CIUDADANOS [Mi poema]
Juan Rejano [Poeta sugerido]
Juan Rejano [Poeta sugerido]
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MI POEMA… de medio pelo |
Hoy yo tengo el alma herida Ciudadanos soberanos Por vosotros, vuestros hijos, No permitáis que indigentes, Ciudadanos, ciudadanos, Que esta historia no fue un cuento, Obviemos a quien proclama Andaluces, madrileños, Que aunque seamos diferentes No esperen a iluminados Ciudadanos, ciudadanos! |
Lamento en forma versada por este magnífico pais que es España a la que algunos políticos interesados pretender desmembrar, sin tener en cuenta la historia y en contra de las corrientes internacionales hacia la globalización.
Una muestra de sus poemas
MI POETA SUGERIDO: Juan Rejano
Presagio
A través de la noche sosegada
escucho junto a mí pasar un viento
conocido. Los ojos un momento
cierro, y hundida la razón, templada
la sangre por la voz enamorada
que entre sus linfas brota, un viejo acento
de inefable locura toma aliento
sobre el olvido y puebla mi morada.
¿Será, será, por fin?, digo y deshojo
lejanas luces que algún día alzaron
mi amanecida frente a un cielo rojo.
¿Serán los sueños, que su puerta hallaron?
Mas pasa el viento, y otra vez perdido
me deja entre la noche y el olvido.
Febrero, 1939
Entre harapos de niebla y lluvia
viene dando
traspiés y al fin despéñase
la mañana sobre
el Pirineo: viene
dando traspiés montaña arriba,
calado hasta los huesos
del espíritu, un hombre,
un hombre solo -un pueblo solo-
(consigo trae la rosa intacta
de su patria, la voz más pura
que ha sonado en el alto páramo
del Duero),
en el angosto
puerto de la frontera
se detiene, mira
hacia atrás, contempla
la tierra desollada
y triste, la hermosa tierra
hendida
por las bocas del odio
y sus tumores,
«¡España vencida toda,
de río a río, de monte a monte, de mar a mar!»
con el pañuelo, trémulas
las manos, ojos
que ya no ven, se enjuga luego
las gotas -¿o las lágrimas?-
que tiemblan en su rostro
y de nuevo
comienza a caminar.
(Inmediata, quién sabe
si presentida, pero siempre
repintada alcahueta, más allá
de la montaña, en un
pueblo de pescadores,
en la cama
de un pobre hotel,
la muerte
entre las húmedas
sábanas está
esperándolo como
una amante impaciente.)
La tarde como un cuerpo desnudo que reposa
agotado de amor sobre una tierra
de donde huyó el amor, se abre a mis ojos
y en su espejo redondo me contemplo.
Otras tardes evoco que el olvido
me devuelve a esta luz cuya caricia
en mi frente dejó sus oros trémulos
en horas ya lejanas. Lo apacible me infunde
una piedad gozosa que lentamente afluye
a mis labios, acaso como un ansia
de perdón de mí mismo. Agua lustral que busca
regresar a su origen, limpiar no sé qué máculas
que viven soterradas, entre oscuros repliegues,
donde tanta miseria se acumula.
Al sol que ya tramonta, alzo luego la frente
y a lo lejos escucho un vibrar de campanas.
Era como un pequeño príncipe entre papeles
y libros: la pelambre suave y atigrada,
cambiantes las pupilas, ya irisado topacio,
ya esmeralda, irradiando misteriosos fluidos,
dialogaba conmigo, me hablaba como un hombre
o junto a mí pasaba desdeñoso y altivo
sin mirarme siquiera. Voluptuoso siempre,
sensible a la caricia, distante, tierno, huraño,
nunca sumiso, nunca dócil, mi camarada
fue en las horas funestas y compartía gozoso
mis vigilias nocturnas al amor de las páginas.
Una noche apacible, ya envejecido y torpe,
vino a echarse a mis plantas, me miró como un niño,
me habló con voz muy triste, y dobló la cabeza
para siempre.
