»MANUEL REINA

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Breve Biografía de Manuel Reina

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 Manuel Reina Montilla nace en Puente Genil el 4 de octubre del 1856 falleciendo el 11 de mayo del 1905. Estudiando el bachiller en Córdoba dedicó mucho de su tiempo en leer a Víctor Hugo, José de Espronceda y a Gustavo Adolfo Bécquer, quienes les influyeron posteriormente en sus obras de poesía que tan admirablemente escribió. Estudió derecho en Sevilla, Granada y Madrid, publicando su primer poema en la revista El Bazar en 1874. No obstante su primer libro no aparece hasta el 1877 bajo el nombre de Andantes y Allegros. Sus trabajos de poesía fueron fecundos, así podriamos citar algunas obras como: Cromos y Acuarelas (1878), La vida inquieta (1894), Poemas paganos (1896), Rayo de sol (1897), El jardín de los poetas (1899). Su último libro Robles de la selva sagrada, fue publicado en 1906.

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Autor

Byron en Venecia

Sobre la frágil onda iluminada
por el radiante sol, surca ligera
del bardo inglés la góndola dorada
desplegando a los aires su bandera.

De pie en la popa; la apolina frente,
bañada en rayos, la mirada inquieta
tendida por el mar resplandeciente,
boga triunfante el inmortal poeta.

Desde los cincelados miradores
las venecianas vírgenes hermosas
fijan en él sus ojos seductores,
y le mandan sonrisas amorosas.

Y sueñan por la noche, enamoradas,
con la canción del bandolín sonoro,
el recio combatir de dos espadas
y el choque alegre de las copas de oro.

La Estatua

En medio del jardín yérguese altiva,
en riquísimo mármol cincelada,
la figura de un dios de ojos serenos,
cabeza varonil y formas clásicas.
En el invierno, la punzante nieve
y el viento azotan la soberbia estatua;
pero ésta, en su actitud noble y severa,
sigue en el pedestal, augusta, impávida.
En primavera, el aureo sol le ofrece
un manto de brocado; las arpadas
aves con sus endechas la saludan;
los árboles le tejen con sus ramas
verde dosel; el cristalino estanque
la refleja en sus ondas azuladas,
y los astros colocan en su frente
una diadema de bruñida plata.
Mas la estatua impasible está en su puesto
sin cambiar la actitud ni la mirada.
¡Así el genio inmortal, dios de la tierra,
siempre blanco de envidias o alabanzas,
impávido, sereno y arrogante,
sobre las muchedumbres se levanta!

Morendo

Hermosa, ya tus pupilas
que soles radiantes fueron,
perdiendo van sus fulgores,
su viveza van perdiendo;
tu provocativa boca,
trono del amor y el beso,
palidece, y huyen de ella
la gracia, el clavel y el fuego;
ya en la cascada de oro
de tus brillantes cabellos,
algunos rayos de luna
aparecen indiscretos,
y en tu nacarada frente
de nítido terciopelo,
un hada un surco ha trazado
con su alabastrino dedo;
las flores de tu semblante
se han marchitado y deshecho,
y las flores de tu alma,
hermosa, también han muerto.

María Stuart

A Rafael Moyano.

Pálida la color, en la alba frente,
un surco que revela el desconsuelo,
la azul pupila dirigida al cielo,
el paso firme, el ademán prudente,
baña su hermosa faz el llanto ardiente.
Marcado en su semblante está el desvelo,
y un vestido de negro terciopelo
aprisiona sus formas ricamente.
Así María Stuart camina lenta,
el pudoroso pecho destrozado,
a la picota lúgubre y sangrienta;
y al rodar su cabeza en el tablado,
rodó en el suelo, para eterna afrenta,
el nombre de su prima deshonrado.

MayoFemDe azul y plata adornada
está la rauda cascada;
azul el ancho horizonte;
verde la hermosa enramada,
y la pradera y el monte.

Luce la lozana flor
sus perfumes y sus galas;
y entona cantos de amor
ese poema con alas
que llamamos ruiseñor.

Las arboledas sombrías
se cubren con verdes velos;
y báñanse, en armonías,
esas noches que son días
y esos días que son cielos.

El aire se halla inflamado,
y la hermosa con su amado,
a los rayos de la luna,
cruza en bajel nacarado
la brilladora laguna.

Todo es luz, brisas, colores,
ambiente, dulzura, calma,
pájaros, notas y flores.
Sólo en mi pecho hay dolores
y desencanto en mi alma.

