JOSÉ ÁNGEL BUESA
Te digo adiós, y acaso te quiero todavía.
Quizá no he de olvidarte, pero te digo adiós.
No sé si me quisiste... No sé si te quería...
O tal vez nos quisimos demasiado los dos.
BLAS DE OTERO
Aquí tenéis, en canto y alma, al hombre
aquel que amó, vivió, murió por dentro
y un buen día bajó a la calle: entonces
comprendió: y rompió todos su versos.
RAFAEL ALBERTI
Se equivocó la paloma,
se equivocaba.
Por ir al norte fue al sur,
creyó que el trigo era el agua.
Creyó que el mar era el cielo...
ANTONIO MACHADO
Yo voy soñando caminos
de la tarde. ¡Las colinas
doradas, los verdes pinos,
las polvorientas encinas!...
¿Adónde el camino irá?
Yo voy cantando, viajero...
FÉLIX MARÍA DE SAMANIEGO
Apacentando un Joven su ganado,
gritó desde la cima de un collado:
¡Favor!, que viene el lobo, labradores.
Éstos, abandonando sus labores,
acuden prontamente,
y hallan que es una chanza solamente.
FEDERICO GARCÍA LORCA
Granada, calle de Elvira,
donde viven las manolas,
las que se van a la Alhambra,
las tres y las cuatro solas.
Lee y disfruta de sus poemas...
GABRIEL CELAYA
A veces me figuro que estoy enamorado,
y es dulce, y es extraño,
aunque, visto por fuera, es estúpido, absurdo.
Las canciones de moda me parecen bonitas,
y me siento tan solo
que por las noches bebo más que de costumbre.
MIGUEL ÁNGEL ASTURIAS
Recuerdo que en los días rosados de mi infancia,
la abuela…(¿de quién son los abuelos?, ¿de los niños?),
solía por las noches, cuando la tibia instancia
parecía una caja de dulces de la luna,
contar historias viejas. Hoy ya no sé ninguna.
LUIS DE GÓNGORA
Mientras por competir con tu cabello
Oro bruñido al sol relumbra en vano,
Mientras con menosprecio en medio el llano
Mira tu blanca frente al lilio bello;
GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ
Este amor que ha venido de repente
y sabe la razón de la hermosura.
Este amor, amorosa vestidura,
ceñida al corazón exactamente.
TIRSO DE MOLINA
Que el clavel y la rosa,
¿cuál era más hermosa?
El clavel, lindo en color,
y la rosa todo amor;
MARQUÉS DE SANTILLANA
Recuérdate de mi vida,
pues que viste
mi partir e despedida
ser tan triste.
la respuesta non devida
que me diste;
NICOLÁS FERNÁNDEZ DE MORATÍN
Amor, tú que me diste los osados
intentos y la mano dirigiste
y en el cándido seno la pusiste
de Dorisa, en parajes no tocados;
LUIS ROSALES
Abril, porque siento, creo,
pon calma en los ojos míos,
¿los montes, mares y ríos,
qué son sino devaneo?
ROSALÍA DE CASTRO
¡Con qué pura y serena transparencia
brilla esta noche la luna!
A imagen de la cándida inocencia,
no tiene mancha ninguna.
JOSÉ ZORRILLA
¡Ay del triste que consume
su existencia en esperar!
¡Ay del triste que presume
que el duelo con que él se abrume
al ausente ha de pesar!
JUANA DE IBARBOUROU
A ártico cielo y soles de Brasiles
bajo palio de heridos corazones,
a ociosa espuma y a fluviales sones
anda el Sagrado Corazón en lides.
VICENTE ALEIXANDRE
¿Qué firme arquitectura se levanta
del paisaje, si urgente de belleza,
ordenada, y penetra en la certeza
del aire, sin furor y la suplanta?
JAIME GIL DE BIEDMA
Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.
LEÓN FELIPE
Por la manchega llanura
se vuelve a ver la figura
de Don Quijote pasar.
Y ahora ociosa y abollada va en el rucio la armadura,...
JULIA DE BURGOS
Yo vengo de la tierna mitad de tu destino;
del sendero amputado al rumbo de tu estrella;
el último destello del resplandor andino,
que se extravió en la sombra, perdido de tu huella.
CONCEPCIÓN ARENAL
Había en un lugarón
Dos hombres de mucha edad,
Uno de gran sobriedad
Y el otro gran comilón.
La mejor salud del mundo
Gozaba siempre el primero....
