

A Calderón

«La venerable Congregación de sacerdotes naturales de esta villa, puso aquí esta inscripción, con permiso de D. Diego Ladrón de Guevara, caballero de la Orden de Calatrava y patrón de esta capilla.»
(Capilla de San Salvador, sepulcro de D. Pedro Calderón de la Barca.)

Hay una antigua capilla
Pobre por su antigüedad,
Negra por su oscuridad,
Revocada por la villa,
Donde se lee en un rincón,
Más que con ojos con manos:
«AQUÍ LOS RESTOS HUMANOS
DE DON PEDRO CALDERÓN.»

I
Ave osada, cuyas plumas
Vistieron de cien colores
Con sus matices las flores,
Con su nieve las espumas.
A cuyos ojos el sol
Prestó luz y atrevimiento,
Y a cuyas alas dio viento
Tu noble aliento español.
A quien la tierra dio sombra,
Y la fortuna dio calma,
A quien un rayo dio el alma,
Y el universo una alfombra.
Águila para volar,
Reina del viento naciste,
Fénix al mundo saliste
Para vivir y cantar.
Águila fue tu osadía,
Que con su atrevido vuelo
Subió arrebatada al cielo
A beber la luz del día.
Fénix fueron tus cantares,
Pues al nacer y al morir
Sólo se hicieron oír
Al calor de sus hogares.
Águila tus ojos son,
Y fénix es tu garganta,
Es fénix la voz que canta,
Y águila la inspiración.
Si el águila ojos te da,
Te da el fénix melodía,
Para tu luz y armonía,
Ni ojos ni oídos habrá.
Mas, por desgracia o fortuna,
Ya tu garganta está seca,
Y allá en tu pupila hueca
No queda mirada alguna.
Duerme en paz en tu rincón,
Donde levantó tu gloria
Una cruz a la memoria
De DON PEDRO CALDERÓN.
Que si un mármol reclamó
Tu grandeza y te le dieron,
Según lo que le escondieron,
Parece que les pesó.
Yaces en un templo, sí,
Pero en tan bajo lugar,
Que pareces aguardar
Hora en que huirte de allí.
Mucho te guardan del sol:
¡Temerán que te ennegrezca!…..
O tal vez no lo merezca
Tu ingenio y nombre español.
En vez de tan vil lugar,
Si fueras un potentado,
Sepulcro te hubieran dado
Delante del mismo altar.
Porque al magnate altanero
Le dan virtud y oraciones
El oro de sus blasones,
Y su fortuna primero.
Mas duerme tranquilo ahí;
En ese rincón inmundo,
Para sarcasmo del mundo,
Te basta tu nombre a ti.
Que imbécil o descuidada
La malignidad del hombre,
Dejó olvidado tu nombre
Sobre el sello de tu nada.

II
Sombra ultrajada, perdona
Si tu sueño interrumpí,
Que mi atrevimiento abona
Lo poco que soy en mí,
Lo mucho que es tu corona.
Mis ojos te quieren ver,
Pero cuando más te miran,
Más imposible ha de ser.
¡Su lumbre van a perder
Ojos que por ti deliran!
Mis ojos ven tu laurel,
Y ver quisieran tu alma;
Que es martirio bien cruel
Desesperado al pie dél
Suspirar por una palma.
Mas si nada he de poder,
Digno Calderón, de ti,
Si el que a llorar venga aquí
Grande como tú ha de ser,,
A tu vez llora por mí,
Que menos no he de volver.
Pues tu osada inspiración
Eterna quedó en la historia,
Duerme en paz en tu rincón,
Donde levantó tu gloria
Una cruz…., triste memoria
De DON PEDRO CALDERÓN.

Mañana voy, nazarena

Mañana voy, nazarena,
A Córdoba la sultana;
Mi amorosa cantilena
Ya no sentirás mañana
Al compás de mi cadena.

Cuando vuelvan los cristianos
De los moros vencedores,
Lee mis destinos tiranos,
La historia de mis amores,
En la sangre de sus manos.

Valiera más que, cautivo,
En esa torre acabara
La triste vida que vivo;
Que la vida que hoy recibo
Me la vendes ¡ay! bien cara.

¡Adiós! Tu esclavo mañana
Ya no ha de cansarte enojos;
Pero es esperanza vana:
Cautivo quedo, cristiana,
En la prisión de tus ojos.

¡Maldita, hermosa, mi estrella!
¿Qué ha de valerme la vida,
Si no he de hallarte con ella
Ni en Granada la florida
Ni en mi Córdoba la bella?

De hoy me será el claro sol
Una lámpara importuna;
Hija del suelo español:
Tú eres mi sol y mi luna…..
La aurora y el arrebol.

