¿QUÉ ES EL AMOR? (Mi poema)
Ricardo Dávila Díaz Flores (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo

 

El amor es más amor,
si esa ninfa primorosa
que vuela entre rosa y rosa
tropieza en alguna espina
y una lagrima divina
resbala y crea dolor.

El amor es traicionero,
un ¡te quiero y no te quiero!,
es, pues, un brindis al sol,
se pasa del agua al vino,
¡no me importas un comino!
o ¡guárdame en tu formol!.

Es un canto a la alegría
es ¡quiéreme vida mía
pues que yo sin ti me muero!;
es dolor si es traicionero,
¡guárdate tú tu dinero
que yo no lo necesito!,
-más espérate un poquito
no se me vea el plumero-.

El amor, ¡oh,el amor!
qué falta que se haya dicho.
Es química, ¡qué dolor!,
¿Dónde está el romanticismo
por el qué Larra en su autismo
tomó aquella decisión?
No tengo una explicación
pregúntenle a alguien más listo.
©donaciano bueno

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Mariano José de Larra y Sánchez de Castro (Madrid, 24 de marzo de 1809-Madrid, 13 de febrero de 1837) fue un escritor, periodista y político español. Es considerado, junto con Espronceda, Bécquer y Rosalía de Castro, la más alta cota del Romanticismo literario español. Se suicidó a los veintisiete años de edad

MI POETA SUGERIDO:  Ricardo Dávila Díaz Flores

Duda

¿Cuantos insomnios me hacen falta para
derrumbar el muro de la duda?
¿Cuántas sombras? ¿Cuántas luchas?
Hoy tengo que saber -antes que despiertes-
si la mañana es la que alumbra,
o si eres tú la que alumbra la mañana.

Te pareces al silencio

Hay algo en ti que se parece al silencio,
a pesar de tantas cosas que me dices.
Hay algo en ti, y no es belleza.
Hay algo.

Me gusta estar solo para estar contigo.
Logras que escuche la luz, mire al sonido.
Me gusta verte para platicar
aunque afuera los árboles lo sepan todo.

Pero no te amo,
si te amara
tendría que robar por ti, matar por ti,
quitarle a la noche su brillo.
Yo deseo regresar lo robado,
resucitar lo muerto,
dejar a la noche en paz cuando estoy contigo.

Me gusta cuando me sorprendes por la espalda,
cuando ríes y me arrojas el cielo.
Cuando tus ojos, navajas de ternura, me cortan
los talones.

Me gusta que te enojes y me exijas un poema.
No soy poeta -te digo-
soy plagiario de la noche
ladrón de las palabras que llevas escondidas.
Entonces en mi alma te recuestas y me haces
cerrar los ojos.

Yo sé,
podría llevar una guitarra a tu balcón,
invadir de flores tu mirada,
gritarte y recordarte lo que ya sabes.
Pero ya ves,
no soy de esa madera.
Mas bien deseo mirarte,
mirarte y no cansarme nunca,
porque hay algo en ti que se parece el silencio.

Balada de la casa II

Estábamos tan bien ahí…
el árbol, el agua y nosotros tres.
Comíamos juntos toda la semana,
nos reíamos repartiendo disparates en la mesa.

A ellas las vi desde niño…
jugábamos a brincar en las camas y a escuchar detrás de las paredes.
El árbol hacía magias que nosotros descubríamos:
“Ya vimos la moneda, cayó detrás de la cama”.
Y el árbol se caía sobre sus ramas
mientras el agua dejaba su mirada en el paisaje.

Un día salí para mirar el cielo,
y cuando volví ya habían cambiado.
Pasaban horas frente al espejo,
hablando de cosas que yo no entendía.

Después llegaron dos hombres
que venían a conquistarlas.
Ellas llevaban el rostro diferente,
y aquellos jóvenes mostraban rostro de hombres afeitados.
Después las raíces dispersaron su semilla,
y otros fueron agregándose a la casa.
Hubo que volver a ser niño,
porque llegaban a la mesa
nuevas voces de infancia.
Así la casa tuvo un nuevo brillo,
y otra vez hubo risillas que brincaban en las camas.

Pero el tiempo, siempre el tiempo…
pasó la vida…
tuvimos que hacer un silencio prolongado,
para entender que no todo es para siempre…
quedamos solos,
abandonados de algo,
alejados de nuestro centro.
El árbol se quedó sin agua,
«muriendo de pie», como dicen.

La casa lleva meses callada.
Pero el árbol, lleno de silencios y memorias,
dice que a veces,
sólo a veces,
nos mira en ella,
escuchando detrás de las paredes.

Siemppre estamos solos

«Yo quiero llorar a veces furiosamente
por no sé qué, por algo,
porque no es posible poseerte, poseer nada,
dejar de estar solo.»
Jaime Sabines.

El amor es perdernos;
estar solos,
solos sin nosotros mismos;
es robarnos al otro
y protegernos la espalda para que no nos
hagan lo mismo.

El amor es ser huésped en otro,
servir de refugio a otro,
es invasión de privacía;
por eso la culpa, la vergüenza,
el regocijo propio.

El amor es callar,
es la palabra que grita el mudo en el oído del
sordo,
el paisaje que miran los ciegos,
es la sombra que alumbra las sombras,
la piedra empujando al viento,
la fogata encendida en la corriente del río.

El amor es el sentido, no el sexto, ni el
séptimo, es el sentido;
el único, el más confuso, el más vivo.

El amor teje alas que se estrellan en los
techos y se van,
se van volando rotas.

