JOSÉ ÁNGEL BUESA

Te digo adiós, y acaso te quiero todavía.

Quizá no he de olvidarte, pero te digo adiós.
No sé si me quisiste... No sé si te quería...
O tal vez nos quisimos demasiado los dos.

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BLAS DE OTERO

Aquí tenéis, en canto y alma, al hombre
aquel que amó, vivió, murió por dentro
y un buen día bajó a la calle: entonces
comprendió: y rompió todos su versos.

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RAFAEL ALBERTI

Se equivocó la paloma,
se equivocaba.
Por ir al norte fue al sur,
creyó que el trigo era el agua.
Creyó que el mar era el cielo...

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ANTONIO MACHADO

Yo voy soñando caminos
de la tarde. ¡Las colinas
doradas, los verdes pinos,
las polvorientas encinas!...
¿Adónde el camino irá?
Yo voy cantando, viajero...

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FÉLIX MARÍA DE SAMANIEGO

Apacentando un Joven su ganado,
gritó desde la cima de un collado:
¡Favor!, que viene el lobo, labradores.
Éstos, abandonando sus labores,
acuden prontamente,
y hallan que es una chanza solamente.

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FEDERICO GARCÍA LORCA

Granada, calle de Elvira,
donde viven las manolas,
las que se van a la Alhambra,
las tres y las cuatro solas.

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GABRIEL CELAYA

A veces me figuro que estoy enamorado,
y es dulce, y es extraño,
aunque, visto por fuera, es estúpido, absurdo.
Las canciones de moda me parecen bonitas,
y me siento tan solo
que por las noches bebo más que de costumbre.

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MIGUEL ÁNGEL ASTURIAS

Recuerdo que en los días rosados de mi infancia,
la abuela…(¿de quién son los abuelos?, ¿de los niños?),
solía por las noches, cuando la tibia instancia
parecía una caja de dulces de la luna,
contar historias viejas. Hoy ya no sé ninguna.

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LUIS DE GÓNGORA

Mientras por competir con tu cabello
Oro bruñido al sol relumbra en vano,
Mientras con menosprecio en medio el llano
Mira tu blanca frente al lilio bello;

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GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ

Este amor que ha venido de repente
y sabe la razón de la hermosura.
Este amor, amorosa vestidura,
ceñida al corazón exactamente.

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TIRSO DE MOLINA

Que el clavel y la rosa,
¿cuál era más hermosa?
El clavel, lindo en color,
y la rosa todo amor;

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MIS MAESTROS-POETAS

MARQUÉS DE SANTILLANA

Recuérdate de mi vida,
pues que viste
mi partir e despedida
ser tan triste.
la respuesta non devida
que me diste;

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MIS MAESTROS-POETAS

NICOLÁS FERNÁNDEZ DE MORATÍN

Amor, tú que me diste los osados
intentos y la mano dirigiste
y en el cándido seno la pusiste
de Dorisa, en parajes no tocados;

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LUIS ROSALES

Abril, porque siento, creo,
pon calma en los ojos míos,
¿los montes, mares y ríos,
qué son sino devaneo?

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ROSALÍA DE CASTRO

¡Con qué pura y serena transparencia
brilla esta noche la luna!
A imagen de la cándida inocencia,
no tiene mancha ninguna.

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JOSÉ ZORRILLA

¡Ay del triste que consume
su existencia en esperar!
¡Ay del triste que presume
que el duelo con que él se abrume
al ausente ha de pesar!

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JUANA DE IBARBOUROU

A ártico cielo y soles de Brasiles
bajo palio de heridos corazones,
a ociosa espuma y a fluviales sones
anda el Sagrado Corazón en lides.

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MIS MAESTROS-POETAS

VICENTE ALEIXANDRE

¿Qué firme arquitectura se levanta
del paisaje, si urgente de belleza,
ordenada, y penetra en la certeza
del aire, sin furor y la suplanta?