En un álbum

-Los dioses se van, ha dicho
un eminente filósofo;
-El cielo es un cementerio
azulado -grita otro.
-El Cristo ya se desploma
-escribe un genio coloso,
y la multitud exclama:
-Los templos están ruinosos.

Yo sé que las religiones
ruedan tristes en el polvo,
y sé que ante la razón
todos se postran de hinojos;
no obstante, querida mía,
yo sigo siendo católico,
y es porque la Virgen tiene,
¡Oh hermosa!, tu mismo rostro.

A F…

Cuando miro de noche en el cielo
dos brillantes estrellas unidas,
me figuro que son nuestras almas
refulgentes de amor y alegría.
Pero al ver separarse a una de ellas
señalando una estela divina,
¡ay! me muero al pensar que es tu alma
que se aleja, veloz, de la mía.

Juventud de Musset

A D. Manuel Cano y Cueto.

Mimí Pinsón, la griseta
seductora,
arrulla, dulce y coqueta,
con su risa trinadora,
la juventud del poeta.
Junto a su amada, el cantor
da al olvido
toda amargura y dolor,
al pie de rosal florido
donde mora un ruiseñor.
Y ella, con vivos fulgores
en los ojos,
al vate de sus amores
ofrece sus labios rojos
y una corona de flores.
Y a la luz de astros radiantes
y entre notas argentinas
del ave, estallan triunfantes
las rotas frases divinas
y el beso de los amantes.

II
En tarde resplandeciente
y aromada,
reclina el genio la frente
sobre el cabello esplendente
de su gentil adorada;
cuando, envuelto en áurea bruma,
cruza el cielo
cisne blanco, cual la espuma,
que, herido, pierde en su vuelo,
una ensangrentada pluma.
Con rápida sacudida
se alza el vate,
y ase, el alma conmovida,
la pluma, en sangre teñida
cual lanza tras del combate.
Y arranca de ella el tesoro
de sus más tristes canciones,
bajo cuyas alas de oro
se anegan en dulce lloro
los dolientes corazones.

Introducción

Hijo soy de mi siglo,
y no puedo olvidar que por el triunfo
de la conciencia humana,
desde mis años juveniles lucho.
NÚÑEZ DE ARCE.

Soy poeta: yo siento en mi cerebro
hervir la inspiración, vibrar la idea;
siento irradiar en mi exaltada mente
imágenes brillantes como estrellas.
El fuego abrasador de los volcanes
en mi gigante corazón flamea;
escalo el cielo, bajo a los abismos,
rujo en el mar, cabalgo en la tormenta.

Soy poeta: mi espíritu se escapa
de la mezquina cárcel de la tierra,
y sobre otros espacios y otros mundos
tiende sus alas de águila altanera.
Bebe la luz en la mansión del rayo;
«atraviesa las órbitas etéreas»,
y el penetrante arpón de sus pupilas
recorre el panorama de la esfera.

Soy poeta: al rumor de las naciones
las cuerdas de mi cítara se templan;
lloro en el negro mundo de las tumbas,
río en la bacanal, trueno en la guerra.
El amor y la patria son mi vida;
el corazón humano, mi poema;
mi religión, la caridad y el arte;
la libertad sublime mi bandera.

Soy poeta: yo siento en mi cerebro
hervir la inspiración, vibrar la idea;
siento irradiar en mi exaltada mente
imágenes brillantes: ¡soy poeta!

Andalucía

A José Vignote.

Cielo brillante, fuentes rumorosas,
ojos negros, cantares y verbenas,
altares adornados de azucenas,
rostros tostados, perfumadas rosas.
Bellas noches de amor esplendorosas,
mares de plata y luz, brisas serenas,
rejas de nardos y claveles llenas,
serenatas, mujeres deliciosas.
Cancelas orientales, miradores,
la guitarra y su triste melodía
vinos dorados, huertas, ruiseñores,
deslumbradora y plácida poesía…
He aquí al pueblo del sol y los amores,
la mañana del mundo: ¡Andalucía!

Improvisación

He aquí los genios gigantes
Más dignos de aplauso y gloria,
Que hallo en las hojas brillantes
Del gran libro de la historia:
Moisés, el sabio profundo,
Que un Dios a los hombres dio,
Y Colón, que descubrió
El llamado Nuevo Mundo.

