SOLO ANTE LA DUDA (Mi poema)
José María Cumbreño (Mi poeta sugerido)

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MI POEMA… de medio pelo

 

Parece que fue ayer cuando la nieve
caía suavemente en aquel monte,
vistiéndose de blanco el horizonte,
marcando del paisaje su relieve.

En medio yo observaba ensimismado
atento a lo que en torno sucedía,
viniendo a despertar la melodía
de un pájaro que andaba despistado.

Debieron de pasar algunas horas
que el velo de la noche se echó encima,
y en medio del silencio la calima
se puso a suspirar por sus esporas.

De pronto entre las nubes se asomó
luciendo de la luz su mejor gala,
la imagen virginal de una zagala
y tal como allí vino se esfumó.

No pude lamentarme de esa ausencia
pues tal fue la impresión que desperté,
y es hoy que lo recuerdo que no sé
si aquello fue real o una videncia.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDO:  José María Cumbreño

EL MAL DE ALTURA

Es el mar la referencia
respecto a la que se mide
la elevación de un punto.

Como si la quietud fuese
una propiedad del mar.

El peldaño en el que el pie
se apoya para subir
pierde su sentido
tan pronto como el pie deja de pisarlo.

Barajar no disminuye
el número de cartas:
las mezcla y cambia su orden.
Pero es ese orden distinto,
distinto en cada mano,
el que da y quita valor a los naipes.

Pese a que la profundidad y la altura
no coinciden en el plano,
una implica a la otra.

Cuanto mayor el edificio,
mayores sus cimientos.

El lastre se justifica
por su razón contraria.

El buceador sueña todas las noches
que cae por un despeñadero.
El alpinista, que muere ahogado.
Los dos se levantarán decididos
a escribir por fin un tratado del vértigo.

La decisión que se toma
incluye, al revés de lo que parece,
las decisiones que no se tomaron.

La vida y las vidas posibles.
Los niños que no tuvimos.
Los niños que habríamos tenido.

No conviene realizar recuentos
con frecuencia.
A lo sumo, las comprobaciones
confirman límites conocidos.
Y siempre que se hace inventario
se acaba con la impresión
de que falta algo.

Las luces que parpadean
en las pantallas
de la torre de control.

La luz extraña del faro,
que gira sin moverse.

Despegues y aterrizajes.

El ancla y las velas
no se usan a la vez.

Sin saberlo,
aquellos que han aprendido a volar
han aprendido a naufragar.

ESTADOS DE LA MATERIA

El cuchillo existe porque hiere.
Porque quema existe el fuego.
O quizá no.
No estoy seguro de que lo contrario
no sea también verdad.

Aún no he aprendido
a reconocer las setas venenosas.

Hay hombres que se comen a las vacas
y hombres que las consideran sagradas.
El oído de los ciegos
se desarrolla más.
Los sordos saben leer los labios.

Cuando un imán se rompe,
cada trozo se convierte
en un nuevo imán.

La materia tiene estados
como los tiene la conciencia.

En una progresión ascendente
cualquier término
posee mayor valor que el anterior.

Las fases son partes de un proceso.
Pero con los procesos ocurre
como con el cuchillo y el fuego,
que para ser necesitan
algo que quemar
o alguien a quien herir.

Las líneas verticales …
¿caen o se elevan?

El orden, combinatoria y fábula,
se inventa.
Es un mecanismo de ficción
que a su vez crea ficciones.

Miles de personas se han levantado
al mismo tiempo para ir al trabajo.

El orden, oposición y fábula,
se inventa.
Teje redes imaginarias
que atrapan vidas reales.

De diez a dos y de cinco a ocho
para pagar una hipoteca
durante treinta años.

La falsa proporción
entre el delito y la pena.

Los herederos aguardan su turno
en el registro de la propiedad.

Muere el creyente confiando
en la resurrección de la carne.

Hay hombres que se comen a los cerdos
y hombres que los consideran impuros.

