Una muestra de sus poemas
AUTORRETRATO
Seamos académicos y empecemos
por lo físico:
una calva inapropiada
y ochenta kilos de peso.
Mi infancia son recuerdos
iguales a los de tantos:
Tuve un fuerte y sus soldados,
las clases, los amigos,
incluso un gran amor inolvidable.
Lo quise todo en cada hora:
escritor, literato, político,
periodista, traductor,
Bécquer, Juan Ramón,
Dámaso Alonso.
Luego todo fuese y no hubo nada.
Y ahora que el poema va acabando,
una cosa me queda que decirles:
sigo siendo enamorado de quien siempre.
Esta radiografía te retrata:
Eduardo Francisco y del Pino y González,
paciente de treinta y tres:
un once barra que espera fuera
a que le llegue el momento en que lo llamen.
Es una calavera con la boca bien abierta.
Podría exponerse como un cuadro futurista
que dijera: “tengo sed”.
EPÍSTOLA A MI HISTORIA CLÍNICA QUE RESPONDE AL Nº 507.039 ESCRITA EL 28 DE MARZO DE 2003
“Porque nada es la sombra de la muerte,
su presencia terrible, si en el pecho
alienta confiada la esperanza
de arrebatarle todo lo que amamos”.
Abelardo Linares
Madrid (Biblioteca Nacional), 3-9 de Marzo de 2003
Querida historia clínica,
cuánto papel relleno:
los celadores no te quieren
porque pesas demasiado.
Hoy es día memorable,
veintiocho de Marzo:
murió anoche mi tío
y también José María;
y esta mañana además
Terence Moix se moría.
Querida historia clínica,
son tus hojas como manos
que tocan a rebato:
“vamos, vamos, vamos”.
ARCHAIOLOGIA
Han encontrado, dice el Diario,
la tumba de un señor de hace mil años.
Los huesos, al parecer, una silueta de fango.
Seguro que aquel hombre salía
más ligero en las tardes del verano,
el aire salado le traía su infancia
y enseñaba a sus pequeños los barcos.
Seguro que conoció a su mujer
un día señalado y guardado para ellos.
Seguro que quiso dejar algo
que pasase por encima de sí mismo.
Han encontrado, dice el Diario,
un anillo de oro con un sello.
Seguro que fue su anillo de casado,
el que le dio su mujer, seguro,
un luminoso día de mayo.
Ms. 9/4107
Academia de la Historia
C/ León, 21
Primera planta, horario de tarde
Manuscritos, copias y recopias,
tintas y manos diferentes,
correcciones, conjeturas sub litura,
y …
la auténtica letra del autor.
Encontré entre líneas una nota,
un ensayo, quizás, de tinta:
«amor mío y mi señor».
EPÍSTOLA A MI CATEDRÁTICO
Acaban de llegarme por sorpresa
los manuscritos de Polites:
el humanista zelandés que usted conoce.
Son dos cartas para Verzosa,
el diplomático de Roma.
Es una cuestión interesante
para darla a conocer muy seria-
mente, pasando las hojas culta-
mente, en un seminario perma-
nente, o en un congreso lleno de
gente:
Polites le pide al de Zaragoza
que lo incluya en sus escritos,
porque de esta forma, piensa,
podrá vivir por siempre
en las alas de la fama.
* * *
Pero hoy día nadie sabe
quién fuera don Polites.
Ni siquiera es fácil
llegar a donde yace
el bueno de Verzosa.
Y aunque así fuera —¡qué caramba!
¿Qué me importa a mí ni a nadie
que le recuerden a uno más o menos,
veinte o treinta años adelante?
No es esa mi idea del quedarse,
de burlar, pie enjuto, la corriente.
Lo que yo espero de esta vida
es otra cosa, que me juega al veo-veo
cada tarde, y que sólo entiendo cerca
cuando alguien besa en mi frente dulce-
mente.