Tres ruiseñores

BARBIERI

Ruiseñor cuyo canto es nuestra patria;
sus obras son el español poema;
el madrigal dulcísimo que cruzan
los amantes nocturnos en la reja;
el árabe cantar; el poderoso
grito de libertad e independencia;
el ritmo cadencioso y elocuente
que forman con sus pasos nuestras bellas;
la hermosa Andalucía; los fulgores
que en los cuadros de Goya centellean,
y el murmurar del aire cuando agita
la española bandera.

BÉCQUER

Es su canto la luz: el horizonte
lleno de tristes sombras y de estrellas;
el gemido de un pecho destrozado;
los amores del lirio y la azucena;
el himno que murmuran las estatuas
en sus anchos sarcófagos de piedra;
la rosa y oro, espléndidos colores
que Ticiano ostentaba en su paleta;
el rumor de las hojas en otoño;
del cisne melancólico la queja,
y el silbido del viento entre los sauces,
y las tumbas desiertas.

GAYARRE

Es su voz mundo inmenso de armonía;
«el son valiente de la trompa épica»
el suspiro de un alma enamorada;
las sonrisas; las lágrimas sangrientas;
el buril primoroso de diamante
que en el gastado corazón penetra
el placer; la bondad; el sentimiento;
el perfume y color de las violetas;
las preciosas canciones de Petrarca
el estridente grito de la guerra,
y un mar de luz y notas que en sus pliegues
arrastra ricas perlas.

El corazón de una hermosa

PRÓLOGO
Manuel, en una noche del estío,
en el sereno azul clavó los ojos;
encendió un aromático veguero,
y escribió esta novela. Fin del prólogo.

I
RETRATO
Era el capitán don Juan
joven bello y decidor;
apuesto, rico y galán,
y por su porte y valor
llamado El gran capitán.
Dorados vinos bebía,
con esplendidez jugaba
y lindos trajes vestía;
y, calavera, pasaba
el tiempo en perenne orgía.
Como el héroe conocido,
que Espronceda nos pintó,
Don Juan nunca recordó
dinero por él perdido
ni mujer que abandonó.
Era nuestro capitán
en la esgrima gran maestro;
en los salones galán,
y en hacer saltar, muy diestro,
los tapones del champán.
En fin, por su corazón,
por su riqueza, hermosura
y ardiente imaginación,
era Don Juan la figura
de la misma seducción.

II
EN LA REJA
-¿Te vas, mi corazón, mi amor primero?
-Me marcho ya, querida;
mas antes, que me des un beso quiero.
-Con él toma mi vida.
-Adiós, adiós, mi gloria, mi alegría.
-¡Ay, Juan! ¿Me olvidarás?
¿Serás infiel a mi cariño, un día?
-Jamás, Rosa, jamás.

III
ROSA
Rosa, joven divina y vaporosa,
formada del aroma de las flores;
dulce como canción de ruiseñores;
cual noche de esponsales, deliciosa.
Era de honor encantadora marca
su pecho; en su pupila penetrante
fulguraba una página del Dante;
en su faz, un soneto de Petrarca.
Su cuerpo era conjunto primoroso
de estrellas y jazmines. ¿Quién diría
que bajo forma tal palpitaría
un corazón tan grande y poderoso?
Rosa, joven divina y candorosa,
del bello capitán enamorada…
¡Cuán infeliz, vendida y desgraciada
fuiste por el amor…! ¡Ay pobre Rosa!

La joven de los ojos negros

(A doña Fuensanta Crespo, esposa
del eminente poeta Grilo).

En la ardiente orgía,
cantando y riendo,
la copa en la mano,
conmovido el seno,
vestida de blondas,
raso y terciopelo,
se encuentra la joven
de los ojos negros.
En su tersa frente
los rubios cabellos
pálidos flamean
con fulgor intenso,
y suave murmullo
de encendidos besos
palpita en sus labios
de grana y de fuego.
La noche es oscura;
el helado cierzo
fatídico silba
y retumba el trueno;
vestida de harapos,
muerta de hambre y miedo,
una mujer entra
en el aposento
donde lugar tiene
el festín espléndido,
y a la hermosa joven
de los ojos negros
pide una limosna
con lúgubre acento.
La joven la mira
con adusto ceño,
y sin socorrerla
la despide luego;
y la melancólica
guitarra tañendo,
con voz argentina
da esta copla al viento:
«¡Qué triste está el mundo!
¡Qué triste está el cielo!
¡Qué triste se encuentra mi madre! y en cambio
¡qué alegre mi pecho!»

