SI DIOS YO HUBIERA SIDO [Mi poema]
Carmelo Chillida [Mi poeta sugerido]

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MI POEMA… de medio pelo

 

Si Dios yo hubiera sido habría hecho
un mundo en que los niños no crecieran
blindando la inocencia por derecho,
y a aquellos que aceptarlo no quisieran
por culpa de un agravio o de un despecho
sin ver de ser adultos se murieran.

Los niños seguirían siendo niños
haciendo allí que el tiempo se parara,
sujetos de ternura y de cariños
conscientes de que el mundo lo abrazara
a base sonreír y haciendo guiños
asi se oponga el dios que lo fundara.

Jugando a molestar y haciendo el burro
en base a travesuras y trastadas,
diciendole a sus padres: que me aburro
y así de nuevo vuelta a las andadas,
si pillo aquí te cojo y te espanzurro
gozando de pegar unas patadas.

Que el mundo fuera un juego, ¿te imaginas?
sin trampas ni cartón, sin falsedades,
sin odios, sin revanchas, sin inquinas.
Gozando todo el tiempo de amistades,
sin nunca más pensar en medicinas
y el cielo así tocar. Felicidades.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDO:  Carmelo Chillida

Coro

El César habla solo,
habla para sí mismo
y a sí mismo se deleita
con el sonido de su voz.
El César habla solo,
no a los otros, salvo
para ordenar o humillar.
El César habla solo
pero necesita estar
rodeado de gente para hablar.
Los otros son convocados
estrictamente para cumplir
la función de coro, para corear
en el momento oportuno
las consignas del César.
Y ay del que desafine.

Decidieron subir al Ávila.

Hacía un fuerte sol, ni una nube en el cielo.
Se internaron en la gran montaña verde
y en minutos todo era árboles,
tierra, piedras, riachuelos.
Caminos abiertos sólo para ellos.
La ciudad no existía.
Subieron tomados de la mano,
respirando profundo.
Después de un buen rato se sentaron a descansar,
a contemplar, a agradecer
sólo por estar ahí, por todo ese paisaje
que se ofrecía para ellos, dos simples mortales.
Cuando empezaban a bajar,
surgieron súbitos remolinos
que estremecían los eucaliptos.
Dos, tres, cuatro gotas, truenos,
y de pronto estaban ya
bajo un fuerte aguacero.
Apuraron el paso, pero de todos modos
al llegar abajo estaban empapados,
empapados y reían
y se detuvieron a besarse
bajo el agua.

Al llegar a la casa, no se bañaron
en la ducha sino que se desnudaron
y así, llenos del verde de la montaña,
mojados en agua de cielo,
hicieron el amor sobre el edredón de la cama.

¿Qué más, qué más se puede pedir
en esta vida?

Aunque es domingo en la mañana,

el timbre repica y vuelve a repicar.

Vienen a ofrecerte el último objeto
que aún no ha salido al mercado, a un precio increíble.

Quieren que escuches la Palabra de Dios, interminablemente,
que compres una biblia y salves tu alma del infierno.

Han sido designados para entregarte un premio
que ganaste en una rifa
para la que no compraste ningún boleto.

Te harán una oferta que no podrás rechazar.
Sólo tienes que firmar este papelito,
pero eso sí, no con tinta
sino con tu sangre, un pequeño detalle.

Tú los observas por la mirilla, sosteniendo el aliento y la risa.
Que se queden ahí todo el tiempo que lo deseen,
que el timbre repique y repique.

Pueden estar seguros de que esta puerta no se abrirá.

Que vayan a tocar al apartamento de al lado,
a ver si encuentran alguien dispuesto
a perderse esta espléndida mañana de domingo.

De niño mi abuela me leía los horóscopos

y yo los escuchaba como si contuvieran un aire oracular.

Luego crecí y no leía horóscopos
o, si los leía, no les daba mucha importancia.

Algunas veces, trabajando en un periódico,
la astróloga olvidaba enviar su horóscopo.
Y me tocaba a mí escribirlo, signo por signo,
juntando retazos en mi memoria
de los horóscopos que había leído
sin pensar qué pensarían los lectores en espera
de guía espiritual, y sin remordimiento alguno.

Un día conocí a una mujer
a la que le gustaban mucho los horóscopos,
casi tanto como ella me gustaba a mí.

Todos los fines de semana me leía mi signo
y luego me leía el suyo.
Yo escuchaba prestando enorme atención;
tanta, que volví a sentir ese aire oracular.

Besos y caricias acompañaban siempre la lectura.
Nos deteníamos en las frases promisorias
y nos burlábamos de los malos augurios.

Así me fui aficionando a los horóscopos.
Era lo primero que leía en el periódico.

Pero fue pasando el tiempo
y, casi sin darme cuenta,
cada vez me fijaba más en las frases que ocultaban amenazas
que en las que ofrecían un futuro lleno de paz y amor.

Así andan ahora las cosas.
Los fines de semana ya no compro el periódico.

Adivinen por qué.

Te debo una disculpa, Strand,

por intentar copiar tus versos.

Y otra peor: por no haber logrado
siquiera una imitación decente.

Releyéndote, enteramente sumergido
en tus poemas, de pronto la página se me resbala
de los dedos y brinca sola hasta la primera
y me encuentro la escritura manuscrita:
For Carmelo! / Mark Strand

Y es entonces cuando recuerdo que te conocí
en el hotel donde te alojabas en Altamira,
y estuvimos conversando por lo menos una hora.

Siempre sonriente, siempre irónico.
Siempre delirantemente jocoso.

Recuerdo que te pregunté
si te habían llevado a la playa
y me dijiste que para el viaje a Los Roques
había que levantarse a las 3 de la madrugada.

Y ese último añadido, tan tuyo:
“A esa hora yo no me despierto
ni para ver a Dios”.

El zumbido de las moscas

inunda la casa en estos días calurosos.
Las moscas vuelan en zigzag,
zigzaguean, pesadas,
más que los mosquitos
pero menos que los moscardones.
Zum zum, su zumbido
interrumpe el silencio del que lee.
Nos distrae de lo que estábamos haciendo.
Nuestra mirada se queda flotando en el aire.
Zum zum, su vuelo es errático,
cambian de dirección a cada instante.
De pronto la Mosca Reina irrumpe en la cocina.

Sus costumbres y hábitos,
el asco que inspiran:
ese es el poema de hoy,
el poema de las moscas.

En otro tiempo, de toda la vasta fauna,
el poeta sólo escribía sobre las golondrinas
(que no volverán).

Pero hoy no está el clima como para golondrinas.
Kalathos Ediciones

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Donaciano Bueno Diez

Donaciano Bueno Diez

Editor: hombre de mente curiosa, inquieta, creativa, sagaz y soñadora, amante de la poesía.

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