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MIS MAESTROS-POETAS

JAIME GIL DE BIEDMA

Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.

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MIS MAESTROS-POETAS

LEÓN FELIPE

Por la manchega llanura
se vuelve a ver la figura
de Don Quijote pasar.
Y ahora ociosa y abollada va en el rucio la armadura,...

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MIS MAESTROS-POETAS

JULIA DE BURGOS

Yo vengo de la tierna mitad de tu destino;
del sendero amputado al rumbo de tu estrella;
el último destello del resplandor andino,
que se extravió en la sombra, perdido de tu huella.

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CONCEPCIÓN ARENAL

Había en un lugarón
Dos hombres de mucha edad,
Uno de gran sobriedad
Y el otro gran comilón.
La mejor salud del mundo
Gozaba siempre el primero....

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MIS MAESTROS-POETAS

JAIME SABINES

A caballo, Tarumba,
hay que montar a caballo
para recorrer este país,
para conocer a tu mujer,
para desear a la que deseas,
para abrir el hoyo de tu muerte,

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MIS MAESTROS-POETAS

MARIO BENEDETTI

No lo creo todavía
estás llegando a mi lado
y la noche es un puñado
de estrellas y de alegría
palpo gusto escucho y veo
tu rostro tu paso largo

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MIS MAESTROS-POETAS

NICOLÁS GUILLÉN

¿Cuándo fue?
No lo sé.
Agua del recuerdo
voy a navegar.
Pasó una mulata de oro,
y yo la miré al pasar:,....

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MIS MAESTROS-POETAS

OCTAVIO PAZ

El mar, el mar y tú, plural espejo, 
el mar de torso perezoso y lento 
nadando por el mar, del mar sediento: 
el mar que muere y nace en un reflejo. 

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MIS MAESTROS-POETAS

MANUEL ALCÁNTARA

El mar, el mar y tú, plural espejo, 
el mar de torso perezoso y lento 
nadando por el mar, del mar sediento: 
el mar que muere y nace en un reflejo. 

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MIS MAESTROS-POETAS

JOSÉ BERGAMIN

AGUA sólo es el mar; agua es el río,
Agua el torrente, y agua el arroyuelo.
Pero la voz que en ellos habla y canta
No es del agua, es del viento.

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MANUEL GUTIERREZ NÁJERA

Los pájaros que en sus nidos
mueren, ¿a dónde van?
¿Y en que lugar escondidos
están, muertos o dormidos,
los besos que no se dan?

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DÁMASO ALONSO

Tú le diste esa ardiente simetría
de los labios, con brasa de tu hondura,
y en dos enormes cauces de negrura,
simas de infinitud, luz de tu día;

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GABRIEL Y GALÁN

Cuando pasa el Nazareno
de la túnica morada,
con la frente ensangrentada,
la mirada del Dios bueno
y la soga al cuello echada,

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LOPE DE VEGA

Un soneto me manda hacer Violante
que en mi vida me he visto en tanto aprieto;
catorce versos dicen que es soneto;
burla burlando van los tres delante.

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AMADO NERVO

¿Quién es esa sirena de la voz tan doliente,
de las carnes tan blancas, de la trenza tan bruna?
-Es un rayo de luna que se baña en la fuente,
es un rayo de luna...

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GLORIA FUENTES

El burro nunca dejará de ser burro.
Porque el burro nunca va a la escuela.
El burro nunca llegará a ser caballo.
El burro nunca ganará carreras.

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JORGE LUIS BORGES

En su grave rincón, los jugadores
rigen las lentas piezas. El tablero
los demora hasta el alba en su severo
ámbito en que se odian dos colores.

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LEANDRO FERNÁNDEZ DE MORATÍN

¿Qué acecho de dolor el alma vino
a herir? ¿Qué funeral adorno es éste?
¿Qué hay en el orbe que a tus luces cueste
el llanto que las turba cristalino?

