QUE ME PONGAN UN BOZAL (Mi poema)
Carlos Montemayor (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo

 

Si siguen inventando más idiomas
seguro es que algún día llegará
que existan más lenguajes que carcomas,
cada uno sólo a él mismo le hablará.
¡Con pan tú te lo guises, te lo comas!

¿Más idiomas? ¡más sordos, mas autistas,
más incultos de jergas presumiendo,
más rumiando, más menos digiriendo.
Con señas hablaremos cual turistas
para aburrir y al orbe confundiendo!

Con falsos argumentos no me vengas,
que el idioma debe ser universal,
si se ha de conversar, es natural,
harto estoy de escuchar ya las enmiendas
prefiero que me pongan un bozal.

¿Un bozal? Sí, un bozal, que soy un burro.
Mejor dicho no soy, que a mi me obligan.
Con falsos argumentos me fustigan,
y hasta yo cada día a mi me zurro
pues no logro entender por qué castigan.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDO: Carlos Montemayor

Memoria

Estoy aquí, en la casa, a solas.
Aquí están los muebles, el aire, los ruidos.
Tengo un sentimiento tan transparente
como el vidrio de una ventana.
Es como la ventana en que miraba la nieve al amanecer,
hace muchos años, cuando era niño.,
y pegaba la cara contra el cristal y comprendía toda la vida.
Es un deseo en calma, como la tarde.
Es estar como están todas las cosas.
Tener mi sitio como todo lo que está en la casa.
Perdurar el tiempo que sea, como las cosas.
No ser más ni mejor que ellas.
Sólo ser, en medio de la mi vida,
parte del silencio de todas las cosas.

XI

Una mirada clarísima se yergue innumerable
cuando en la mujer empieza el mundo.
Esparce un aroma de lluvia sobre la vida,
un aroma de barro, de río,
elevado el sonido primordial de las piedras.
Vuelve los ojos desde su altura, desde su carne,
hasta el silencio en que todo cae y resurge.
Nada podemos olvidar, si la recobramos.
Nada podemos amar, cuando nos doblega.
Nada la detiene, nada nos sacia.

He vuelto sin rencor a tu abrazo y al mundo.

Al deseo que no espera más prendas
que su propia certidumbre en los labios.
Al quemarme aliento de tu voz cuando lloras
o ríes mojando de estrellas nuestras almas y recuerdos.
Al sabor que sólo quiere entender la luz de tu saliva,
la verdad de tu espalda estremecida, tus cálidos muslos,
tu pubis húmedo, origen de lo que existe y desea existir.
*
Hay vestigios radiantes en los sueños que tienden
sus constelaciones
y en el espumoso mar las van dejando caer
y sólo reflejan en tus ojos.
He vuelto al origen de nuestra propia caricia,
de nuestro doliente placer que es un océano incansable,
un incandescente diamante.
*
Un sedero nos conduce a la desmemoria, otro a la luz.
Una puerta es de marfil, otra de viento y música.
¿Cómo atravesar la puerta correcta
—digo, si hubiera una tal puerta—
y eludir el camino donde aún nos hallamos?
Reconozco en esta quietud
la señal que proviene de tu aliento
y desde lo más remoto me llama.
*
¿Hay algo eterno, entonces,
que aguarda tras la caricia deseada,
en los cuerpos que se desvisten del cansancio
y abrazan su carne fugaz y sudorosa,
siempre intolerante y apresurada?
*
¿Es lo mismo, acaso, que presentí en tu tibieza;
en los senderos de tus piernas
que me llevaban y traían
desde el vacío hasta la orilla de tu cuerpo,
el asombro de seguir en ti y contigo
atento a la respiración que de mis brazos
lentamente retornaba a tu cuerpo
mientras dormías y te cubrías de sueños?
En algún lugar, en el pliegue del deseo,
en la estrella donde el sudor aún brilla,
algo que pareciera eterno espera,
atisba mi desvelo,
tiende la caliente sábana de su instante.

II Pongo mis manos en tu cuerpo para saber dónde estoy.

¿En verdad, me escuchas?
Quisiera explicártelo de algún modo.
En las manos que tendía hacia ti
fueron cayendo nevadas y lluvias,
soles del verano, estrellas, llanuras,
noches como una cascada de plata en hondas minas.
Era difícil entender así,
mañana tras mañana, verano tras verano,
que brotaba en tu lecho el silencioso tallo
con el mismo y persistente destino.
Se mecía su flor en el jardín,
en la ribera y en los emparrados,
en ramas de naranjos y nogales,
igualando colores, perfumes, tamaño,
luminosidad, momentos del día.
Y la flor liberaba en su perfume tu aliento
que me guiaba durante noches e inviernos
para saber el sitio a donde ibas,
recuperar tu voz cuando cambiaba
o reconocer el fulgor que te envolvía.
*
Después, mientras estuve a solas, varios años,
cuando los inviernos me apartaron de ti,
era asombroso ver la nieve cubriendo incesante
las siluetas de ríos, árboles, bardas, colinas, calles,
y no extraviar el sitio desde el cual te recordaba.
*
Aún así, cuando nos reuníamos, la ropa era ligera.
Un suave soplo bastaba para apartar de nosotros
el algodón, el lino, el abrigo de lana, el cobertor,
la camisa, las medias, el hastío, el reloj,
y volvíamos a empezar,
con paciencia y furor, con insaciable desnudez.
*
Y alguien, en lo más alto de nuestro amor, tocaba a la puerta.
Y había una puerta de sueños y otra de viento y música.
No queríamos abrir ni atender
el llamado ajeno de lo que nunca fuimos.
Las puertas se abrían y el destino entraba ruidoso
y festivo.
Nos dejaba intactos el deseo y las tardes,
los otoños e inviernos, lluvias y sequías,
los bosques nevados y también incendiados.
Nos llenaba los ojos con su luz rutilante
y aceptábamos con júbilo la risa, la música
y la inmensidad;
también la desnudez y nuestra orilla en el lecho.
*
Cuando se abrieron las puertas, de pronto,
vi que afuera de nosotros, allá,
muchos caminaban en los senderos
de la desmemoria y la luz;
se cruzaban de uno a otros, corrían,
se detenían a mirar el horizonte.
En medio de ellos, como de un viejo verano a otro nuevo,
de un inicial invierno a otro que termina,
recolectábamos la arena de los senderos
para curar las pequeñas heridas que en nuestra piel
habían producido las almohadas y las sábanas
de las confesiones.
Nada parecía más inmortal que tu risa.
Nada escuchaba más profundamente que tu respiración.

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Autógrafo – Nicolás Fernández de Moratín

Admiróse un portugués
de ver que en su tierna infancia
todos los niños en Francia
supiesen hablar francés.
«Arte diabólica es»,
dijo, torciendo el mostacho,
«que para hablar en gabacho
un fidalgo en Portugal
llega a viejo, y lo habla mal;
y aquí lo parla un muchacho».

Autores
Donaciano Bueno Diez
Carlos Montemayor
NICOLÁS FERNÁNDEZ DE MORATÍN
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