II

Con lluvias y fríos,
pasó el crudo invierno,
y el mes de las flores,
de delicias lleno,
con su sol radiante
y amores risueños,
tiende por el mundo
su rosado velo.
Levántase el día
teñido de fuego,
y en olas de oro
se bañan los cielos
entonan las aves
sus dulces gorjeos,
y en el lago límpido
agitase el céfiro.
Por aquella senda
que va al cementerio
llevan unos hombres
un humilde féretro,
en el cual descansan
los ya fríos restos
de la hermosa joven
de los ojos negros.
La única persona
que va en el entierro
es aquella pobre
que con hambre y miedo
entrose en la orgía
la noche de invierno.
Mil ayes despide
su angustiado pecho,
y vierten sus ojos
lágrimas sin cuento.
Madre es de la joven
de los ojos negros,
y por eso exclama
con grandes lamentos:
«¡Qué alegre está el mundo!
¡Qué alegre está el cielo!
¡Qué alegres las aves canoras!, y, en cambio,
¡qué triste mi pecho!»

Cantar

Magnífica es la riqueza;
la libertad, admirable;
la salud, mucho mejor;
y mejor que ésta, mi madre.

La catarata y el ruiseñor–

I
Desplómase la rauda catarata
envuelta en luz y plata,
rompiendo en mil pedazos su diadema;
al abismo se lanza y precipita,
y ruge, canta, grita,
formando con sus ritmos un poema.

Al ver sus vestiduras y cendales
cubiertos de cristales
y de resplandeciente pedrería,
un ruiseñor contémplala extasiado,
y canta entusiasmado
sublime y amorosa melodía.

Y en torno del torrente que flamea
el pájaro aletea;
moja en el agua límpida su pluma,
y por la catarata arrebatado
el pájaro, asfixiado,
en el abismo rueda entre la espuma.
II
El vicio es una hirviente catarata
que rauda se desata
y en el oscuro abismo se despeña;
y al mirar su diadema de brillantes,
su luz y sus cambiantes,
el alma, alguna vez, suspira y sueña.

Baile de Máscaras

El salón, por deliciosas
mujeres, se halla adornado;
parece estuche dorado
lleno de piedras preciosas.
¡Oh brillante diversión!
Notas, perfumes, colores,
gasas, diamantes y flores,
en lujosa confusión!
Los brilladores reflejos
de los ojos de las bellas;
la luz, salpicando estrellas
en los grandiosos espejos;
los tapices, las pinturas,
los elegantes tocados,
las alfombras, los brocados,
las correctas esculturas,
los cojines orientales,
las blondas, la gentileza
de las damas, la riqueza
de mármoles y cristales,
el raso, perlas y tul,
plumas, risas y fragancia,
forman de la hermosa estancia
un mundo de oro y azul

Allí se ve al caballero
feudal, al cinto la espada,
ostentando la celada
y la cota del guerrero,
prodigando madrigales
a una linda jardinera
de rizada cabellera
y pupilas celestiales.
Allá, un alegre estudiante
baila con una sultana;
aquí, una lista aldeana
se burla de un almirante.
Allí, un grave capuchino
de mirada tenebrosa
y barba blanca y sedosa,
baila, en raudo torbellino,
con una bella gitana
que luce negra mantilla,
y exhibe la pantorrilla
bajo la falda de grana.
Mirad, mirad aquel clown
en brazos de alta señora;
ved aquí, esta labradora
bailar con un infanzón.
Allá, marcha un mosquetero
con una monja del brazo;
mirad, en estrecho lazo,
una reina y un torero.
Allí, un astrónomo gira
bordado el manto de estrellas
en derredor de las bellas
aquel trovador suspira.
Y se encuentran confundidos
payasos, reyes, gitanos,
griegos, moros y cristianos,
guerreros, frailes, bandidos.
Monjas, magas, bailarinas,
labradoras y princesas,
rusas, gitanas, inglesas,
moras, gallegas y chinas.
Y en medio de ese ruido,
de esta locura y afán,
del espumante champán
se oye el báquico estampido.
Y vestido de escarlata,
y ceñida la tizona,
Mefistófeles entona
la sublime serenata.

La Bellas Artes

PINTURA
Es el limpio fanal del universo;
el marco de brillantes panoramas;
el mar con sus abismos insondables
y sus lucientes olas de esmeralda;
el cielo con sus nubes y sus astros;
el arroyo que claro se desata
y copia en su cristal plantas y flores;
el horizonte; las divinas alas
de las deslumbradoras mariposas;
el ocaso; la noche; la mañana,
y el espejo granDioso en que los mundos
con sus luces y sombras se refractan.