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MIS MAESTROS-POETAS

LUIS CERNUDA

Ventana huérfana con cabellos habituales,
Gritos del viento,
Atroz paisaje entre cristal de roca,
Prostituyendo los espejos vivos,
Flores clamando a gritos
Su inocencia anterior a obesidades.

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MIS MAESTROS-POETAS

FRAY LUIS DE LEÓN

Aquí la envidia y mentira
me tuvieron encerrado.
Dichoso el humilde estado
del sabio que se retira
de aqueste mundo malvado,

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MIS MAESTROS-POETAS

RUBÉN DARÍO

Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer...

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MIGUEL HERNÁNDEZ

Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
decidme en el alma, ¿quién,
quién levantó los olivos?
No los levantó la nada,
ni el dinero, ni el señor...

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ALFONSINA STORNI

Quisiera esta tarde divina de octubre
pasear por la orilla lejana del mar;
que la arena de oro, y las aguas verdes,
y los cielos puros me vieran pasar.

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JUAN RAMÓN JIMÉNEZ

Esparce octubre, al blando movimiento
el sur, las hojas áureas y las rojas,
en la caída clara de sus hojas,
e lleva al infinito el pensamiento.

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MIS MAESTROS-POETAS

SANTA TERESA DE ÁVILA

Cerrar podrá mis ojos la postrera
Sombra que me llevare el blanco día,
Y podrá desatar esta alma mía
Hora, a su afán ansioso lisonjera;

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SAN JUAN DE LA CRUZ

En una noche oscura
con ansias, en amores inflamada,
¡oh dichosa ventura!
salí sin ser notada,
estando ya mi casa sosegada.

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MIS MAESTROS

MANUEL MACHADO

Yo, poeta decadente,
español del siglo veinte,
que los toros he elogiado,
y cantado
las golfas y el aguardiente...,
y la noche de Madrid,...

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LUIS DE GÓNGORA

Mientras por competir con tu cabello
Oro bruñido al sol relumbra en vano,
Mientras con menosprecio en medio el llano
Mira tu blanca frente al lilio bello;

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PEDRO SALINAS

A esa, a la que yo quiero,
no es a la que se da rindiéndose,
a la que se entrega cayendo,
de fatiga, de peso muerto,
como el agua por ley de lluvia.

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JORGE MANRIQUE

Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte,
contemplando
cómo se passa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando;

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RAMÓN DE CAMPOAMOR

En este mundo traidor
Nada es verdad ni mentira:
Todo es según el color
Del cristal con que se mira. 

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SALVADOR DÍAZ MIRÓN

En buen esquife tu afán madruga,
el firmamento luce arrebol;
grata la linfa no tiene arruga;
la blanca vela roba en su fuga
visos dorados al nuevo sol.

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NICOMEDES SANTA CRUZ

Cómo has cambiado, pelona,
cisco de carbonería.
Te has vuelto una negra mona
con tanta huachafería.
Te cambiaste las chancletas
por zapatos taco aguja,...

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FRANCISCO DE QUEVEDO

Cerrar podrá mis ojos la postrera
Sombra que me llevare el blanco día,
Y podrá desatar esta alma mía
Hora, a su afán ansioso lisonjera;

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FRANCISCO ALDANA

Clara fuente de luz, nuevo y hermoso,
rico de luminarias, patrio Cielo,
casa de la verdad sin sombra o velo,
de inteligencias ledo, almo reposo:
¡oh cómo allá te estás, cuerpo glorioso,

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GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER

Volverán las oscuras golondrinas
De tu balcón sus nidos a colgar
Y otra vez con el ala a sus cristales
Jugando llamarán.

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GUTIERRE DE CETINA

Excelso monte do el romano estrago
eterna mostrará vuestra memoria;
soberbios edificios do la gloria
aún resplandece de la gran Cartago;...