Pues en ti pierdo el sol hoy,
Sin tu sol no he de vivir;
Sultana: a Córdoba voy,
Que en las tinieblas que estoy,
Presto, a fe, que he de morir.

Ha prometido Mahoma
Un paraíso, una hurí …..
Tú habrás de ser ángel, sí,
En esa región de aroma,
Y hemos de amarnos allí.

Tarde de otoño

Ya viene el revuelto otoño
Recogiendo frasco y flores;
Pasó el sol con sus calores,
Y alumbra al fin otro sol;
Pasaron las alboradas
Deliciosas de la aurora,
Que el horizonte colora
De purpurino arrebol.
Pasaron las noches claras
De la luna y los jardines;
Las noches de los festines
Tras el otoño vendrán.
Pasó el tiempo de las citas
A deshora entre las rejas,
Los cuidados de las viejas,
De las niñas el afán.
Pasaron las serenatas
Debajo de los balcones,
Las rondas y las canciones
Del mancebo emprendedor.
Todo es ya triste: la tierra
Pierde su brillante aliño,
Y el amor, que es pobre y niño,
Alivio busca al calor.
Mas si se envuelve la noche
Entre su sombra importuna,
Si pierde su blanca luna
Y sus horas de placer;
Si pierde la fresca aurora
Sus aromas y sus flores,
Sus nubes de cien colores,
S a aureola de rosicler;
Le que la en cambio a la tarde
Todo el encanto del día,
Y henchida de su armonía
Sale el sol a despedir.
Bella es la tarde que baja
Por el rosado Occidente,
Y se apaga lentamente
Para volver a lucir.

Es púrpura el horizonte,
Y el firmamento una hoguera,
Es oro la ancha pradera,
La ciudad, el río, el monte.
Rey de los astros, el sol,
Del regio trono al bajar,
Su pompa querrá ostentar
En su manto de arrebol.
Por eso suspenso está
De su reino a la salida,
Jurando a su despedida
Que mañana volverá.
Banda de nubes de grana,
Que con sus reflejos tiñe,
Flotando en torno le ciñe
Como turba cortesana.
Ráfagas mil que se cruzan,
Filigrana de la tarde,
El sol que a su espalda arde
En colores desmenuzan.
Y al hundirse en Occidente
Partida en muchas la llama,
Por el cielo se derrama
Fosfórica y transparente.
Es la postrera sonrisa
Del bello día que acaba,
Que de esa luz arrancaba
Su fresca ondulante brisa.
La fresca brisa que asoma
Por sobre la roca calva,
Remedio de la del alba
En frescura y en aroma.
A su venida, tardías
Cierran su cáliz las flores,
Y trinan los ruiseñores
Sus postreras armonías.
Se les va buscar la sombra
Entre las desnudas ramas,
Porque sus hojas de escamas
Sirven al suelo, o de alfombra.
Que ya el inconstante viento
Del otoño que aparece,
En los árboles se mece
Con brusco sacudimiento.
Flor, pronto inútil y sola,
En vez de la que él deshizo,
Orlará el campo pajiza
La purpurina amapola.

Brezos y arbustos impuros
De la montaña en la falda,
Vestirán su áspera espalda
Con sus matices obscuros.
Grupos de nubes perdidos
Como fantasmas deformes,
Traen en sus pliegues enormes
Vientos de invierno escondidos.
El árbol en largas hebras
Hiende sus cortezas vanas,
Y anuncian lluvias lejanas
Las rastras de las culebras.
Da el cuervo al aire su vuelo,
Graznidos a su garganta;
Rey del viento, se levanta
Entre la tierra y el cielo.
Se oye de algunas palomas
Perdido el último arrullo,
De alguna fuente el murmullo
Que entre los juncos asoma.
Queda el mundo en soledad;
Y en el aire alzan su imperio
Da las sombras el misterio,
Y el humo de la ciudad.

El día sin sol

Dies irce dies illa,
Solvet secluin in favilla.