ESCULTURA
Es la forma; es el arte que de un mármol
una figura celestial arranca;
el alma de infinitas religiones;
Atenas floreciente y decantada;
el abultado pecho de la hermosa;
el altivo palacio y la montaña;
la obra que Dios, artífice supremo,
fabricó, poderoso, de la nada;
el espectro que llora en las ruinas;
el plano entero de la hermosa Italia;
la lluvia,en fin, cuyo cincel de gotas
la verde espiga de la tierra saca.

MÚSICA
Es el cantar que entonan las edades;
el lenguaje sublime de las hadas;
el ritmo de los ejes de la tierra;
el canto del torrente y la cascada
el son del huracán; las dulces trovas
que las aves entonan en las ramas;
el placer de la corte y de la aldea;
del amoroso labio la palabra;
las sentidas canciones populares…
Arte del sentimiento, arte formada
de notas, ruiseñores invisibles
cuyo precioso nido son las almas.

POESÍA
«Es el limpio fanal del universo»;
«el lenguaje sublime de las hadas»
«el alma de infinitas religiones»
la música del beso regalada
el mundo del amor y del espíritu;
la rota almena; el opulento alcázar;
la luz del rayo; el grito de los mares;
el inmenso rumor de las batallas;
el color y el perfume de las rosas;
la historia de los pueblos; la mirada
de unos hermosos ojos; el espacio;
el cielo; el campo; el mar; la flor; el aura.

Las Estaciones

Si al llegar la lozana primavera
contemplo en la pradera,
rosas divinas y claveles rojos,
recuerdo tus mejillas y sonrojos.

Si el verano al llegar luce el tesoro
de las espigas de oro,
y las noches brillantes y azuladas,
recuerdo tu cabello y tus miradas.

Si al llegar el otoño, oigo la brisa,
que vagando indecisa
entre las hojas pálidas, murmura,
tu voz recuerdo melodiosa y pura.

Y si el invierno viste el blanco velo
de nieves y de hielo,
y de las nieblas el capuz sombrío,
tu corazón recuerdo negro y frío.

La flor de mi esperanza

Una flor se divisa
en el oscuro campo de batalla,
y sus hojas, movidas por el viento,
de humo y sangre se esmaltan.
Un corcel galopando se aproxima,
y pronto va a pisarla;
mas una mano fuerte y vigorosa
lo detiene, y ¡la flor está salvada!
Hoy así se divisa
en el oscuro campo de mi alma,
una flor blanca y pura:
la flor de mi esperanza.
El corcel volador de las pasiones
se acerca a destrozarla.
¡Ay de ella si tu mano bendecida
no detiene su marcha!

A una mujer

Es de rayos de sol tu cabellera
la línea de tu rostro seductora;
eres la encarnación de la hermosura;
de las gracias la diosa.

La voluptuosidad, ave de fuego,
tiene por nido tus divinas formas;
y hay un cielo de esencias y rubíes
en tu risueña boca.

Sólo te falta el alma, hermosa mía
no tienes alma, no; pero, ¡qué importa!
tampoco tienen alma las estrellas,
las perlas, ni las rosas.

A una mujer

Después de destrozarme
el pecho, ingrata mía,
tus encendidos labios
me mandan mil sonrisas.
Sonrisas que simulan
un mundo de pasiones…
¡Ay! Cerca de las tumbas
brotaron siempre flores.

Mi Dios

El Dios en quien yo creo palpita en la conciencia,
los sabios y los justos, sus sacerdotes son,
los cielos y los mares publican su existencia,
el bien es su doctrina, su templo la creación.

El Pañuelo

(ORIENTAL)

La sultana Amina llora,
llena de horror y tristeza,
porque en una pica mora
ve clavada la cabeza
del hombre a quien ella adora.
Sus sedas, gasas y tul,
rasga, iracunda y furiosa;
tira su turbante azul
y su diadema preciosa
que vale más que Stambul.
Pisa joyas y diamantes,
destroza su rico velo,
y las de color de cielo
telas, que adornan brillantes,
su lecho de terciopelo.
Llega Mahomet ultrajado;
a la llorosa sultana
mira con rostro irritado,
y echa en su falda de grana
un pañuelo ensangrentado.
«¡Es su sangre!», dice Amina;
y con una damasquina
daga, su garganta hiere;
la hermosa cabeza inclina,
nombra a su amador… y muere.

