No sé si lo soñé. Era invierno. Aquella tarde los medios de comunicación anunciaban una catástrofe. Todos, las radios y televisiones, hablaban del hecho como si de las cien mil plagas de Egipto se tratara. Los digitales de Internet, hijos intrusos de la prensa escrita, sembraban sus espacios de noticias, como en ellos era habitual sin contrastar, tildadas con el subtitulo de exclusivas, acerca de no se sabe qué maleficio que, decían, iba a afectar al mundo. La población andaba nerviosa. La preocupación se palpaba en el ambiente en un ejemplo claro de sugestión colectiva. Los creyentes apelaban a dios, al mismo dios que clamaban los no creyentes.
Eran las once de la noche y en la iglesia las campanas se ocupaban de recordarlo con sus tañidos al viento, en tanto que yo, cansado, andaba presto para iniciarme en mi anhelado sueño.
Tic-tac, tic-tac, acompasadas, repetían las manecillas del reloj. Exactamente el mismo martilleo que replicaba mi cerebro, tic-tac, tic-tac, tic-tac….
Pensé: hubiera sido más piadoso haber nacido sordo.
Y cerré los ojos como quien no quiere ver o se encuentra preso de una culpa. Todo inútil.
Por más que le intentaba conciliar, el sueño a mi deseo se oponía.
Pareciera que una enjambre de hormigas hubiera montado su asamblea anual al borde de mis párpados.
Lo intentaba, juro que lo intentaba.
La misma pesadilla revoloteaba en torno a mí, tan molesta como dicen se comporta una mosca cojonera. A cada sobresalto le sucedía, aún mayor, otro sobresalto.
Sería al rededor del minuto veinte de las 4 de la mañana que pudo más el cansancio y, al fin, ya me dormí. Poco iba a durar.
Fue exactamente a las 6, AM cuando de pronto pegué un brinco y salí de mi letargo. Un sonido que repetidamente me había resultado familiar los últimos días estaba a punto de reventar en mis oídos: tam taram traum, tam taram traum, tam taram traum…
Y tam taram traum repetía yo de forma insistente. Hasta que caí en la cuenta. A mí aquella cacofonía me sonaba. Quizás ese tipejo deslenguado, déspota, de cabello oxigenado se habría salido con la suya, me dije. Puse la radio. America first. «América primero, América primero», se repetía insistentemente como si el eco también hubiera tomado partido del mensaje a su favor.
Lamentablemente se habían cumplido los maleficios. EEUU había hablado. Presidente: Donald Trump.
Je m’en fous, espeté en francés, escondiendo la cabeza bajo el ala de mis sábanas al tiempo que, abrazándome a la almohada, apretando con toda la fuerza de que era capaz, sobre mis oídos, me deseaba un muy placentero y feliz sueño.
Hasta el día de hoy. Y es que esta historia ahora mismo aún dudo si es que realmente ocurrió o fue simplemente el fruto de alguna pesadilla.
©donaciano bueno