Es nada, el amor es nada, ni siquiera
eso. Es nada.

El amor no completa, quita;
por eso la búsqueda insaciable,
la que no encuentra,
por eso la necesidad, los celos, la rabia.
El amor es estarse acabando el uno al otro como se acaba el mar,
por eso los besos contra la pared,
por eso el llanto sin sal, sin agua,
ese llanto seco que golpea en la garganta.

El amor es buscarnos donde nos
abandonamos: en el otro. Por eso
huimos, corremos,
nos vamos como ciegos en medio de un
desierto de gritos.
El amor es soledad. Ante todo es soledad,
porque estamos sin nosotros mismos;
es soledad poblada por voces ajenas,
por secretos que no nos pertenecen.

¡Recoger ternura hasta que se nos
doblan las manos, eso es el amor!
¡No existe el amor,
por eso creemos en él!

No hay nada detrás del amor,
por eso es inútil cavar con caricias en su
cuerpo.
No hay nada,
sólo queda la mecedora del recuerdo y el
olvido,
los ojos abiertos de la viudez,
un insomnio,
un alma tuerta,
un corazón cojo,
y la búsqueda final por nuestra soledad,
la otra, la que perdimos,
la que ofrecimos por amor al otro,
la que regalamos,
hasta que vuelve acompañada de ese llanto
caudaloso,
de agua, de sal, de hielo, de cascada libre;
ese llanto que se hace en los que están
acompañados de sí mismos,
sin amor, sin el otro,
¡solos!

Uno mismo

Caen las hojas, caen las piedras…
salgo a caminar para perderte
quiero que te vayas
pero vas conmigo,
cambias de acera cuando yo lo hago
me alcanzas, no te veo
me rebasas;
te persigo
caen las hojas, caen las piedras,
caminas para que me pierda
pero voy contigo
cambio de acera cuando tú lo haces
te alcanzo, te rebaso
sigo caminando para que te pierdas.

Amaneceres de noche

Tu cuerpo dormido me lo dice todo,
como el mar de aquella tarde que no volví a ver.

Y yo te miro como si te mirara un muerto,
como si hoy fuera la noche. La única noche.
Yo no quiero que me descubra el sol aquí,
como siempre,
a la orilla de tu piel,
cansado, tembloroso, colgando de la última nota de tu voz,
cayendo de la última nota de tu voz.
No quiero que sea mañana;
no quiero que sea otro día y otro y otro,
avanzando, rodando,
buscando el camino de uñas
que dejamos atrás
para intentar volver a nuestra piel.
No hay regreso, aurora, todo empuja hacia adelante,
y todo lo que somos pertenece a la duda.
No quiero que amanezca.
No quiero saber si hay algo después de ti;
no quiero saber si detrás de tu cuerpo hay otra vida:
no es cierto, no la hay.
No quiero que amanezca.
Esto es lo mismo que la paz.
Hace un rato,
cuando nuestros ojos eran brazos
y nuestros brazos se hundían hasta las raíces,
me pedías que hablara.
Yo sostenía tu cuello para que supieras.
¿No te basta este silencio de mil voces,
esta palabra envuelta en piel de niño,
este látigo de aire?
Ay, aurora,
si supieras,
si pudiera yo decir esa palabra,
esa nota que me trago, que te doy y que tú cantas;
si pudiera decir tu voz, tu perfume, tu mirada
¿Cuánto dura tu piel en mis manos?
Mis manos: he aquí los espejos de tu cuerpo.
Pero estás dormida.
No quiero despertarte.
Dormida eres lo mismo que un árbol,
más grande, más alta;
caen de tu cuerpo estrellas, hojas de lluvia.
Eres como una gran ventana hacia la luz,
hacia el milagro,
hacia la vida.
Dormida eres como la huella de ti misma
y estás así, silenciosa, como las huellas.

Mientras la noche avanza,
te cristalizas más
y estoy seguro que de pronto,
por los rincones de tu piel,
te brotará la luna.

Balada del amor pasado

Eras como el agua:
No te detenías ante la piedra
y rodeabas jardines y vientos
para llegar a la rama o al canto.

Igual que las niñas
jugabas al filo de las ventanas,
peligrosa,
desnuda,
estrella que brinca descalza.

Tu alma era tu red
y caíste en ella tantas veces que aprendiste mi nombre.
“He vuelto a caer”, me decías.

Eras el pie que tropezaba con la misma huella
y te buscabas en mi piel cada noche
(¿En qué parte de mis latidos entraba tu risa,
en qué lugar de mi voz erraba tu nombre,
a qué hora decidías venir que mis brazos se abrían antes de verte?)

Besabas como buscando salidas,
como un ciego que salta de una avioneta y espera.
Después me mirabas con la mirada cerrada
y sólo tú sabes lo que mirabas por dentro.

Caías directa a mi tierra
buscando raíces como la lluvia:
llovías entre niebla, caricias y rayos
y te ibas azul, transparente y lejana.

Soñabas lo que soñó la poesía
y te dio miedo que se cumplieran las palabras entre tus piernas.
Dijiste que nunca te di nada.
Es verdad,
yo sólo te rodeé con tus brazos,
te rodeé con tu alma,
para que no te pasara nada
mientras te dabas.

Eras ritmo, mujer, música.
Yo sólo abrí la puerta,
acerqué la silla
y me senté a escucharte.

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Donaciano Bueno Diez

Donaciano Bueno Diez

Editor: hombre de mente curiosa, inquieta, creativa, sagaz y soñadora, amante de la poesía.

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