Hizo al hombre, de Dios la propia mano,
Que tanto para hacerle fue preciso,
Hízole de la tierra soberano,
Y le dió por palacio el Paraíso.
Ágil de miembros, la cerviz erguida
Orlada de flotante cabellera,
Los claros ojos respirando vida,
Luenga la barba y con la voz severa.
Hechos para el deleite sus sentidos,
Vieron los ojos luz, gustó la boca,
Olió el olfato, oyeron los oídos,
Todo es placer cuanto pasando toca.
La hierba perfumada en la colina
Dióle un lecho do yace blandamente,
Y derramóse en torno cristalina,
Deshecha en perlas, la sonora fuente.
Y vertieron las aves en el viento
Regalada y dulcísima armonía
Desde el follaje vasto y opulento
Que fácil teje la alameda umbría.
Y al dormido murmullo de la brisa
Que vaga suave, inquieta y juguetona,
Dobló la frente, y con igual sonrisa
El sueño muellemente le corona.
Las fieras cuidadosas evitaron
Con su ruido turbar su manso sueño,
Y volando las aves arrullaron
El reposar de su tranquilo. dueño.
Dios, que su soledad miró enojosa,
De tornarla en placer buscó manera,
Y una mujer bellísima, amorosa,
Le ofreció liberal por compañera.
Era la hermosa de gentil talante,
Acabada de pechos y cintura,
De enhiesto cuello y lánguido semblante,
Rebosando de amor y de ternura.
Clara la frente, altiva y despejada,
Negras las cejas, blanca la mejilla,
Rasgada de ojos, blanda la mirada,
Do turbio el sol en competencia brilla.
Tendida por los hombros la melena,
La blanca espalda de la luz velando,
Hallóla Adán al despertar, serena
Sus varoniles formas contemplando.
Ciñóla, sorprendido en su embeleso,
Con brazo enamorado y reverente;
Mil veces la besó, y a cada beso
Trémula su cristal vibró la fuente.
El bosque susurró manso murmullo,
Los peces en las ovas asomaron,
Las tórtolas alzaron casto arrullo,
Y amorosos los céfiros soplaron.
«¡Alma mía, mi amor, paloma mía!….»,
El hombre sollozando murmuraba;
Ella, muerta de amor, le sonreía,
Y él, muriendo de amor, la enamoraba.
Posábale en su labio el labio amante
Aspirando con ámbares y aroma
El aire de su pecho vacilante,
La luz de sus pupilas de paloma.
Tú, rojo sol, entonces si los viste,
¿Por qué amantes y solos les dejaste,
Y la infernal serpiente no adormiste
Que envidiosa del bien cerca alumbraste?
¡Ay, cuánto ahorraras de miseria y llanto
Del hombre flaco a los mortales ojos,
Cuánto miedo a los ángeles, y cuánto
Al mismo Dios de cólera y enojos!
Era un árbol no más en los jardines
Vedado al paladar de los nacidos;
No anidaban en él los colorines,
Ni daba flor, ni sombra, ni sonidos.
Yacía Adán en brazos de su amada,
Y Eva miraba el prohibido fruto;
Al lado de la poma codiciada
Traidor velaba el enemigo astuto.
«¿No comerás, le dijo la serpiente,
»Criatura de origen soberano?
»Pudieras como Dios omnipotente
»Otro mundo crear de polvo vano.
»No comerás, y quedarás sujeta
»Al privilegio inútil de su hechura;
»Quedará el alma entre, su nada quieta,
»Y a ti te llamarán la criatura.»
Sintió el orgullo la mujer curiosa,
Que brotaba en carmín a la mejilla,
Y a la fruta tendió la mano ansiosa
Vertiendo de ella la mortal semilla.
Aplicóla a los labios, y callaron
Arboles, aves, céfiros y fuentes,
Y en su lugar fatídicos quedaron
Troncos, buitres, tormentas y torrentes.
Rugió el león crespando la melena,
Lanzó el tigre su ardiente resoplido,
Bufó en el bosque la traidora hiena,
El toro levantó ronco mugido.
Huyeron azotándose las alas
Las aves por el aura agonizante,
El fresco valle marchitó sus galas,
Tembló el mundo en los ejes de diamante.
Despertó el triste Adán absorto y mudo
Al desusado y bronco clamoreo,
Y avergonzado se miró desnudo,
La carne henchida de brutal deseo.
Tembló al mirar las fieras espantadas
Guarecerse en tropel en los peñascos,
Y buscar sus guaridas socavadas
De las montañas en los hondos cascos.
Hirióle el sol las débiles pupilas
Al recio impulso de fogosa lumbre,
Y halló en el cielo en aplomadas filas
De frías nubes torva. muchedumbre.
Y sintió que perdía de improviso
La gracia de su Dios con la inocencia,
Y trocóle en infierno el Paraíso
El nuevo torcedor de la conciencia.
Viéronse con rubor ambos nacidos,
Que con rubor entrambos no nacieron,
Y del crimen común arrepentidos,
Uno del otro con, vergüenza huyeron.
«¡Adán!» exclamó Dios llamando al hombre,
Y el eco en las montañas respondía;
«¡Adán!» repitió Dios, y el mismo nom
El eco mismo a repetir volvía.
¿Dó estaba Adán? Llorando prosternado,
Por vez primera de su Dios temblaba,
Y humillado en el polvo, «¡Yo he pecado!»,
Respondía a la voz que le llamaba.
«¡Adán! gritó el Señor, cuenta tus horas,
»Porque vendrá una hora en que te veas
»Dando cuentas al Dios ante quien lloras;
»Y hasta entonces, Adán, ¡maldito seas! »

