MAÑANA, ME DIJISTE (Mi poema)
Hernán Bravo Varela (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA…de medio pelo

 

Mañana, me dijiste que mañana
me harías muy feliz
y yo con ese aspecto de aprendiz
lo quise comprender de buena gana
tu entente en buena lid.

Después te pregunté si me querías,
si yo era tu sustento,
y distes un abrazo que, contento,
me hizo allí pensar siempre serías
princesa de este cuento.

Y es que era primavera y los rosales
pintaban con su flor,
idílico, un paisaje de color
capaz de restañar todos los males,
de amores el dolor.

Y en esta dilación llegó el invierno,
con él también el frío,
y, antaño, el cielo azul tornó sombrío
torciendo los renglones del cuaderno
como un escalofrío.

Las lluvias torrenciales, las tormentas
mataron nuestro amor.
Y hoy dudo si eso fuera lo mejor
tratando de evitar luchas sangrientas
salvando nuestro honor.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDO:  Hernán Bravo Varela

(VEINTICINCO CENTAVOS, POR EL AMOR DE DIOS)

Mi padre muerto vino el otro día.
Me dejó dos cobijas y una almohada
y se volvió a morir como solía.

Estaba oscuro, pero todavía
puedo verme temblando en su mirada.
Mi padre muerto vino el otro día.

Ni cuento de terror ni brujería:
mi padre apareció como si nada
y se volvió a morir como solía.

Con todo y que murió de neumonía,
lo vi muy tarde, ya de madrugada.
Mi padre muerto vino el otro día.

Apenas me duró su compañía
lo que tarda en hacerse una redada
y se volvió a morir como solía.

En su ausencia, llegó la policía
y dejé las cobijas y la almohada.
Mi padre muerto vino el otro día
y se volvió a morir como solía.

RESACA

A Washington Cucurto

“En cuanto a ti, el desierto.
Suelta la música,
ábrete la carencia,
dolor, la duna franca;
cansado de pensar
lo húmedo y lo seco,
separados;
la playa o la creación
y tu cabeza.
¿No escuchas
las reverberaciones,
la bilis en el blanco
por obra de la luz
o de su espectro
que no alcanzas
porque lo de la abuela
no se toca?
Pues sí, lo que parece
un vómito
común, tu soledumbre,
su nana por la noche
del lavabo
—así de blanca y doble
tu desaparición,
así
de inútilmente puros
cráneo y hemisferios
que a fuerza de pensar
te brillan fuera—,
tan sólo fue
tu propio llamamiento.
En cuanto a ti,
que confundes
escala y escalera,
lo único
posible es el comienzo.”

(GRENZGEBIET)

En vez del muro, todo lo que hay
es una galería al aire libre
de fotos sobre el muro,
una secuencia horizontal.

Las fotos
muestran hombres tirados en el suelo
con los ojos abiertos y la boca cerrada,
con las manos y frente rajadas por las púas,
a la sombra del muro.

Desde lo alto , una ventana abierta.

Cadáveres en línea vertical,
del otro lado.

Otros que, de camino a la oficina
o de vuelta a su casa, quisieron asomarse
a través de los bloques,
e imaginando cómo sería la vida a quince
centímetros, espiaron por primera
y última vez el más allá del muro.
Cadáveres
tirados en el suelo, de este lado.

*

“Pensé que no me tocaría”, dijo
mi padre aquella noche
mientras tapaba la televisión.
Picas, mazos, martillos y ganzúas,
jóvenes que venían
del otro lado, sin pensar que ahora
sería cuestión de dar
un paso hacia adelante, dar la espalda.

Mi hermano y yo escuchamos a mi padre
relatar noticias
que no pudimos ver sino en fragmentos.
Él vio el muro cayéndose a pedazos
y nosotros su nuca, sus hombros, sus omóplatos,
como la mano con que nos tapaba
los ojos en la escena de amor de una película.