JAIME SABINES
A caballo, Tarumba,
hay que montar a caballo
para recorrer este país,
para conocer a tu mujer,
para desear a la que deseas,
para abrir el hoyo de tu muerte,
Lee y disfruta de sus poemas...
MARIO BENEDETTI
No lo creo todavía
estás llegando a mi lado
y la noche es un puñado
de estrellas y de alegría
palpo gusto escucho y veo
tu rostro tu paso largo
NICOLÁS GUILLÉN
¿Cuándo fue?
No lo sé.
Agua del recuerdo
voy a navegar.
Pasó una mulata de oro,
y yo la miré al pasar:,....
OCTAVIO PAZ
El mar, el mar y tú, plural espejo,
el mar de torso perezoso y lento
nadando por el mar, del mar sediento:
el mar que muere y nace en un reflejo.
MANUEL ALCÁNTARA
El mar, el mar y tú, plural espejo,
el mar de torso perezoso y lento
nadando por el mar, del mar sediento:
el mar que muere y nace en un reflejo.
JOSÉ BERGAMIN
AGUA sólo es el mar; agua es el río,
Agua el torrente, y agua el arroyuelo.
Pero la voz que en ellos habla y canta
No es del agua, es del viento.
MANUEL GUTIERREZ NÁJERA
Los pájaros que en sus nidos
mueren, ¿a dónde van?
¿Y en que lugar escondidos
están, muertos o dormidos,
los besos que no se dan?
DÁMASO ALONSO
Tú le diste esa ardiente simetría
de los labios, con brasa de tu hondura,
y en dos enormes cauces de negrura,
simas de infinitud, luz de tu día;
GABRIEL Y GALÁN
Cuando pasa el Nazareno
de la túnica morada,
con la frente ensangrentada,
la mirada del Dios bueno
y la soga al cuello echada,
LOPE DE VEGA
Un soneto me manda hacer Violante
que en mi vida me he visto en tanto aprieto;
catorce versos dicen que es soneto;
burla burlando van los tres delante.
AMADO NERVO
¿Quién es esa sirena de la voz tan doliente,
de las carnes tan blancas, de la trenza tan bruna?
-Es un rayo de luna que se baña en la fuente,
es un rayo de luna...
GLORIA FUENTES
El burro nunca dejará de ser burro.
Porque el burro nunca va a la escuela.
El burro nunca llegará a ser caballo.
El burro nunca ganará carreras.
JORGE LUIS BORGES
En su grave rincón, los jugadores
rigen las lentas piezas. El tablero
los demora hasta el alba en su severo
ámbito en que se odian dos colores.
LEANDRO FERNÁNDEZ DE MORATÍN
¿Qué acecho de dolor el alma vino
a herir? ¿Qué funeral adorno es éste?
¿Qué hay en el orbe que a tus luces cueste
el llanto que las turba cristalino?
LUIS CERNUDA
Ventana huérfana con cabellos habituales,
Gritos del viento,
Atroz paisaje entre cristal de roca,
Prostituyendo los espejos vivos,
Flores clamando a gritos
Su inocencia anterior a obesidades.
FRAY LUIS DE LEÓN
Aquí la envidia y mentira
me tuvieron encerrado.
Dichoso el humilde estado
del sabio que se retira
de aqueste mundo malvado,
RUBÉN DARÍO
Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer...
Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
decidme en el alma, ¿quién,
quién levantó los olivos?
No los levantó la nada,
ni el dinero, ni el señor...
Lee y disfruta de sus poemas...
ALFONSINA STORNI
Quisiera esta tarde divina de octubre
pasear por la orilla lejana del mar;
que la arena de oro, y las aguas verdes,
y los cielos puros me vieran pasar.
JUAN RAMÓN JIMÉNEZ
Esparce octubre, al blando movimiento
el sur, las hojas áureas y las rojas,
en la caída clara de sus hojas,
e lleva al infinito el pensamiento.
SANTA TERESA DE ÁVILA
Cerrar podrá mis ojos la postrera
Sombra que me llevare el blanco día,
Y podrá desatar esta alma mía
Hora, a su afán ansioso lisonjera;
SAN JUAN DE LA CRUZ
En una noche oscura
con ansias, en amores inflamada,
¡oh dichosa ventura!
salí sin ser notada,
estando ya mi casa sosegada.
MANUEL MACHADO
Yo, poeta decadente,
español del siglo veinte,
que los toros he elogiado,
y cantado
las golfas y el aguardiente...,
y la noche de Madrid,...