Tenía la dignidad, la gracia
de la plena criatura.
Lo nombro y me acongojo.
Compensación
Niebla fija, arboleda
de fundidos ramajes,
vegetal nebulosa
que en su vientre guardara
la jubilada imagen
de todo el universo.
Así tu forma vana,
tu firme incertidumbre,
medusa de mil sierpes
flotando en las orillas
donde la nada empieza.
Nos robas, nos ocultas,
te llevas lo soñado,
la sangre y su ceniza
quemada entre delirios,
el esfuerzo, el milagro.
Te llevas y devoras
los soles que se apagan
detrás de cada frente
y luego les das vida
de nuevo en tu regazo,
secreta vida inútil
que a nadie pertenece,
tal si se derramara
sobre un mundo de arena
la estremecida savia
de cada ser creado.
Como una ciudad triste,
como una derribada
ciudad que perdurase
en lo más hondo y yerto
de un mar siempre enlutado,
tu negra fortaleza
se esparce, presentida
en cada sien, por valles
de soledad perpetua.
Por ti dejan de oírse
los himnos matinales
que a plenitud convocan,
y ciegan tus pupilas
los encendidos mármoles
donde el deseo rige;
se arrastran los inviernos,
la espiga se calcina
y los racimos trémulos
en que el amor palpita
se secan como ubres
que la aridez maldice.
Pero por ti podemos
también unir las horas
que bajan al abismo
y suben a lo inmenso.
Por ti, de cada llanto
brota una rosa niña
y del laurel deshecho
un fulgor de esperanzas.
Por ti puede esta llama
que en las entrañas llevo,
crecer o fatigarse,
morir por un momento
para nacer más alta,
sin agotar el ritmo
en que vacila y cree.
-Ven, acércate, llega…
No, no, huye …
Te amo
y te odio, lo mismo
que tú alientas y escondes
el pensamiento mío,
sus ceñidas creaciones
que al fin sólo son tuyas.
Agonía
La noche del olvido
me está esperando, abierta,
quiere acoger mi sombra
como una inmensa tumba.
Su aliento me aproxima
no sé qué enervadora
fragancia y siento el roce
de su aterida forma
cual si el borde de un ala
monstruosa, invisible
pasara desgarrando
la piel de mis sentidos.
No sé cómo evadirme.
No sé si abrir los brazos
y aprisionar en ellos
el mundo fugitivo,
lo que ahora late y crece
corriendo hacia las sombras,
aquello que me brinda
el hálito más tierno
antes de abrirse al polvo.
¿Dejaré que esta presa
deslumbrante se pierda
cual río que agoniza
en las fauces de un túnel?
¿Tendré yo que entregarme,
desnudo como un niño,
a esa corriente impávida
que no deja su orilla?
¡Ay, si esta inalterable
soledad que me ciñe
pudiera ahondar su seno,
ser como negra sima
sin fin donde mi cuerpo
no se saciara nunca!
Entonces, qué relámpago
perpetuo en la memoria,
qué cárcel venturosa
de seres consagrados
para lo eterno mío.
Nada hallaría su término.
Cada imagen sería
como una rosa en sueños
sin crepúsculos fijos.
Cada instante tendría
todo el fluir del tiempo,
tal si un espejo innúmero
multiplicase el mundo.
Pero, mientras se agita
la rebelde arboleda
donde estoy delirando,
la noche del olvido
me espera, me reclama
y yo busco asideros,
desesperado náufrago,
en el torrente humano
que pasa y no me advierte.
Canción segunda
Van cuatro jinetes
por la lejanía.
Largas capas negras,
negras sombras íntimas.
(Si yo me alejara,
¿tú me olvidarías?)
Se oscurece el campo
bajo la llovizna.
Altas sierras negras,
negras las encinas.
(Si estuviera ausente,
¿tú me olvidarías?)
Tañe la campana
de una vieja ermita.
Campanadas negras,
negra despedida.
(Si yo me muriera,
¿tú me olvidarías?)
… Los cuatro jinetes
por el campo oscuro
bajo la llovizna.