El sauce y la flor

Al lado de la fosa
de la preciosa joven ha brotado
una encendida rosa;
y junto a la hermosura está enterrado
su amante enamorado.
Sobre esta tumba un sauce corpulento
su triste frente inclina,
y a veces, agitado por el viento,
besa la flor divina.

El insecto y la estrella

Mirad aquel insecto
de transparentes alas
en los brillantes pétalos posado
de aquella rosa blanca.

El cielo contemplando
las largas noches pasa,
fija la vista en la hermosura y brillo
de cierta estrella pálida.

¡Amor de un pobre insecto!
¡amor sin esperanza!
la estrella no lo mira, es insensible;
las estrellas no aman.

La Perla

Contemplaban tus ojos centelleantes
la palma de cristal, la linfa
pura del surtidor que vierte en la espesura,
su polvo de zafiros y diamantes,
cuando enferma, con pasos vacilantes,
se acercó una mujer, todo tristura,
y te pidió limosna con dulzura
fijando en ti miradas suplicantes.
La perla que en tu mano refulgía
diste a aquella mujer pobre y doliente,
que se alejó, llorando de alegría.
Yo, entonces, conmovido y reverente,
no te besé en los labios cual solía,
¡sino en la noble y luminosa frente!

En Mayo

¡Ven al prado de lirios y claveles,
mi bello y dulce bien! El campo llena
de perfumes la atmósfera serena
y el mes de mayo irradia en los vergeles.
¡Ven! Entre los rosales y laureles
flauta invisible melodiosa suena.
¡Ven! Que en la orilla del Genil amena
el amor es panal de ricas mieles.
¡Ven, mi alma! Las auras su frescura
nos ofrecen; las aves su armonía
y recóndito nido la espesura.
¡Mas no, no vengas, adorada mía;
que el inmenso raudal de mi amargura
tu corazón feliz destrozaría.

La Diana

(DE HEINE.)

Toca, toca el tambor y pierde el miedo,
y abraza a la preciosa cantinera;
éste es el gran sentido de los libros,
ésta es la ciencia.

¡Que tu tambor al mundo adormecido
de su sueño despierte!
¡Joven, toca con fuerza la diana!
¡Siempre adelante y a tambor batiente!

Ésta es de Hegel la profunda ciencia,
éste es el gran sentido de los libros.
Yo los he comprendido a maravilla;
soy buen tambor y aprovechado chico.

A su almohada

Eres feliz, nevada consejera:
tú conoces sus gracias virginales,
y en tu seno amoroso
se desata su rubia cabellera.
Tú, que de sus pupilas celestiales
bebes perlas tan claras como el día,
y el néctar delicioso
apuras de sus labios de ambrosía;
tú, que velas su pecho enamorado,
tú, que aspiras su aliento embalsamado,
y sabes su pesar y su alegría,
dime por qué ha apurado
en la pasada noche
el cáliz del dolor y la agonía.
Mas no, no me lo digas, consejera;
pues de dolor, tal vez, me moriría,
si yo la causa fuera.

Una cortesana

A Campoamor, rey de la Dolora. ¡Oh! n’insultez jamais
une femme qui tombe.
VICTOR HUGO.

Es Elisa una hermosa cortesana
de formas seductoras,
de mejillas de grana
y de ardientes pupilas brilladoras.

Su rubia y luminosa cabellera,
cual cascada de oro,
cae por su espalda blanca y hechicera;
y es su cuerpo de gracias un tesoro.

Príncipes y señores
le entregan sus riquezas.
Por sus besos de fuego embriagadores;
todos, amantes son de sus bellezas.
Todos, menos Ernesto, su querido,
que la maltrata y hiere;
y ella, todos los hombres da al olvido,
y sólo a Ernesto quiere.