I

«Naciste, Adán, en el polvo
»Y en el polvo morirás,
»Tú, y tus hijos, y tu raza,
»Y cuantos hombres serán.
»Sudaréis sobre la tierra
»Los hijos por sustentar,
»Mientras los hijos rebeldes
»Con sus padres lidiarán.
»La tierra brotará espinas,
»El tiempo ahogará la paz,
»Y sin número los hombres
»A su Dios olvidarán.
»Entonces hambres y pestes,
»Y de miserias un mar
»Acosará el impío mundo
»Sin descanso ni solaz.
»Y habrá ejércitos y buques
»Que agua y tierra infestarán,
»Y habrá esclavos y habrá reyes,
»Y pueblos y sociedad.
»Y habrá amor, y habrá amistades,
»Que en vez de consuelos dar
»Os darán con dulces nombres
»Amargas horas de afán.
»Y habrá el corazón pasiones
»A cuyo impulso fatal
»Hermano robará a hermano
»Cuanto bien pudo alcanzar.
»Será la mujer voluble,
»Será el hombre desleal,
»Y amor tornaráse en celos,
»Y en envidia la amistad.-
»Y en raza de un mismo origen,
»Todos con derecho igual,
»El poder será la fuerza
»Y el miedo la autoridad.-
»Nacerán conquistadores
»Las tierras a deslindar,
»Y donde uno puso un trono,
»Otro un cadalso pondrá.
»Pero YO, que os hice en polvo
»Y en polvo os he de tornar,
»Haré un día de justicias
»Para todos por igual;
»Haré un infierno y un cielo
»Y una inmensa eternidad
»En que grandes y pequeños
»Confundidos entrarán. »
Dijo así Dios reduciendo
Los tiempos a cantidad,
Cuando dio al primer nacido
El triste apodo de Adán.-

II

Tuba mirum spargens sonum
Per sepulchra regionum,
Coget omnes ante trhonum.

Ancho panteón de gente condenada,
Condenado a morir como su gente
Caerá el mundo en el pozo de la nada,
Rota en pedazos la caduca frente.
La impía raza en las tumbas cobijada
Otra vez se alzará mustia y doliente,
Roto el dogal que al polvo la sujeta,
Al vivo son de la final trompeta.
Ya para entonces el tremendo día
Del daño universal será cumplido;
El sol qua del Oriente nos venía,
Apagada su luz habrá caído;
La luna, que flotando se mecía
En el azul del cielo adormecido,
Seguirá al fin sus moribundas huellas
Llevando en pos las lánguidas estrellas.
Y la tierra, sin sol que la fecunde,
Seca no brotará hierba ni flores,
Y harán que reventando el mar la inunde
Los temporales de la mar señores;
Y a las manos del tiempo que confunde.
Cuantos un día desplegó primores,
La tierra que de césped se matiza
Campo será de pálida ceniza.
En sus mohosas grietas, asomados
Estarán los desnudos esqueletos,
Al juicio de su Dios aparejados,
Silenciosos, estúpidos y quietos;
Y a trechos en montones apilados,
El plazo aguardarán juntos y prietos,
Con sus despojos reemplazando enjutos
Templos, palacios, árboles y frutos.
No dará luz el cielo blanquecino,
Ni hará murmullo el ondular del viento,
Ni en las rocas el eco campesino
Repetirá lejano algún acento;
Noche y alba sin horas ni camino
Ahogarán su crepúsculo opulento,
Y serán presa de arrecidas nieblas,
Sin aurora ni noche, las tinieblas.
No habrá en este pantano dentro y fuera
Ni habrá cosa con cotos, ni lugares,
Las tierras no hallarán mar ni ribera,
Ni hallarán playa los disueltos mares;
Barro será la agonizante esfera
Sin medidas, ni bordes, ni vallares,
Cual masa por los siglos preparada
A tornar al origen de su nada.
Las almas volverán mudas de asombro
Los cuerpos a buscar en que vivieron,
Cuando a través del cenagoso escombro
Vayan tras el lugar do los perdieron:
Sin ayuda de mano, brazo u hombro,
La carne vestirán con que nacieron,
Porque escuche la carne la sentencia
Que oyó el alma al pasar a otra existencia.
Y cuando nada en el silencio aliente,
Cuando nada mortal quede con vida,
A la voz del airado Omnipotente,
De los muertos la turba estremecida
Iremos ante Dios, baja la frente,
Amedrentada el alma en su guarida,
A obedecer sus leyes inmortales,
Y ante la santa ley, todos iguales.

