YO NO SÉ QUIÉN SOY [Mi poema] Domingo Rivero [Poeta sugerido]
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MI POEMA… de medio pelo |
Yo quien soy no sé, ¿acaso tú lo sabes, Ni sabes aunque intentes, no te esfuerces Ni tú, ni yo, ni el que asó la manteca, Se dice, se comenta que hay un genio, |
Una muestra de sus poemas
MI POETA SUGERIDO: Domingo Rivero
Piedra Canaria
Oscura piedra; fibra duradera
de robustas entrañas.
Piedra que tienes la tristeza austera
de las patrias montañas.
Yo hallé, para sufrir, tu fortaleza,
que en mi propio dolor busqué mi abrigo,
y oscura del color de tu tristeza,
sólo mi sombra caminó conmigo.
Tú guarneces mi casa, que velar,
apurando mi pena silenciosa,
me siente de la noche en el misterio.
Como hoy en las paredes de mi hogar,
tú mi tristeza guardarás piadosa
en el nicho del viejo cementerio.
Domingo Rivero, Octubre 1921.
Unamuno
Fuerteventura —el yermo castellano
rodeado de mar— le vio en su orilla,
errante enamorado de Castilla
que ya no tiene grande ni un tirano.
El trágico poeta, hacia el lejano
solar glorioso que el Destino humilla,
lanza, envuelta en sarcasmo, la semilla
ideal desde el páramo africano.
Y en la Isla triste que la sed devora,
caminando en la sombra hacia la aurora,
adusto como Dante en el destierro,
oye a las olas presagiar su hora,
en los ojos la llama redentora
y en las entrañas de Vizcaya el hierro.
Versos «Verdes»
Aunque hablar de poesía
no es cosa propia de un viejo,
dispensadme esta manía
y en pago os daré un consejo.
El poeta, si es artista,
debe depurar su obra;
lo que no hace falta, sobra;
no es artista el repentista.
Depurar: ese es mi lema
porque de esto estoy seguro:
como la fruta, el poema
necesita estar maduro.
Y es preciso que te acuerdes,
pues por tu bien te lo digo;
créeme, poeta amigo:
no publiques versos verdes.
Si hoy tu Musa —casquivana—,
a improvisar se abandona,
no la oigas hasta mañana,
después que duerma la mona.
Los del 98
Cuando implacable el Destino
hundió a esta triste Nación,
surgió una generación
sabia que a salvarnos vino.
Y de su clarividencia
fue la sentencia primera
ahorcar la bullanguera
Marcha de Cádiz. «¡Paciencia!»,
dijeron; y en verdad pasma
esta sabia conclusión
de aquella generación
que empieza ya a tener asma.
No citemos hoy sus nombres:
no faltará quien lo haga
cuando pase esta hora aciaga
y nuestros nietos sean hombres.
Aún disimula el afeite
que ya para viejos van,
pero al fin los llamarán
los de la balsa de aceite.
Su misión enervadora
está cumplida. ¡Paciencia!
¡Tal vez oiga su conciencia
el silencio de esta hora!
***
Marcha de Cádiz que aún suenas
para mí que viejo soy:
ya tu “¡Viva España!” es hoy
el de “¡Vivan las cadenas!”
A Lady Byron
Arrójase el torrente de la altura,
su cauce abriendo por la roca hendida,
y cuanto más ahonda más olvida
que el surco espera tras la orilla dura.
No adivina que el agua en la llanura,
mermando entre la tierra humedecida,
serena siente que, al morir, la vida
brota de su fecunda sepultura.
Torrente el alma fue de aquel coloso
de sí solo poeta y compañero,
y ya alcanza a su aliento poderoso
el fallo de tu espíritu severo:
Faltó a su pecho para ser esposo
lo que a su genio para ser Homero.
La silla
Silla de junto al lecho que la figura adquieres
de mis cansados hombros al sostener mi traje
sostén de mi fatiga paréceme que eres
tú me hablas en silencio yo entiendo tu lenguaje.
La lámpara agoniza y tu piedad escucha
entre la ropa aún tibia el palpitar del pecho
yo pienso que mañana ha de volver la lucha
cuando de ti recoja mi traje junto al lecho.
Y en la callada noche humilde silla amiga
mientras de ti pendiente parece mi fatiga
siento crecer la fuerte virtud de la paciencia
Mirando de la lámpara bajo la triste luz,
tu sombra que se alarga y evoca mi existencia
y alcanza los serenos contornos de la Cruz.