POÉTICA

“Eras la piedra,
aunque me parecías
llamar como una boca:
seguidilla
tu círculo cerrado,
aparición del agua
que te gritaba esposa.
Sin ser guijarra,
te creí encinta.
A pleno sol,
entre palomas
que salen al campo,
la piedra —tú—
había estado sola,
solamente.
Fácil el día en que el cielo
sea azul
(decirlo, decir algo)
con levantar el vuelo
de la vista.
Quien camina tu ruta
debajo de la nieve
no ve claro;
el silencio que bate
cardinal,
sin centro, todavía.
El alma de lo dicho
no es un pájaro.
Apenas frío, busco
tu dicha, enmudecer.
¿Cómo llegar a ti
sino callando?
Pero si dirigiera
mis pasos a tu inicio
dejándote de hablar,
me mentiría.
Quiero decir ahora,
destemplado,
el bosque al que me invierno.
En la nevada tanta
se hizo noche,
oscura la blancura.
Parvaba alrededor,
de blanco, como nieve.
Adidía.”

VEINTICUATRO

…y esa vela velándote
la demasiada sombra
para verte,
tendida ahí,
en un aparte níveo.
Indecididos,
indeterminados,
no sé si el corazón,
corazonada,
o si exterior bodega,
como suele
pasar al dividir
la noche sobre dos.
Memoria mía,
están por apagarse
los pabilos posibles,
y esa muerte
va de pedir
a despedir
—se nos agotan olas
para romper con eso
que solía
hundirse en una trama—;
de cortar a cortar
por el camino
más largo hacia la sombra
en lo que vuelves
de no volverme a ti;
va de clavarse
a desclavarse,
y esa vela
te aluza muellemente
los ojos del dormir,
y el 24 en puerta,
el cuarto 24,
a las afueras
de cuanto nos fantasma,
no sabe ser un día
después
ni sus contadas horas.*
*José Alfredo Jiménez, “Las ciudades”.

FABLILLA

A Amalia Bautista

HACE ya mucho frío,
en un reino lejano
a quien, por tu cesura,
viene y versa
un ayer en plural
-pasado el tiempo-,
vivía la música
al margen del oído.
En tu patio
de dulces disyuntivas
-el manto
de hierba o la corola,
peras o manzanas-,
donde un alcázar
interior te diera
alcance,
ya queda sólo
la sordina inmensa.
Ventanales abiertos
y círculos (no sé)
cerraron
como si, más o menos,
dos que tres goznes fueran
gozo mío.
Érase un azulejo
que no jugó a trinar
con fuego. O sea, a dúo
junto al fénix,
por dos montes (de veras)
y un canto por camino.
De noche,
movidos por el cielo
del amor
que se pone en Oriente,
tuvimos una fe
de lirios y astromelias,
un origami
en práctica de vuelo.
Pero en ausencia nuestra,
se calca el desenlace
-colorín…-
de lo que estuvo unido
-…colorado-:
Y el cuento es cierto:
quien te escuchó callar
oyó el invierno.

CHILLIDA

A Nicolás Pinkus

ENTRE que fue
para nosotros tanta
la puerta que se nos
habría de haber
abierto encima, estamos
aquí en medio,
llegados. Ven,
que no se cierra el aire
a sostenerse en pie,
a dar con una casa
donde sobre el espacio
para mover las cosas
del lugar que ocupaba
su vacío;
para quitar los ojos
de la llave
que abría el agua
en dos, los que quedamos
desviviéndonos
por llegar a salir.
Consistiera el quehacer
en no tapar el sol
con la palabra
que tuvo a bien
darnos en sombras
su acero sin forjar,
la voz de su incendiarse.
Ayer,
no movimos un dedo:
el alabastro estaba,
el peine que peinaba,
ese camino
de volver
a tomar el camino.
Ahora
que se le hace de noche
al mundo y a la puerta,
pasa de largo, estate
tú también,
como una aldaba. Pasa.

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Donaciano Bueno Diez

Donaciano Bueno Diez

Editor: hombre de mente curiosa, inquieta, creativa, sagaz y soñadora, amante de la poesía.

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