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ÁFRICA [Mi poema]
Juan Gil-Albert [Mi poeta sugerido]

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MI POEMA… de medio pelo

 

Pocos saben que entiendes de gladiolos,
y que Plinio en tus flores se inspirara*,
negra tierra encerrada con sus dolos
en que el hambre a penuria se equipara;
que un mal dios os creó y os dejó solos,
lugar en que la vida está muy cara.
Perras flores de pétalos y estambres,
perras flores de escombros y de alambres.

Aguafuerte de Goya en claroscuro,
dibujada con sombras, sin sus luces,
ventana que tropieza con un muro
tapiada con soflamas de arcabuces
de aquellos que vislumbran un futuro
llevándole al soñar a dar de bruces.
¡Qué enorme es la abundancia, tan estrecha,
qué escasa de la vida es su cosecha!

¡Oh, África! tendida al sol de Oriente
y en sus brumas y llantos anegada,
que gimes y presumes de inocente
y sufres del derecho de pernada.
Nadie te ha de salvar. Solo tu gente
pegando al Occidente una patada.
Confiar no es posible en la esperanza
allí donde es vivir lo que está en danza.

Es hora de mirarte ya al ombligo,
que empieces a exigirte tus derechos.
Que estéril ha de ser pedir abrigo,
inútil los lamentos y despechos.
No olvides, predicar nunca es dar trigo,
lo que cuenta en el mundo son los hechos.
Ya lo dijo Machado, que el camino
solo se hace al andar. Y ese es tu sino.
©donaciano bueno

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* El nombre del género se atribuye a Plinio y hace referencia, por un lado, a la forma de las hojas de estas plantas, muy habituales en África, similares a la espada romana denominada gladius (gladiadores).

MI POETA SUGERIDO: Juan Gil-Albert

A mis manos

Formas infatigables de mi alma,
blancos rayos de luz sobre las cosas,
terrenal soplo abierto, alas mías,
que me arrastráis sin freno ni codicia
por esta indescifrable primavera
del ser, los tactos, la tibieza, el frío,
las formas y el color de sus pasiones,
los más ocultos sinos de la tierra;
¿dónde vais desbocadas, presurosas,
a qué porción del mundo oscurecido,
a qué estelar materia abandonada
osáis acometer, cual si en los dedos
harpas o púas de un amor ardiente
guiaran vuestros toques extasiados?
La delicia del mundo os acompaña
en ese deambular como a las aves,
que van y toman siempre insatisfechas
de su angustiado vértigo amoroso
y alguna vez detiénense cantando
el repentino goce que las prende
a esa mortal belleza de la tierra.
Así vais y venís, cual alejadas
de mí y mi ajeno rostro entristecido,
entre cosas, materias vulnerables,
cuerpos, sustancias, posos, ilusiones,
roces enervadores, somnolientos
seres que al ser tocados se despiertan,
superficies hirsutas, densas moles
sin forma ni color que están temblando,
apariencias hermosas yabsorbentes,
yertos encantos, toscos materiales
que conservan extraña lozanía,
inmensa exploración de los sentidos
en las ligeras naves de mis manos.
¿Dónde depositar tales tesoros?
Poseer, poseer, parece el sino
de vuestra inagotable extravagancia.
Acumular los dones de la tierra,
los impalpables brotes del pecado,
los frutos de la nada, los carnales
relámpagos del ser, ¿en dónde ocultos?
¿Dónde lleváis, al son de qué festejos,
de que hastíos solemnes, de qué angustias,
ese espectral tesoro arrinconado,
a qué desván espléndido de polvo,
donde un fantasma llora arrepentido?
¡Volad, volad, extrañas claridades,
gracias definidoras que sentencian
Con su tacto el valor de lo existente,
ligerísimas hijas de mi cuerpo
que en su graciosa furia enajenada
húndense en el vacío, despertando
el misterioso sueño de la tierra
y después me abandonan los rumores,
el humo, la ilusión, las ansiedades,
el engaño de gracia y de hermosura,
esta ficción alada que construyen
con sus tristes techumbres c ontra el cielo!
Si tras los años puedo en algún día,
posado en una roca inexistente,
la gran melancolía de los dioses
revelar, meditando hacia la tierra,
diré: Yo te conozco, extraño mundo;
tu horror y tu delicia en el recuerdo
no me dejan gozar en mis alturas
el reposo anhelado. La corona
de terrenales flores no la siento
sobre mi sien desnuda y desolada.
Manos que reposáis tras los abismos
de espantosas distancias: ¿qué inquietudes
me transmitís, aún yertas en la sombra?
De «Las iusiones»