Ya no quiero entender lo que digo.

Si escribiese de derecha a izquierda,
el hielo del que están hechas las letras
comenzaría a derretirse.

ÚLTIMA NOCHE EN SODOMA

No me lo reproches.

Además,
¿quién sino tú me enseñó la costumbre
de dejar siempre unas nueces
y un poco de vino caliente sobre el mantel?
¿Quién sino tú ponía sábanas limpias
en la habitación de los invitados,
a pesar de que nadie, lo que se dice nadie,
podía llamar a la puerta a tales horas?
¿Quién sino tú?

Así que, por favor, deja de repetir
que debo darme prisa,
que para qué me entretengo en hacer todo esto
si sé que no voy a volver.

Aún no ha amanecido.
Aún me queda algo de tiempo,
lo presiento,
para regar la higuera del jardín
con la paciencia con que tú solías,
para dar de comer a los perros.

Fíjate.
Fíjate en lo quieta que está
el agua del estanque.
En la manera que tiene
de aceptar su destino
de océano triste
cubierto por la hojarasca.
Fíjate.
El lugar de la devastación
ha de ser algo semejante
a esas sillas de mimbre
olvidadas por descuido bajo la tormenta.

No, no me lo reproches.
¿No entiendes que es preciso
que todas las luces de la casa
permanezcan encendidas?
¿No entiendes que sólo así,
cuando por última vez vuelva el rostro
desde el último recodo,
me marcharé convencido
de que en efecto hubo una ciudad?

Y será esta ventana lo que brille a lo lejos.
Mientras dure el aceite en las lámparas.
Y resultará sencillo creer que tú me esperas
detrás de su indolencia.
Que me pedirías que entrase
como si hiciese mucho
que estuvieras esperando
y me lavarías los pies en silencio.

Y es que aún no ha amanecido.
Y es que aún puedo pararme a coger
unos cuantos higos verdes por el simple deseo
de notar la quemazón de mi esqueleto
entre la inercia de las sombras.

Así que, por favor, deja de repetir
que debo darme prisa,
que para qué me entretengo en hacer todo esto
si sé que no voy a volver.

A fin de cuentas,
tampoco sé cómo comprenderé,
qué cambio en el color
del agua o qué chirrido
de nubes restregándose
me indicará que he llegado
por fin.

Y tú eras quien insistía,
acuérdate,
en que los preparativos de un viaje,
aunque lo parezcan,
no son las corbatas ni los pocos libros
que uno decide meter en la maleta.

LA ESTATUA DE SAL

Y la rueda resbala sin avanzar,
resbala sin avanzar …
– Pablo García Baena –

Se han ido las aves acostumbrando
a anidar en mi boca.

Han descubierto al fin
que al tronco aquel, retorcido y nocturno
en lo alto del cerro,
jamás suben las serpientes.

Bajo la lluvia, Sodoma conserva
el candor de las piras apagadas.

Veo ciegos que se sientan alrededor de un pozo.
Veo mujeres con el vientre
abierto por el eclipse.
Veo panes sin cocer.
Veo niños que derraman
su saliva sobre los hormigueros.
Veo dátiles y nueces encima de una mesa
donde no hay comensales.
Veo el rumor oculto de las premoniciones.
Veo la higuera, los perros.
Veo el sigilo, transparente y dócil,
del veneno en las copas.
Me veo a mí misma,
caminando sin entender nada:
huyendo; simplemente huyendo.

No conoce la sombra el rostro de su esclavo
ni el fuego es rama que arde.

Ninguna puerta puede cerrarse por completo,
porque no volver no es no regresar.

Bajo la lluvia, Sodoma
va rindiendo sus piedras como bosques al fuego,
va olvidando, gota a gota,
el lugar al que sus calles llevaban.

Hay días en los que aún me pregunto
por qué miré hacia atrás.