PEDRO SALINAS
A esa, a la que yo quiero,
no es a la que se da rindiéndose,
a la que se entrega cayendo,
de fatiga, de peso muerto,
como el agua por ley de lluvia.
JORGE MANRIQUE
Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte,
contemplando
cómo se passa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando;
RAMÓN DE CAMPOAMOR
En este mundo traidor
Nada es verdad ni mentira:
Todo es según el color
Del cristal con que se mira.
SALVADOR DÍAZ MIRÓN
En buen esquife tu afán madruga,
el firmamento luce arrebol;
grata la linfa no tiene arruga;
la blanca vela roba en su fuga
visos dorados al nuevo sol.
FRANCISCO DE QUEVEDO
Cerrar podrá mis ojos la postrera
Sombra que me llevare el blanco día,
Y podrá desatar esta alma mía
Hora, a su afán ansioso lisonjera;
FRANCISCO ALDANA
Clara fuente de luz, nuevo y hermoso,
rico de luminarias, patrio Cielo,
casa de la verdad sin sombra o velo,
de inteligencias ledo, almo reposo:
¡oh cómo allá te estás, cuerpo glorioso,
GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER
Volverán las oscuras golondrinas
De tu balcón sus nidos a colgar
Y otra vez con el ala a sus cristales
Jugando llamarán.
GUTIERRE DE CETINA
Excelso monte do el romano estrago
eterna mostrará vuestra memoria;
soberbios edificios do la gloria
aún resplandece de la gran Cartago;...
LUIS DE GÓNGORA
Mientras por competir con tu cabello
Oro bruñido al sol relumbra en vano,
Mientras con menosprecio en medio el llano
Mira tu blanca frente al lilio bello;
UNA FOTO (el pene) [Mi poema] Rafael Díaz Ycaza [Mi poeta sugerido]
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MI POEMA… de medio pelo |
¡Una foto, por dios, hazle una foto Sólo exige ese poco de pimienta ¡Que ruja al cien por cien, como una moto, De ese órgano yo soy un fiel devoto, |
Una muestra de sus poemas
I Declaración de amor
¿Desde qué soledades y apagando qué lámparas
vienes, oh doncellita pescadora, a llorar en el puerto?
¿Con qué redes te cubres y en qué manos recoges tus lágrimas
con peces oxidados
en el salado, en puerto nuevo, en la tahona?
Corre, oh despareja a la que nadie alcanza
en la carrera sin fin hacia sus bodas
con la desilusión
nada sobre las aguas del deseo que no espera
ciudad partida en dos, lamida en dos
orinada por un cielo enemigo que no puede enturbiarte
mordida por un perro cansado de ladrarte.
Pereces y renaces cada día, Guayaquil
en tus collares de prostitutas ofreciendo sus frutos no prohibidos
y en tus niñas que van al kindergarten.
Bajas cantando al sur con peregrinas
con anís y genciana
y desnudas tus pies sobre la hierba.
Corres, entonces, mía
en el pecho vibrátil
en la poma
en el ombligo centelleante
en el perfume de los hombros
y sonrisa
y regresos
y alguien canta
canciones de una edad con pan y con regresos.
Pero giras al este ¿en qué mareas se enreda tu melena?
¿En qué turbión tu ala entra y sale
amor desamorado
naciendo y pereciendo
en escasos segundos de placer?
Y sales a los muelles
de podridas, de rotas y quemadas
y a los mástiles sin zarpes en donde el alcohol
y los hijos montan igual cabalgadura
donde gime el desventurado de manglaralto, de la puná
de salinas, de la isla trinitaria
donde sexual, donde olvidado
duerme su embriaguez.
Balandra de la noche
no partirás
Esquife del retorno
no volverás.
Balsa del nacimiento
sí morirás.
Entre vacas -¡ay alma!- perseguidoras y sedientas:
bolívar, el menor
y celso, el que lloró en la barriga de su madre
y celestita, de apenas dieciocho años -de parir-
entre zapatos chullos y corpiños de tres tetas
seguirás inmutable, soledad
adherida al cantante
malecón de mi ciudad amada
navegante del alba, jugadora de cartas y de naipes marcados
con cuánto amor, con cuánto amor, con cuánto
olvido
con cuánto amor, con cuánto amor, con cuánto.
II Los francotiradores
Ciudadano del hambre: ¿Cuándo terminas de pelear?
¿Cuándo, soldado? ¿Cuándo capitulas?