A un abanico perdido Para Lea Pentagna

En las manos del ocio, un breve tiempo
abriste tu ala blanca, pregonando
el lejano país donde se oculta
la oriental primavera. Yo podía,
con un antiguo gesto silencioso,
sentir la palpitante ligereza
del aire en mis mejillas, como vuela
entre el denso calor adormecido
la errante mariposa. Nunca tuve
poder más lisonjero que los días
en que en tu frágil cetro de bambúes
florecían las brisas al deseo
de su mecido dueño. ¿Quién osaba
rivalizar conmigo un privilegio
tan olvidado, y quién sonríe ahora
a esos dones trenzados por las gracias?
Breve fue, ¡oh tierno objeto!, la fragante
flor de tu amor, que arranca de las manos
el destino insaciable cuando intenta
hundirnos en distancias infinitas.
Como un sueño contemplan nuestros ojos
el vacío de algo que brillaba
como un cuerpo real, y sólo queda
de un tal placer la sombra de una duda,
con tan intensa fuerza evocadora
que visionarios somos de sus tercas
formas desvanecidas. Un aliento
de extraña ligadura nos conmueve
con todo lo que fue, y así tú ahora
transmites al que pulsa el varillaje
de tu inconsciente alma, unos secretos
velados por la lánguida pereza,
y que dan a esa faz que te sonríe,
como yo ayer, el soplo de la vida.
De «Las iusiones»

A un arcángel sombrío

Canción

Algún día
el sigiloso administrador de la divinidad,
aquel doncel extraño,
descenderá, para llevarme allí
donde su espada da luz a los elegidos
y la radiante oscuridad de sus ojos
satisface la integridad del hombre,
así como la fruta madura
sirve al inextinguible apetito de la muerte.

Removerá con su oscuro aleteo
el aire corrompido de la tierra
dejando que sus candorosos pies
levanten la polvareda de los caminos
y un viento invernal
hiele el corazón de las criaturas
y haga caer como frías muecas de consumación
los viejos ramajes de los árboles.

Dejará que los que le temen
oculten su vergüenza en la penumbra
y acallando sus pechos
musiten las plegarias que destinan
al huracán que arranca las cosechas
o a la pálida peste
que devora a sus hijos.

La vida que despierta,
el inclemente pasmo de su felicidad,
borrará pronto las huellas
de tanto horror,
y una radiante luz estacionada,
un nimbo clarividente y majestuoso
delatará a los hombres
que allí vive el elegido de su corazón,
y nadie osará desplegar los labios
ni cruzar con la irrespetuosa cabeza cubierta
por aquel vergel intransitable y quieto
donde se celebran las nupcias perennes del amor.

El murmullo de la vida
discurre bajo los apagados mármoles eternos,
y las flores que crecen
en los cercos de aquel confín
ostentan un no sé qué de repleto y magnífico,
y el balanceo de sus tallos
adquiere allí toda la gentileza de lo irremediable.

¡Venturoso el corazón que alberga
tu terrible placidez!
Aquellos sobre los que has descendido libremente
-como en nuestra melancólica tierra
solemos encontramos,
cual insospechado vestigio de tu existencia,
las encantadoras criaturas
sobre las cuales posamos nuestros ojos
con angustia mortal-
tendrán al fin aprisionado
en el frágil reducto de su cuerpo
tu luz enternecedora,
el filo de tu espada que da vida,
yen torno a sus mudas frentes de placer
el aleteo negro de tu fruición
estará moviendo aquellas lacias cabelleras deseadas.

