Una muestra de sus poemas
Hay el día en que la madre muere
Hay el día en que la madre muere.
Hay el día de las cortaduras
de las estructuras estamentales.
Hay el día para el vuelco
patológico de todos los dados.
Hay el día–caja.
Hay el día de los pájaros
que migran borroides, sin hígado.
Hay el día en que la madre muere:
debajo de una lechuza,
entrelazada con lo plástico.
El útero se rompe cuando ella expira.
Somos membrana, pero los cuchillos gravitan.
Viviremos hacia afuera, químicamente,
antiángeles, oleaginosos.
Hay el día lacerante.
Hay la laceración.
Habrán lacerados, tremolando los últimos
ovarios, plañendo a la Progenitora,
que se convertirá en comida
-para cientos de gusanas.
No pienses ni por un instante que eres uno
No pienses ni por un instante que eres
uno, porque entonces olvidas al oblicuo,
al otro hombre que eres
y que come de tus actos,
elemento de todas tus sangres
y puerta de tu sombra,
con sus cuatro bocas que son dos y un ojo
en la noche.
Helo allí, devorando tu pecho
parpadeante mientras haces cola
en los blancos supermercados,
surgido mientras ves aplacado la televisión,
o nacido del modo en que te lavas angustiado los dientes.
Escucha: un día no serás tú quien vaya otra vez
por la ciudad: será él,
y no será la paloma la que vaya entonces volando:
será la otra, y los entierros ya no serán
los nuestros, y los gritos serán terceros,
y el lucido alcohol habrá muerto
para un alcohol enajenado, ¿entiendes?
Y lo mismo dará que yo te lo diga,
porque yo también habré sido por entero secuestrado,
celularmente, por esa criatura con mi mismo rostro,
que ahora cabal me está robando las palabras
con que escribo este irreconocible poema.
Aquí está el milagro
Me pude haber ido
de este país,
escribir
en otra parte,
pero,
como yo lo veo,
la dignidad
estaba en quedarse
de pie
en este cráneo inacabable,
en este liso espanto,
larga canícula
de espinas.
Aquí es.
Aquí está el milagro.
Verán: dentro
de tanta sangre negra
hay cosas inexplicables de la vida.
Hierbas
humildes
que nacen
en la banqueta
donde quedó el último muerto.
¿No es de veras
extraordinario
cómo seguimos
germinando
y pariendo
y regalando semillas
resucitadas
a los ángeles?
¿Irme, pues, a dónde?
Aquí está el auténtico trabajo.
Aquí es donde hay que trabajar.
Aquí son las venas rotas
sintiendo, desesperadas, la vida.
Respeto a aquellos
peregrinos
que han optado
por florecer en otra parte.
Muchos de ellos
no han tenido opción.
Dios los bendiga.
Pero yo tuve
que respetar el fruto
de quedarme entre los míos,
aún si eso significaba
lamer todos los días
la interminable placenta envenenada.
Cada día
salgo a caminar
entre los edificios
tallados en la oscuridad,
y regreso con una razón:
rescatar algo de la muerte.
No es poca cosa.
Este presente
me lo da mi país, cada día;
y jamás lo doy por descontado.
Yo, aquí
Yo,
aquí,
entre las torturadas guitarras,
entre otros ciegos convocados,
ciegos
vecinos de los vasos
constantes,
pobres locos amarillos
que aturden la noche
elemental.
Qué sitio de mudos muros,
de muerte decorada en la soledad
y en las pastillas.
Qué desierto de niños con asco
y ecos.
Qué tren de luces heridas,
qué perra pronunciación
de los bordes.
Qué ruido.
Un romance retro
A lo lejos,
los espantapájaros distantes
se hunden en su gloria.
Escuchar la máquina contestadora,
descubrir que nadie llamó
a tiempo.
Haciendo turnos
en las filas
y los itinerarios,
las criaturas se excusan y no saben por qué.
Promueven sus sonrisas frías,
mientras silban canciones
de décadas irreconocibles.
Cuerpo
Compruebo apodíctico la evidencia
del hueso
atónito
Aquí soy, aquí entiendo el rasgo roto
el rostro perpetrado
la luz tardía, la tardía luz
de este templo
de deformadas deidades
tejidos y
Escupir dedos
catalepsia
Pálidos se muestras los bordes
líquidos: es el
panteísmo de algún licor,
la substancia sola
de la embriaguez desnuda.
Llueve. Crispadas las uñas se pudren
en los bares necesarios.
Anorexia
Anorexia, vida
de las voces vomitadas, ironía,
pulpo de los designios resignados,
poesía para quebrados principiantes.
He visto la arboleda, los hilos verdes
de mi frustración he visto.
Recorro los gestos, las manos necesarias,
hoy, desde las prosas cansadas,
recorro esquizoide ese calamar abastracto,
esa nube de meseros gesticulando,
esa luz y sus dientes…
Perduro entre otras lamentaciones.