IV
EN EL BAILE
En el soberbio palacio
del marqués de la Pradera,
arde el placer, vibra el gozo,
hierve, esta noche, la fiesta.
Ved: es un baile de máscaras
con que los dueños celebran
el próximo casamiento
de su angelical Eugenia.
Nuestro alegre capitán
es el prometido de ésta;
Don Juan, que hoy es objetivo
de los hombres y las bellas.
El salón está poblado
de máscaras pintorescas,
de hermosísimas mujeres
con vestiduras espléndidas.
Torrentes de luz se escapan
de las grandiosas lucernas;
brillan los limpios cristales;
los diamantes centellean;
se iluminan los tapices;
resplandecen las diademas,
y en todo el salón se aspiran
embriagadoras esencias.
El capitán va vestido
a lo Luis Catorce; lleva
un elegante sombrero
con rizada pluma negra,
traje de raso y encaje,
todo bordado de perlas,
y una reluciente espada
a la cintura sujeta.
Eugenia, más seductora
que nunca, viste de Ofelia:
corona de blancas flores
su frente preciosa ostenta,
y su cuerpo la sublime
túnica de nieve, aérea.
Risas, suspiros y voces
despide la concurrencia
sólo una máscara grave
en un ángulo se observa.
Viste el traje de Pierrot;
gracioso antifaz de seda
cubre su rostro, y extraña
la multitud vocinglera,
que nuestro Pierrot sombrío
lleve una espada en la diestra.
Éste ve al capitán solo
y le dice con voz seca:
«Sois un bandido, Don Juan;
y por Dios, que la existencia
he de quitaros.» «Villano,
calla o te arranco la lengua.»
Así Don Juan le replica
y al mismo tiempo le muestra
del palacio suntuoso
la riquísima escalera.
V
LA MUERTE
Don Juan, como buen soldado,
es gran tirador de espada;
y de una fiera estocada
al Pierrot ha atravesado.
Éste exclama: «Feliz soy;
adiós, muero sin dolor;
me arrebataste el honor
ayer, y me matas hoy».
El capitán con incierta
mano el antifaz le quita,
y, al verle el semblante, grita:
«¡Rosa! ¡Infeliz! ¡Muerta, muerta!»

Sueños

Al gran escritor José Fernández Bremón.

Cuando me encuentro solo, y los aromas
del oriental dorado pebetero
con sus olas azules me rodean,
jinete en el bridón del pensamiento
vuelo al mundo divino y misterioso
de las hadas, los gnomos y los genios,
a ese gigante mundo del poeta
de fantásticos seres gran imperio.
¡Oh! Cómo me deleitan esos cuadros
que en mis profundas abstracciones veo,
llenos de luz, de vida y poesía,
panoramas brillantes de los sueños…

Esas huríes de excitantes formas
en brazos de sultanes y guerreros;
esas vírgenes de ojos de esmeralda,
de túnica impalpable y níveo seno;
esos nobles, al cinto la tizona
y la pluma flotante en el chambergo;
esas náyades de alas diamantinas,
en cuya frente se refleja el cielo;
aquellos combatientes que en las sombras
cruzan desesperados los aceros;
esas diosas de lujo y los placeres,
con vestidos de raso y terciopelo,
la copa del licor llevando al labio,
mientras un trovador les da mil besos;
esos palacios de coral y perlas,
nidos de las ondinas; ese ejército
de sátiros y ninfas bulliciosas;
esos corceles de la crin de fuego;
aquel lago azulado y transparente,
cuyas ondas tranquilas riza el céfiro,
y aquel esquife de oro que conduce
a dos amantes en coloquio tierno;
esos ángeles de ojos de zafiro;
esos piratas de iracundo ceño;
esos genios de luz, esos espíritus
que pueblan los espacios y los cielos…

Todas esas creaciones del artista
cuando cierro los párpados contemplo,
y es que, sin duda, el mundo de esos seres,
ese gigante mundo, es mi cerebro.

La gota de sangre

Sentados en la gótica ventana
estábamos tú y yo, mi antigua amante;
tú, de hermosura y de placer, radiante;
yo, absorto en tu belleza soberana.
Al ver tu fresca juventud lozana,
una abeja lasciva y susurrante
clavó su oculto dardo penetrante
en tu seno gentil de nieve y grana.
Viva gota de sangre transparente
sobre tu piel rosada y hechicera
brilló como un rubí resplandeciente.
Mi ansioso labio en la pequeña herida
estampé con afán… ¡Nunca lo hiciera,
que aquella gota envenenó mi vida!

CLAVELES ROJOS

Rojo clavel abierto y perfumado
ostentaba su pompa y lozanía
sobre el nítido encaje, que cubría
las gracias de tu seno cincelado.

Aquella flor de pétalo encarnado
-viva llama que aromas esparcía-
deshojéla, gozoso, en la onda fría
del champaña de espuma coronado.

Ciego de amor, la copa reluciente
del áureo vino, que al placer provoca,
apuré con afán y ansia vehemente.

Mas calmada no vi mi fiebre loca,
hasta que deshojó mi labio ardiente
el clavel encendido de tu boca.