Así reinas,
divino ser del universo,
sobre aquellos que te amaron ciegamente
a través de las apariencias.
De «Las iusiones»

El lujo

Balada

«¿Dónde estás, dónde, en qué país extraño
has ido a hundir el rostro venerable
en el agua que aniña y que refresca
los insignes harapos? ¿A qué tierra

ignorada del hombre te volviste,
llorando los caudales misteriosos
de una gran deserción, de una congoja
de algo viejo y pesado que se hunde?

¿Por qué caminos fuiste abandonando
el gran oro del sol, cuando mirabas
temblar la tierra, llena del reflejo
de tus antiguos ojos de esmeralda?»

Pocos recuerdan ya tus esplendores,
algún anciano amable, alguna dama
que acaba de expirar te sonreía
en su dichoso espejo. Y eso es todo.

Tus huellas más recientes se han perdido
entre la ciudadana indiferencia
de este gran malestar, y algún objeto
sale a veces cual lívido fantasma

hasta el ceño y encono de unos ojos
endurecidos. Polvo y terciopelo
son hoy tristes hermanos que se aman.
Mas nosotros seguimos el camino.

Y sin embargo yo te recordaba,
porque de niño pude vislumbrarte
cuando, tus equipajes preparados,
brilló una extraña cola tras la puerta

del dorado salón. Yo nunca supe
si eras hombre o mujer, porque fue un goce
tan cálido aquel soplo amarillento
que tenía delante, que confieso

me perdió, cual trastorno, una molicie
fría y severa en torno a unos modales
cuyo recuerdo guardo como un santo
la verdad revelada. Ví un sombrero

tan hermoso, posado en la cabeza
de un ser extraordinario, con sus plumas
de bengala caídas con un dejo
de tal inolvidable negligencia,

que me rendí a la sombra de su influjo
ceremonioso. En una mesa antigua
vi unos guantes en tono de canela
escarchados de perlas diminutas.

Ajetreadas gentes se movían
sobre un musgo de púrpura, y abajo
de los anchos balcones esperaban
los landeaux, entre un humo delicioso

de caballos que piafan impacientes
con sus sombrías riendas perfumadas,
y el primitivo fuego en las antorchas
de los ujieres, pálidos de muerte.

La voz timbrada de una dulce amiga
me dijo adiós, y al ir con reverencia
a besarle la mano en que oprimía
un haz de violetas como el cetro

de una divinidad, vi tras los velos
espesos que cubrían su semblante
como un tigre que enfunda su fiereza
con felina elegancia. Nunca supe

si era hombre o mujer. Salieron todos
con un frou-frou radiante de festines
y bailes, algo lúgubres en cambio.
Oí que los cocheros repetían:

«¡Hacia San Petersburgo!» En poco tiempo
todo había pasado. Y estas luces,
que alumbran como estrellas en el cielo
el tétrico paisaje de la Historia

se irán helando en siglos y distancias,
en silencioso polvo diamantino,
cual una nebulosa diadema
inalcanzable al ansia del arqueólogo.

Himno a la castidad

La canción ignorada entre las valvas
del corazón sospecho floreciente
como un ímpetu ciego que me tienta.
Que sea no lo sé, pero me llama
esta fruición oculta que sorprendo
dentro de mí tendiéndome en sus brazos
como en lecho de sierpes entre cercos
de algún rosal. Tristeza o alegría,
no sabría decirlo cuando sopla
un viento rumoroso en que vacila
el torpe sueño y déjame sumido
en una despiadada trascendencia,
mientras yo estoy rendido y arrullado
por unas leves coplas que acompañan
al feliz corazón. ¿Qué inarmonía
junta la desazón y el entusiasmo
en estas largas noches en que gime
la castidad? Las voces interiores
dícenme un embeleso de palabras
que cual un vino sienten derramarse
por los lánguidos miembros. Vanas ansias
del pecador mordido por el fuego
de aquella fuerza ignota cuando sangran
sus ilusiones. Mas todo se nubla,
y suspenso en su flor se desvanece
si una voz misteriosa nos convida
a sonreír cubiertos de laureles
como un fiel desposado al que se rinde
la falaz apariencia.