III

Judex ergo cum sedebit
Quidquid latet aparebit,
Nihil inultum remanebit.

Y no habrá para ninguno
Privilegio ni exención,
Sin justicia no habrá alguno,
Porque iremos uno a uno
Por pena o por remisión.
Será con todos igual,
Justiciero para todos
El tremendo tribunal,
E irán de distintos modos
El justo y el criminal.
En la frente irán escritos
Los secretos de la vida,
Y las conciencias a gritos
Apartarán los malditos
De la prole bendecida.
Que ni entonces una vez
La virtud se manchará
Del vicio con la hediondez,
Ni la ramera soez
Junto a la virgen irá.
Allí irán los que altaneros
A los pueblos dieron leyes
A acusar sus desafueros,
Sin lanza los caballeros,
Y sin corona los reyes.
Allí irá la hipocresía
Con el disfraz en la mano,
Y sabremos aquel día
Qué pechero hubo hidalguía
Y qué hidalgo fue villano.
Irá el pálido mendigo
En pos del rico avariento
Acusador y testigo,
Demandando pan y abrigo
De su alcázar opulento.
Irá el amigo traidor
Tras el amigo engañado,
El semblante sin color,
Como esclavo maniatado
Que llevan a su señor.
Irá el pérfido galán
Tras las vendidas mujeres,
Que descontándole irán
Por las horas de su afán
Las horas de sus placeres.
Irá el señor sin piedad,
E irán los siervos tras él
Pidiendo a su vanidad
La perdida libertad
En iracundo tropel.
Irán los conquistadores,
Y asidos a sus cabellos
Los vencidos vencedores,
Serán allí sus señores
Como aquí lo fueron ellos.
Irá la falsa mujer
Que al esposo juró amor,
Y el juramento de ayer
Empeñó por un placer
Al disoluto amador.
Irá el audaz pendenciero
Con el muerto en desafío;
Acuchillado el primero,
Y el otro en el pecho impío
Escondido el rojo acero.
¡Que el día de la verdad
El fantasma del valor
Será necia ceguedad.,
Y no más que vanidad
El fantasma del honor!
Irá el corrompido juez
Tras la víctima inocente,
Y en torno suyo a la vez
Clamarán en voz doliente
La orfandad y la viudez.
Irán los monjes carnales
Tras las forzadas doncellas,
Desgarrados los sayales,
Los cordones por dogales
Atados al cuello de ellas.
Los labios que un tiempo dieron
Blando y sacrílego son
Con los besos que vertieron,
Que torpe hoguera encendieron
En el brutal corazón;
Allí arderán en tal lumbre,
En fuego tan infernal,
Cuanto a Dios fue pesadumbre
Bajar a la podredumbre
De su pecho criminal.
Y allí iremos los cantores
Falsas flores del Edén
Que en vez de santos loores
Cantamos himnos de amores
A las puertas de un harén.
Allí del liviano mundo
Habrá fin la imbécil farsa;
Todos en montón inmundo,
Sin primero ni segundo,
Iremos en la comparsa.-
¿Qué será ver hombre tanto
Nacido para morir,
Ciegos los ojos de llanto,
Ciega el ánima de espanto,
Al valle inmenso venir?
¿Qué será ver al tirano
Balbuciente al responder
De la sangre de su hermano,
En que irá tinta la mano
Sin que la pueda esconder?
¿Qué será ver tantos reyes
Que por saciar su ambición
Pusieron la religión
Por rúbrica de unas leyes
De equívoca explicación?
¿Tantas gentes y naciones,
De tan distintas regiones,
De distintos caracteres,
Y de distintos placeres,
Y distintas religiones?
¡Los de Judá temerosos,
Los de Esparta y Macedonia,
Los de Oriente voluptuosos,
Los fecundos en colosos
De Menfis y Babilonia!
¡Los de los anchos desiertos
Avezados al pillaje,
De tiempo y dioses inciertos,,
Los que devoran sus muertos
En algazara salvaje!
¡Los de América indolentes,
Los impuros de Sodoma,
Los de Tebas penitentes,
Los de Sagunto valientes,
Y los triunfantes de Roma!
¡Todos, muertos o inmortales
De hinojos ante su juez,
Que con leyes eternales
Nos hará a todos iguales
Ante la ley una vez!

