Gabriel Villagómez Viteri
¡Lo que somos los humanos!
En el viejo cementerio donde todo es podredumbre
donde no llegan los ecos de la humana algarabía,
olvidada para siempre de la ignara muchedumbre
duerme triste y silenciosa la adorada vida mía…
Sobre un tálamo de flores que sembré en el campo santo
y velada por el viento que a las cúpulas agita,
hoy contemplo con los ojos inundados por el llanto
una caja de madera que su cuerpo deposita…
Fue una casta virgencita. Su belleza cautivaba
a los míseros mortales que miraban su figura.
¡Quién, al verla tan hermosa como buena, no exclamaba:
Es un ángel con la forma de una mística criatura…!
De sus formas seductoras que turbaron mis sentidos,
ya no quedaba más que polvo que remueven las gusanos.
¡Pobrecita! De sus voces que arrullaron mis oídos,
queda un eco que repita: “¡Lo que somos los humanos…!”
Al fin me he convencido que la vida es un daño
que se quién nos hizo por un designio infando.
Que el dolor nos persigue y el placer es huraño,
que se nace con llanto y se muere llorando.
Y vivo convencido del triste desengaño
que encierra aquel enigma del vivir suspirando…
Sólo sé que de cierto sólo existe el engaño
y que la vida misma nos está traicionando…
Tengo la certidumbre de que no hay dicha humana,
de que el goce es anuncio de una pena cercana…
¡Por eso siempre vivo escéptico y huraño!
Desde que tuve el uso de la razón serena
y conocí el horrible secreto de la pena,
desde entonces la vida me causó mucho daño.