¿Cuándo dejas de guerrear contra todos?
Luchando vienes
contra las pandillas del conchero
y de las cinco esquinas.
Corres desde la avenida olmedo: piedras
lanzas de madera
palos, puños, lágrimas
chalacas.
Vienes a pelear de barrio a barrio. Desde el camal
hasta boca del pozo, pedro castro, rafael carbo, luis andrade,
napoleón sánchez. Vienes de barrio a barrio, contra gómez y pérez y narváez
y puntapiés y ¡ay mi madre! y ¡lo mataron! pero sigues peleando
machamente, ciudadano del mangle
contra los gobernantes que te patean el ojo
y contra los carabineros del viva arroyo.
Niña de la mañana del agua de goulart
vienes peleando desde la noche del conquistador
hasta la madrugada de enterrados y padrastros
contra los patrones: cocineras con hijos no queremos
trabajadores enfermos no queremos
niñeras con muchachos no queremos
cuando nacía, cada mañana, un hijo
condenado por siempre a que no lo quisieran
el señor empresario
el señor alcalde
el señor cónsul.
Ave sin reposo
desde entonces peleas: chapetones con cielo no queremos
soldados no queremos, patrones extranjeros no queremos
y era una balacera
repetida -¡ay; me dieron!-
salve – jesús- mío dónde andará el muchacho
navegando entre espadas, volando entre cometas de disparos
comiendo su menestra de quinces de noviembre
de veintiochos de mayo y tres de junio.
III Las interrogaciones
Hombre: ¿de dónde vas y adónde vienes? No importa
si corres o caminas, si subes o si bajas
tú siempre caes al fondo de la ciénaga
en Treinta y seis y Portete
en Calixto González y en la Cuarenta y dos
sin velitas de sebo
tú siempre desfalleces en medio de la noche
sin el jarabe para el más pequeño
ciudad de Guayaquil.
Hombreciudad, hambre del extramuro
caminas hasta el centro con las procesiones
portando cirio y lágrima
mordiendo cielo y ángel
llevando la custodia de la virgen santísima
y los andamios de los santos padres
¿pero quién te protege, si todo se halla en contra
lápices de matar, sotanas de ayunar
fusiles de cegar
tribunales, pupitres?
Pescador del salado
ostionero del este y el oeste
sa1es con tus banderas a recibir a «el hombre»
que salva cada día al hijo tuyo
corres ilusionado con trenzas y petardos
dices viva centellas, viva moya, viva velasco ibarra
viva, maldita sea, viva la muerte.
¿Adónde vas, adónde vas, adónde vienes
si subes, bajas, corres como un tren de cuerda
sinfín-sinfín-sinfín
¿adónde vas, adónde vas, adónde?
IV Los regresos
Cuando te conocí
corrías persiguiendo al carricoche
de Chile para el sur
con trenzas y con faldas. Doncellita
no te vi más así .
pero tú eras la misma, Guayaquil, chiquilla vieja
corrías en mi pecho
persiguiendo al tranvía
y subías al cerro
y trepabas conmigo al inalámbrico.
Te encontraba en los barcos y bahías por donde yo pasaba
respirabas en las tarjetas postales verdaderas
animadas con ángeles de overol y uniforme.
Ibas a todas partes con tu blusita de cemento
enfaldada de bálsamo y guachapelí:
con tus pechos de pan
para comer entre dos y entre doscientos mil.
En cada libro saltas con nombres ya perdidos
con los desnudos pies llenos de cielo
con las manos de la núbil hortaliza.
Sales y entras en mi alma, y soy de nuevo el chico de comprados
que pese al no te quedes
asómase a la orilla y sueña con su tío julio verne
y descubre los pájaros azules
del brazo de su abuelo josé conrad.
V Al que vela
Cera y humo amarillos, ¿por qué nunca sueltas tu rueca, muerte?
¿por qué señalas siempre a los que tienen sueño?
Vienes a los terminales en que viajo
al espinazo ·andino
y siento que te arrimas junto a mí
toda la madrugada.
Y mientras cabeceo la soledad y el miedo
y la desesperanza de saber que no hay nadie
al otro lado del abismo interímdino
espías con paciencia a que resbale
desde el sueño primero hasta el final.
Mas, no caigo en las trampas, barajista:
todos mueren
de perfil, todos duermen de mentirijillas
todos sonríen mientras están llorando
bajo la macilenta luz de los andenes
con botellas de vino ya escanciado.