E irán las tiernas almas
De los alegres niños
En túmulos de palmas
Y lechos con armiños
Al pie del trono espléndido
Del santo de Israel.
Sus ángeles hermanos
Haránles grata sombra
Con sus rosadas manos,
Y les harán alfombra
Con sus alas magníficas,
Y almohadas y dosel.
La paternal sonrisa
Del Dios omnipotente
Seráles blanda brisa,
Que arrulle mansamente
El contorno suavísimo
De su tranquila sien.
Y dormirán de espumas
Al dulce hervir sonoro,
Y de ondulantes plumas,
Y de incensarios de oro
A la acordada música
Del prometido Edén.
E irán las no tocadas
Castísimas mujeres
Que huyeron avisadas
El mundo y los placeres,
Y dieron al Altísimo
Intacto su pudor,
Ceñida la cintura
De blancas azucenas,
Radiantes de hermosura,
Y en dulces cantilenas
Loando en sol angélico
Al eternal amor.
Y todas tan hermosas
Como la tibia luna,
Y todas ruborosas
Como al dejar la cuna,
Todas ofrendas cándidas
De paz y de placer.
Purísimas palomas
Que el cielo halaga y cría,
Balsámicos aromas
Que en prendas de alegría
Entre dolor y lágrimas
Da al cielo la mujer.
Y ¿ qué será en tal hora
De duelos y de enojos
Su calma encantadora,
Y de sus bellos ojos
Contemplar el pacífico
Brillante tornasol?
Y ¿qué será en sus labios
Su sonreír de amores,
Cuando grandes y sabios,
Y reyes, y señores,
El día verán trémulos
Sin tinieblas ni sol?

IV

Y ¿ qué será de nuestro dulce canto,
Qué será de nosotros los cantores,
Los que lloramos cántigas de llanto,
Los que reímos cántigas de flores?
¿Qué será de la hermosa a quien un día
Himnos de amor y de placer cantamos,
Que en nuestros labios el amor bebía,
Y en cuyos labios el amor gozamos?
¿ Qué serán de sus ojos los espejos
Do nuestra imagen retratada vimos,
Do al lánguido rielar de sus reflejos
Su secreto de amor la sorprendimos?
¿Qué será del amigo cariñoso
Que amar nos hizo la falaz fortuna,
Del triste que veló nuestro reposo
Al resbalar de la furtiva luna?
Acaso el corazón lo desgarraba
El peligro fatal del que dormía,
Y su afán compasivo nos callaba,
Doblando su silencio su agonía.
¡Ay! ¿Qué será del padre y del hermano,
Qué será del esposo y de la esposa
Cuando aparte Jehová con justa mano
Del torpe vicio la virtud dichosa?
¿Cuando se abran las puertas eternales
Al eterno gozar del Paraíso,
Y les sea a los tristes criminales
Al duelo eterno caminar preciso?
¡Ay de mí! ¡Con cuán hondo desconsuelo
Los ojos tornarán desesperados
La postrimera vez mirando un cielo
que también nacieron destinados!
¡Oh tristísima y larga despedida,
Eterna muerte, eterna bienandanza,
Donde, perdiendo de una vez la vida,
Se pierde de morir toda esperanza!

¡Qué dulce será vivir,
Vivir una eternidad,
Sin pensar más en morir,
Ni pensar en reducir
A guarismo nuestra edad!
¡Qué dulce será, vagando
Por la viviente mansión,
Ir al compás escuchando
De las arpas de Sión,
Eternamente gozando,
Aquella aura perfumada,
Y aquel manso susurrar
De la floresta encantada,
Y aquella luz reflejada
De soles en un millar,
Y aquel gotear de las fuentes,
Y aquel trinar de las aves,
Y aquel hervir los torrentes,
Y aquellos mares vivientes
Sin monstruos, vientos, ni naves!
Y si en la fresca ribera
Quien amó en vida encontrara
La amorosa compañera
Que antes que el mundo muriera
Muerta en el mundo quedara,
¡Qué dulce fuera vivir,
Vivir una eternidad,
Sin pensar más en morir,
Ni pensar en reducir
A guarismo nuestra edad!
¡Oh, ven, ven, arpa sonora,
En las penas de mi vida
Mi tierna consoladora,
Esperanza seductora
De mi esperanza perdida!
Tú que templas en el suelo
Nuestros dolores mundanos
Con ilusiones de cielo,
Consuela mi desconsuelo
Con tus compases livianos.
Y déjale que delire
Con el cielo al corazón,
Y déjale que suspire,
Que el ámbar feliz aspire
De su dulce religión.
Porque en tanto que suspira
Por la postrimera paz,
¡Viva Dios que no delira
Con la nada y la mentira
De la existencia falaz!

A una mujer

Ayer el alba amarilla,
Al anunciar la mañana,
Pintaba de tu ventana
El transparente cristal;
Ayer la flotante brisa
Daba a la atmósfera olores,
Meciendo las gayas flores
Sobre el tallo desigual.