Puede que algo asustase a los asnos.
Puede que Lot no me oyera.
Ya no lo recuerdo.

Desde aquí, la llanura cobra su dimensión

de hoguera y aljibe,
de espacio donde las aves
se reúnen y emprenden el camino del sur
para pasar otro invierno.

Llueve.

Llueve como si el agua
pesase más que la piedra,
más que el esfuerzo del carro
atrapado en el lodo.

Llueve.

Llueve como si nada fuese a sobrevivir
a la lluvia, como si esta lluvia
se llevase consigo
lo que ni tan siquiera la sal pudo quitarme.

SOAR

He plantado una higuera al lado del estanque
para que endulce el agua la sombra de los frutos.

Tengo perros y un horno donde cocer el pan.

Imagino que el tiempo continuará pasando:
volverá a germinar una semilla
en el excremento de alguna bestia,
sellarán los eclipses el vientre de las vírgenes,
y seguirá precediendo a la lluvia
ese olor a placenta de la tierra mojada.

Ya no estoy seguro de que mi nombre
sea el que sacudió la boca de aquel ángel.
Tal vez las vísceras de los corderos
no augurasen la destrucción de la ciudad.

¿Y si no fuese yo
el que debería haberse salvado?
¿Y si aquellos extranjeros
se hubiesen confundido de puerta?

Me lavaré los pies, pondré sábanas limpias
en la alcoba de los huéspedes,
y aguardaré junto al fuego
hasta que se consuma mi memoria.

Imagino que el tiempo
es una escudilla volcada sobre la mesa.

¿Y si yo jamás me hubiese marchado?
¿Y si no hubiera creído
que el aceite que en el candil se quema
impide la incubación de las aves?
¿Y si en realidad aún estuviese en Sodoma,
paseando por el jardín,
observando cómo las hormigas
arrastran un escarabajo muerto?

Exige la llanura un tributo de hogueras
al que se atreve a cruzarla.

El vino se habrá enfriado, lo sé;
pero no espero a nadie,
porque nadie mide
lo que mide su sombra.

Me pregunto si será cierto
eso de que todos murieron.

Me pregunto si de verdad
huir me ha salvado de algo.

GOZNES

Incluso las puertas de una casa
en ruinas
pueden abrirse sólo hacia un lado.

EL ÁRBOL

Ten en cuenta que el árbol crece en dos direcciones,
pero sólo una brinda un lugar a la sombra.
(Del libro LAS CIUDADES DE LA LLANURA)

LA SEMILLA

La memoria del bosque aguarda bajo el yermo
a que la lluvia anuncie su pacto con la sed.

Porque es una semilla la paciencia del árbol.
Porque un árbol sin sombra también puede dar fruto.

La mujer del leñador
se mira el vientre y sonríe.

La evaporación y el deshielo.

Dejar de ser para ser.

La memoria del bosque
moldea en silencio la forma de una hoja
y el recuerdo de una caída.

Cuando ascienda la savia al verdor de la luz,
inmolándose,
dudando entre el haz y el envés.

El polen, que parecía tan frágil,
sobrevivió al desierto.

Dejar de ser para ser.
Negación.
Vértigo del preludio.

Un crujido de nubes estremece el aljibe.

Inútilmente aletea, inútilmente intenta
respirar el insecto apresado en el ámbar.

LEÑA

El alpinista que perdió los dedos,
amputados por el frío,
después de tocar la altura.

Ha sido luz la ceniza.

Para que la leña arda,
hay que dejar que se seque.

Fueron los célibes los que plantaron
los frutales del jardín,
los que amontonaron ramas
y troncos con los que avivar el fuego.

Los aludes.

El olor del humo.

El mismo cuerpo no pesa lo mismo
a medida que asciende.

Se acumula la arena
en la desembocadura.

El hacha, por sí sola,
no derriba ningún árbol.

Algunos frutos no pueden comerse
en cuanto se han cogido.