A media noche

¡Oh! permets, charmante fille,
j’enveloppe mon cou avec tes bras.
HAFIZ.

Choca tu dulce boca con la mía,
mujer deslumbradora;
y brotará la ardiente poesía
que mi mente atesora.

Deja, deja que rompa ese lujoso
traje de terciopelo
que oculta, como amante cariñoso,
de tu belleza el cielo.

Quiero una bacanal regia y grandiosa;
que el dios de los amores
en ella cubra tu cabeza hermosa
de perfumadas flores.

Un banquete de dioses, una orgía
tan rica y deslumbrante,
que exceda a la más bella fantasía
del genio más gigante.

Que esté el salón cubierto de brocados,
y telas suntuosas;
la mesa, de manjares delicados
y de divinas rosas.

Y que haya esos licores deliciosos
coronados de llamas,
que engendran en la mente luminosos
y bellos panoramas.

Los generosos vinos espumantes
dejemos al olvido;
¡quiero beber en copa de brillantes
el oro derretido!

Y cuando de estos goces y delicias
esté mi pecho lleno,
expirar entre besos y caricias,
reclinado en tu seno.

A Núñez de Arce

EN SU CORONACIÓN

I
Un genio ardiente, un alma vengadora
reclama ya la universal conciencia:
brilla el cinismo, triunfa la licencia,
y la maldad se yergue vanidosa.
Falta un genio de voz atronadora
que maldiga del mundo y la impudencia,
reduzca al ambicioso a la impotencia
y arranque tanta máscara traidora.
Un genio, sí, de frente inmaculada
que convierta su pluma de diamante
en látigo de fuego o recia espada;
y que ostente en su espíritu radiante
de Tácito, la cólera sagrada
y el estro airado del terrible Dante.

II
Ese genio inmortal, esa alma austera
sólo puedes ser tú, sublime vate:
tú, en cuya estrofa cincelada late
noble y augusta la verdad sincera.
Tú, cuya inspiración robusta y fiera
da al crimen y al error tremendo embate
en los valientes Gritos del combate,
donde solloza nuestra edad entera.
Tú sólo puedes ser el soberano
poeta vengador, porque has reunido
las virtudes del pueblo castellano,
y en tu grandioso canto enardecido
suena potente del león hispano
el formidable aterrador rugido.

III
Hoy que el mundo latino te proclama
emperador del Arte; hoy que un senado,
de noble admiración arrebatado,
ciñe a tu frente el lauro de la fama,
piensa en la humanidad que sufre y clama,
y pon la vista en nuestro pueblo amado
que, roto, escarnecido y desgraciado,
en ti, varón insigne, espera y ama.
¡Y hace bien, vive Dios!… Ya me parece
que estallan furibundos tus acentos!
¡Ya el mal, amedrentado, se estremece!
¡Ya las cuerdas de bronce de tu lira
se transforman en látigos sangrientos!
¡Ya miro arder el hierro de tu ira!

La música–
A mi padrino el conde de Torres-Cabrera

ALEMANA
Es el rumor de hirviente catarata
que en los abismos sus cristales quiebra;
del lúgubre cañón el estampido;
el sublime fragor de la tormenta;
el colérico grito de los mares
«cansados de luchar con sus cadenas»;
el acerado choque de las armas;
del bélico clarín la voz guerrera;
el gigante concierto de los mundos;
el son valiente de la trompa épica,
y el ritmo eterno, armónico y grandioso,
de la máquina inmensa de la tierra.

ITALIANA
Es el rumor del beso apasionado;
del aura los dulcísimos poemas;
las notas que del lago se levantan
en las noches azules y serenas;
la canción de los silfos a las flores;
de las arpas de oro las cadencias;
el ¡ay! desgarrador del moribundo;
el canto seductor de las sirenas;
el suspiro amoroso de las vírgenes;
de las aves canoras las endechas,
y las mil armonías de los bosques
que los espacios infinitos pueblan.

FRANCESA
Es el rumor ardiente de la orgía;
la barcarola rítmica y ligera
que las náyades cantan recostadas
en sus esquifes de coral y perlas;
el canto del amor y los placeres;
el crujido del raso y de la seda;
el allegro monótono que entona
la bola de marfil en la ruleta;
las sonoras y alegres carcajadas
de Paul de Kock; la voz de las grisetas;
de Beranger los cantos populares
y el choque de las copas de Bohemia.

Autor

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