Ayer, al rumor tranquilo
De la corriente vecina,
En la orilla cristalina
Se bañaba el ruiseñor;
Y pájaros, flores, fuentes,
Saludando al nuevo día,
Le prestaban armonía
En cambio de su color.

Ayer era el sol brillante,
El cielo azul y sereno,
El jardín fresco y ameno,
Y delicioso el vivir;
Eras tú niña y hermosa,
Sin rubor sobre la frente,
Tu velar era inocente,
Inocente tu dormir.

Tú reías y cantabas,
Niña o ángel en el suelo,
Y tus risas en el cielo
Eran guirnaldas tal vez:
Estrellas eran tus ojos,
Cántico vago tu acento,
Blando perfume tu aliento,
Luz de la aurora tu tez.

Entonces, niña, en tu mente
No resonaban las horas,
Ni apenaban seductoras
Fantasmas al corazón;
No te pintaba tu sueño
Entre la sombra callada
Un suspiro, una mirada
En voluptuosa ilusión.

Para ti no había tiempo,
Todo era paz, todo flores,
No había infierno de amores,
Ni fastidio del placer;
Un poeta te cantaba
Melancólicos cantares,
Y la voz de sus pesares
No comprendías ayer.

¡Pobre niña! ¿Qué se han hecho
Los delirios de tu infancia?
¿Qué has hecho de tu fragancia,
Marchita olvidada flor?
Tus hojas yacen quemadas,
Tu cáliz vacío y seco,
Tu tallo quebrado y hueco,
El sol no te da color.

Niña de los negros ojos,
¿A qué viniste a la tierra?
Rosa nacida entre abrojos,
¿Qué esperas del mundo, di?
Una brisa corrompida,
Fétida, hedionda, te mece,
Tu aroma se desvanece…..
¿Quién demandará por ti?

Ángel mío, vuelve al cielo
Antes que el mundo te vea,
Que los placeres del suelo
Placeres malditos son.
¡Oh! Por el gozo de un día
No compres, no, tu tormento;
El cielo es sólo, ¡alma mía!,
De los ángeles mansión.

¡Hoy es tarde!…. ¡Eres mujer!
Leo en tu frente humillada
El porvenir de la nada
Entre las huellas de ayer.
Veo en tu rostro bullir
Ese torcedor secreto…..
¡Tu velar es hoy inquieto,
Es inquieto tu dormir!
Lívida está tu mejilla,
En desorden tus cabellos…..
Mujer, mal prendida en ellos
Olvidada, una flor brilla.
Anoche, en vez de oración,
Desesperada en el lecho,
Exhalaste de tu pecho
Sacrílega maldición.
Que en el cristal transparente
Contemplastes aterrada
Del negro crimen grabada
La marca infame en la frente.
Que mal sujeta a tus flores
Entre tus gasas y lazos,
Rasgando van a pedazos
Tu hermosura los dolores.
¡Ay! Inútilmente lloras
El desvanecido encanto;
Entre las ondas del llanto
No vuelven, mujer, las horas.
Dióte el mundo oro y placeres
Cumpliendo al fin tus afanes,
Ídolo de los galanes,
Envidia de las mujeres;
Y a luz salistes ufana
Con tu hermosura ¡oh mujer!
Sin acordarte de ayer,
¡Y sin pensar en mañana!
¡Ay! En la tumba concluyen
El gozar y el padecer
Del mundo vano,
Y los vicios nos destruyen
Y nos matan ¡oh mujer!
Tarde o temprano.

Y tú, caída palmera……
Porque vendiste tu amor
A precio infame,.
Has querido, vil ramera,
Que a tus puertas el dolor
Más presto llame.

Tal vez lúbrico magnate
Te inundó por un placer
De oro y cariño,
Y mientras su rey combate,
Él te cobija, mujer,
Bajo su armiño.

Tal vez coronada frente
Descansó en tu impuro pecho,
Tu amor comprando,
Y hoy el mendigo indigente
Te negará el pobre lecho,
Tu frente hollando

Pasaron, niña, los días,
Con ellos las ilusiones
Infantiles,
Con ellos vienen impías
Las tormentas y aquilones
De tus abriles.

Con ellos llanto y dolores,
Remordimiento, amargura
Y desengaños:
Que en sus pliegues roedores,
Gala, placer y hermosura
Hunden los años.

¡Murió! La voz de la fatal campana
Apagó su memoria y en oración;
Nadie su nombre buscará mañana;
Yace su tumba en fétido rincón.
Aquel clamor fatídico y doliente
Se plegó entre las flores del jardín,
Vibró con los cristales de la fuente,
Rodó sobre los brindis del festín.
Y en oculto elegante gabinete,
Brusco y agudo penetró también,
Y se estrelló entre el humo del pebete
De alguna hermosa en la tocada sien.
Pero una sola lágrima, un gemido
Sobre sus restos a ofrecer no van,
Que es sudario de infames el olvido…..
¡Bien con su nombre en su sepulcro están!

