Como la piedra elegida al azar no sabe que no es la piedra del montón, sino la muerte misma.
Como la piedra no imagina que va a servir a una mano ignorante, a una mano infeliz, a una mano cobarde,
las cosas, inocentes, desconocen el fin al que sirven y la voluntad de la mano que viene a usarlas.
No lo sabe la piedra, ni lo sabe el acero.
La piedra ni siquiera intuye que se desgajó de la roca para ser como aquella otra que la mano escoge para la honda y silba la herida del ciervo antes de abrir su costado,
o como aquella otra que una mano despreocupada sopesa en la orilla para hacerla saltar
un,
dos,
tres,
a la comba,
en las olas,
hasta hundirla en el mar.
No. Esa piedra jamás sabrá que vino de aluvión, lamida por el río y la corriente del tiempo para dar la muerte
ni la muchacha enterrada hasta el cuello sabrá jamás en su tormento que su madre, entre la jauría, escogió esa piedra para asesinarla.
Parece el metal cuchillo, como cuchillo brilla, como daga hiende, tiene el labio helado igual para el pan que para la herida.
Como la piedra elegida al azar no sabe que no es una piedra del montón, sino la muerte misma.