El montañero que ataca la cumbre
adivina en sus manos insensibles
los síntomas de la congelación.

ÁRBOL SIN SOMBRA

No tala el leñador los troncos de los árboles,
sino sus sombras, que arden más despacio.

Llueve sin remordimiento en el mar.
Agua dulce que accede a ser estéril.
Agua maldita que nada fecunda.

Los cálculos del topógrafo
revelan dónde iniciar el desmonte.

La desembocadura traicionará al deshielo.

Servidumbre inescrutable
de la sed y la fatiga.

Si el calor no instilara
a la tierra el afán de la arena
ni al surco el del cauce seco.

La equidistancia
del río evaporado.

El hedor de la leche corrompida en las ubres.

Semen de sal.

El insomnio de las embarazadas
ha podrido la cosecha.

Durará la vida lo que dure el fuego.

Los árboles no darán ya sombra
en la que sentarse a descansar.

ÁRBOLES DE HOJA PERENNE

Es el hielo el esqueleto del agua.

Debe de haber un lugar
por donde este río pueda vadearse.

Cartógrafos escrutando
la nervadura de una hoja.

El aserradero.

Deja la invisibilidad del frío
un rastro de cristales empañados.

Polen de piedra.

Árboles que florecen en invierno.

Las aves migratorias.

Es el vapor la nostalgia del agua.

Los circuncisos riegan las orquídeas de plástico.

El invernadero.

Crecerá más fuerte el frutal
si se poda,
pero dará menos sombra.

Ombligos cauterizados con ámbar.

No arde la leña seca: se consume.

La rama sin memoria
al menos posee espinas.

SOMBRA SIN ÁRBOL

¿Quién no lleva un nombre que antes
no haya sido el de un muerto?

El agua de la desembocadura
no ha regado ningún jardín.

Impide la cría más fuerte que la otra coma.

Las flores trasplantadas
no arraigarán.

La mujer que no sobrevive al parto.

Una palabra dicha entre la luz
no proyecta luz.

El pescador está cebando los anzuelos.

Dibuja el compás un círculo
cuyo eje delimita magnitudes
como el tiempo o la distancia.

Son opacas las puertas de madera.

La esterilización de los sementales.

Las raíces han atraído a la noche.

El célibe mira al sol fijamente.

Un niño marca con cal
el contorno de la sombra
que dan los árboles que aún no han talado.

EL BOSQUE

Las raíces fatigan
la tierra sobre la que se levantan los templos.

El ladrillo será muro;
la rama, arco tensado.

Las fábricas de papel.

Mástiles de embarcaciones hundidas.

Las rapaces nocturnas
aguardan a que sus presas
se confíen y terminen durmiéndose.

Nada crece
debajo del eucalipto.

Vigas vencidas al fin por la altura.

Unos alcornoques medio quemados
descubren el lugar
hasta el que llegó el incendio.

¿Por qué se hace de madera
la empuñadura del hacha?

Han comenzado a desbrozar las excavadoras
los límites del bosque.

Conoció el carbón la savia y el fuego,
pero no es árbol ni ceniza.

ÁRBOLES DE HOJA CADUCA

Los circuncisos se orientan
por la sombra de las ramas
que renuncian a sus hojas.

Tiempo en ingravidez.

El cordón umbilical
del que penden los ahorcados.

Órbitas en equilibrio.

Puntales en las minas.

La piel comestible de algunos frutos.

El recelo de la cáscara.

Óxido arborescente.

El hundimiento prolonga
la caída.

Líneas de flotación.

Así como el imán no es sino hierro que al hierro
atrae.

Inercia.

El lugar que señala
la brújula del buque varado en el bajío.

Rozamiento.

Hay que enterrar enseguida todas las veletas
y mutilar a los agrimensores.
(Del libro el ÁRBOL SIN SOMBRA)

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Autores en esta página

Donaciano Bueno Diez
José María Cumbreño
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