Himno a la vida

Cuando eras una joven indefensa
con aquel cuello frágil levantando
la lozana cabeza en que esplendía
el amplio sol su dulce arrobamiento,
y cual pájaro o flor que nada teme
abre al espacio el curso de sus alas
o sus pétalos tiñe ardientemente
con el claro rubor de su existencia,
entonces te canté como si hermana
fueras de mi ilusión, y en tu regazo
fraternal vuelo alzaba contemplando
esa faz adorable. Era aquel tiempo
en que tus ojos garzos me miraban,
del color de los bosques, y surgías
toda tú cual un árbol silencioso
llevándome contigo lentamente
hacia la esbelta copa en que soñaban
las misteriosas aves matutinas.
Allí la transparencia deseada
de miles de deseos tentadores
brillaba como engaño delicioso,
y una invisible mano removía
mis cabellos cual eco prematuro
de los desordenados sentimientos
que el amor transportaba entre sus brazos.
¡Ah, lenta violencia de mi vida,
trastornadora gracia del abismo,
ese negro principio originario
que trepa con tu verde savia alada
el confín sin medidas! ¡Dónde fueron
los que como racimos se mecían
en nacarado aire, tallas ubres
de una vitalidad encantadora,
entre las hojas mágicas de fuego
de aquel festín? ¿En dónde han escondido
sus verdes oleadas de cenizas
esas fragantes rosas tentadoras,
como senos de virgen que se han ido,
dejando sobre el tallo que las tuvo
sólo una sombra gris y porfiada?
Tu color se ha mudado, criatura,
el encendido rostro del que vive
esa ascensión incólume y hermosa
pasa de aquel fulgor del oro vivo
a este gris terrenal que esparce ahora
sobre tu sien la angustia de unas alas.
Postreras alas, cumbres que nos llevan
hacia dentro en un vuelo inesperado,
por extrañas regiones invisibles,
más allá de los lindes de la tierra,
aquí en el fondo mismo del abismo
donde mi vida vive su existencia.
Vuelve hacia mí tus lágrimas sombrías,
fraternal resonancia de ancho seno,
antigua jovencilla ilusionada
cuyos largos cabellos aún evocan
aquella brisa errante. Ahora el hermano
tiende a tus pies las viñas de amargura
y en derredor los campos que florecen
leves lirios oscuros se preparan
a vernos enlazados como amantes
cruzar las blancas crestas de la tierra
por donde están las uvas que no apagan
el eterno sabor incandescente
de su fértil amargo. Allí te esperan
más que tus rosas, ¡oh hija de la carne!,
calladas violetas vespertinas
sobre las cuales vamos densamente
uno hacia el otro, amándonos confusos,
en el cálido soplo que nos lleva.
De «Las iusiones»

La canción

Presiento una larga noche de silencio,
una pausa misteriosa sin palabras,
como si unos brazos doblados como plumas
recogiéranse de nuevo en su originaria mudez.

Lo que se habla al mandato de la poesía
no da luz al que dice sin quererlo
esas aterradoras resonancias antiguas
enviadas como rayos sobre la paciente humanidad.

Caída su lumbre en el corazón de quien la escucha,
¿qué queda en aquel que vio fluir de su mano
la chispa de los grandes designios?
Una nube de cenizas ciega sus ojos,

como los nubarrones se oscurecen
tras el alumbramiento fugitivo
de la tempestuosa tormenta. Luego callan,
más seductores en su enigmático mutismo.