Dueña de la negra toca

Dueña de la negra toca,
la del morado monjil,
por un beso de tu boca
diera a Granada Boabdil.
Diera la lanza mejor
del Zenete más bizarro,
y con su fresco verdor
toda una orilla del Darro.
Diera la fiesta de toros
y, si fueran en sus manos,
con la zambra de los moros
el valor de los cristianos.
Diera alfombras orientales,
y armaduras y pebetes,
y diera… ¡que tanto vales!,
hasta cuarenta jinetes.
Porque tus ojos son bellos,
porque la luz de la aurora
sube al Oriente desde ellos,
y el mundo su lumbre dora.
Tus labios son un rubí,
partido por gala en dos…
Le arrancaron para ti
de la corona de Dios.
De tus labios, la sonrisa,
la paz de tu lengua mana…
leve, aérea, como brisa
de purpurina mañana.
¡Oh, qué hermosa nazarena
para un harén oriental,
suelta la negra melena
sobre el cuello de cristal,
en lecho de terciopelo,
entre una nube de aroma,
y envuelta en el blanco velo
de las hijas de Mahoma!
Ven a Córdoba, cristiana,
sultana serás allí,
y el sultán será, ¡oh sultana!,
un esclavo para ti.
Te dará tanta riqueza,
tanta gala tunecina,
que ha de juzgar tu belleza
para pagarle, mezquina.
Dueña de la negra toca,
por un beso de tu boca
diera un reino Boabdil;
y yo por ello, cristiana,
te diera de buena gana
mil cielos, si fueran mil.

A MI HIJA

Por cima de la montaña
que nos sirve de frontera,
te envía un alma sincera
un beso y una canción;
tómalos; que desde España
han de ir a dar, vida mía,
en tu alma mi poesía,
mi beso en tu corazón.

Tu padre, tras la montaña
que para ambos no es frontera,
lleva la amistad sincera
del autor de esta canción.
Recibe, pues, desde España
beso y cantar, vida mía,
en tu alma la poesía
y el beso en el corazón.

Si un día de esa montaña
paso o pasas la frontera,
verás el alma sincera
de quien te hace esta canción,
que la hidalguía de España
es quien sabe, vida mía,
dar al alma poesía
y besos al corazón.

II

Dueña de la negra toca
Dueña de la negra toca,
la del morado monjil,
por un beso de tu boca
diera a Granada Boabdil.
Diera la lanza mejor
del Zenete más bizarro,
y con su fresco verdor
toda una orilla del Darro.
Diera la fiesta de toros
y, si fueran en sus manos,
con la zambra de los moros
el valor de los cristianos.
Diera alfombras orientales,
y armaduras y pebetes,
y diera… ¡que tanto vales!,
hasta cuarenta jinetes.
Porque tus ojos son bellos,
porque la luz de la aurora
sube al Oriente desde ellos,
y el mundo su lumbre dora.
Tus labios son un rubí,
partido por gala en dos…
Le arrancaron para ti
de la corona de Dios.
De tus labios, la sonrisa,
la paz de tu lengua mana…
leve, aérea, como brisa
de purpurina mañana.
¡Oh, qué hermosa nazarena
para un harén oriental,
suelta la negra melena
sobre el cuello de cristal,
en lecho de terciopelo,
entre una nube de aroma,
y envuelta en el blanco velo
de las hijas de Mahoma!
Ven a Córdoba, cristiana,
sultana serás allí,
y el sultán será, ¡oh sultana!,
un esclavo para ti.
Te dará tanta riqueza,
tanta gala tunecina,
que ha de juzgar tu belleza
para pagarle, mezquina.
Dueña de la negra toca,
por un beso de tu boca
diera un reino Boabdil;
y yo por ello, cristiana,
te diera de buena gana
mil cielos, si fueran mil.

CON EL HIRVIENTE RESOPLIDO MOJA

Con el hirviente resoplido moja
el ronco toro la tostada arena,
la vista en el jinete ata y serena,
ancho espacio buscando el asta roja.

Su arranque audaz a recibir se arroja,
pálida de valor la faz morena,
e hincha en la frente la robusta vena
el picador, a quien el tiempo enoja.

Duda la fiera, el español la llama;
sacude el toro la enastada frente,
la tierra escarba, sopla y desparrama;

le obliga el hombre, parte de repente,
y herido en la cerviz, húyele y brama,
y en grito universal rompe la gente.

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Excelso monte do el romano estrago eterna mostrará…
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