Tan sólo la embriaguez de unos momentos
tienta al canto motivo de su ser. Y cuando cesa
un poeta de hablar esos oscuros signos que despiertan
el terror o las ávidas pasiones en los mortales indefensos,

todo él enmudece como una piedra prestigiosa
y ciémese sobre la vida una bonanza, un cierto fresco
que engaña a quienes se recrean bajo su sombra,
porque en su seno hierven peligrosas las canciones venideras.
De «Las iusiones»

La higuera

(Apunte para una oda anacreóntica)

No sé si era nostalgia.
El amor y el recuerdo
estaban confundidos en mi ser.
Entrelazados quedarán en la memoria
como un sueño que resplandece,
y el corazón seguirá ignorando
el origen de tanta clemencia.

¡Crepitante laxitud
que enalteces mi desfallecimiento,
mi mísera condición terrenal!
Bajo tu sombra morada
descansé un día, venturoso,
y en el olor caliente de tu existencia
me anegué de desesperación
porque el sol ácido
ponía un cerco de mortalidad
al amoroso refugio.

Cabellos tan frescos como los pámpanos
entre cuyo follaje tentador
crece el higo, más triste que la soledad;
dulce y caliente es la clara miel
de su boca,
y entre sus labios maduros
busca el poeta el sabor de lo irremediable.

¡Ah, las alas de oro,
los listados cuerpecillos de las abejas,
cuyos besos de fuego se cumplen
y en cuyo amor se apaga
el centelleo de la divinidad!
Si mis versos os siguen con admiración
y aspiran a eternizar este recuerdo
del ser a quien amo,
es que mis alas son las palabras,
y sin ellas caigo desvanecido en un torpe sueño.
De «Las iusiones»

La isla

Felicidad, no supe hasta este día
que como un abanico entre sus pliegues
guarda en sí ese paisaje deseado
del aire, tú en ti misma te encerraras,
sin que el hombre cansado consiguiera
ver llegar a sus sienes la frescura
de tu aliento. No solamente el oro
necesita que el ávido lo busque
para que en nuestra mano resplandezca;
todo goce es igual, todo está oculto
a la humana ansiedad, mas si el encuentro
surge al fin, ay, sabemos que no es nuestro,
tan sólo es una dicha de sí mismo.
¿Cómo no contemplarte si meciste
tantos años la imagen que pedía
nuestro amor a otro cuerpo? En unas horas
déjame que engañado me abandone
a mi torpe ternura, y en tu suave
pecho quemante duerma unos momentos
la languidez. Yo sé que los estíos
pasan sobre la tierra y se marchitan
los cálices primaverales, veo
cómo las nieves antes que florezca
el sol de abril descienden de las cumbres
donde brillaron, mientras las mañanas
no dejan para ti de abrir sus lentas
lenguas de fuego y prenden en las noches
de tu cálida piel, cual vivas joyas,
las luciérnagas; deja que me anegue
en tu monotonía, que es la sombra
del amor, cuando tiende como brazos
sus redes infinitas al amante,
rendido en virginal prisión eterna,
como un dios en su isla. La ventura
concédeme al igual que a esos pequeños
seres que duermen en tus anchas ramas,
tranquilos al saber que el nuevo día
repetirá al siguiente y al pasado
la febril somnolencia. Pueda al menos,
como este mar que olvida sus pasiones
sombrías en el fondo de sus aguas,
acercar unos labios murmurantes
en cuyo fiel latir apenas se oyen
las lejanas empresas. ¿Cómo luego
de haberte abandonado, como tantos,
para hundirme en la hostil indiferencia
dueña del mundo, logran mis desvelos
decir que busco aquello que mis ojos
vieron pasmados, como a un ser, un día?
De «Las iusiones»

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Donaciano Bueno Diez

Donaciano Bueno Diez

Editor: hombre de mente curiosa, inquieta, creativa, sagaz y soñadora, amante de la poesía.

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