Terminal: entre tus bultos de cebolla
Pedro Tupimarca y Juan Condora
en medio de tus cajones de naranjilla
Nelson Guaricela
duerme la soledad de Guayaquil.
VI Calle dieciocho
Soledad de los números impares
soledad de las lámparas cegadas
yo pregunté a los ojos
clamantes
a los oídos con el sello
a las pestañas con la cera
final.
Y era la noche del mariguano
y era el amanecer del que espera sin tregua
en el portal de la bebida
a que se abran las puertas que deberán cerrarse
en mitad de su cuerpo.
Gárgolas, máscaras, unicornios:
en vuestras manos molidas
pasa como un extraño mi esqueleto
mientras el universo, el telégrafo, el expreso
golpean con sus noticias el regreso a la vida.
¿Cómo saliste, oh desasosiego de las pálidas lumbres?
¿Cómo giraste en donde todo era desconsuelo?
¿Cómo lloviste en donde sólo tierra?
Sillares de ortodoxia
recovecos en los que siempre escóndese
arrincónase, acéchase, persíguese
en los que siempre el pólvora, la cuchillo, el muerte
en los que siempre llora el idioma y pónese
trajes de levantarse, a la hora del suefio
entrañas de mujer cuando se es hombre.
En los que todo alrevesado, patasarribamente sollozante
calles dieciocho, cuenca, diecinueve
alegría de las flores del estiércol
corriendo de la vida hacia la muerte
con lámparas oscuras
con hombres que al hacer las cosas las olvidan
que en vez de amar, aletean
en los espacios del placer ensombrecido.
Oh, girasol – detente
vivo todavía, mientras el ángel llora los decesos
herido, desvelado, el solitario
del boleto que no era para él
caminante olvidado del camino
en la noche de hierros y mandíbulas. Con desamorados
que ávidamente arañan el amor
como ciegos totales enhebrando una aguja
para zurcir el traje de la boda.
Primer premio en el Ismael Pérez Pazmiño de 1974
Doncella que al prado
del campo saliste
no entres a las ciudades con sus colas
de hambrientos
con sus gritos, rebuznos, puñaladas
comerciantes, banqueros, sodomitas
saltimbanquis, taquígrafos, doctores.
Doncella
regresa a la pestaña
torna al pájaro que no sabe mugir
y ponte nuevamente
las entrañas de amar en el sitio debido
no quieras
morirte para siempre de la pájara pinta.
Doncella
hurgada por vejigas y botellas
extraviada en gramófonos
televisores, radiolas, bacinicas
alcahuetes, poetisos, estudiantes
conspiradores, frailes, asesinos
doncella
que al prado
del campo
saliste.
II
Son cosas del bandoneón
que por gusto y nada más …
Usted sabe, mi amigo
cosas del bandoneón.
Cosas
de llorar a veces
como Mario Moreno cuando se encuentra a solas
como Carlos Chaplin
cuando era él mismo
como Alicia
en el país de las ya muertas maravillas.
Usted sabe, mi amigo:
algo se quiebra, y usted pone
el disco más eléctrico
de los Alegres Vallenatos
la charanga más chévere
y solamente nada
solamente le suena
a hueco el corazón.
Entonces alguien grita
desde una pieza del Hotel Regina:
préstame la corbata de David Ledesma
o la pistola de Jacinto Santos
o el cortaplumas de Dávila Andrade.
Pero ¿qué cosas digo?
Cosas del bandoneón …
¡usted perdone!
(De Señas y conirasueñas)
Pequeño dios: ¿qué hiciste?
Te regalaron un verdadero dios
pero lo redujiste
a estampas y señales.
Te dieron
padre, madre ámame y familia
pero los convertiste en amistades
conocimientos pasajeros, saludos
y tarjetas.
Cuando llegaba la hora del amor, decías:
hora es de las visitas
hora de los cumpleaños
ahora es la hora de tomarse un trago
amén.
Pequeño dios, estabas sin embargo
lleno de amor.
Pusiste
fronteras y alambradas.
Estabas
lleno de saltos y alegrías.
Colocaste
doctorados y títulos
y rostros sin rastros
y diferencias para tus iguales.
Lo llevabas adentro, y sin embargo
lo seguías buscando
pequeño dios
pajarito cantante
mago silbador que se empeñaba
en no saber silbar.
Un día descubriste
que iba la luz abriendo las palabras
puerta tras puerta, entonces una a una
fuiste matando a todas
para no ser feliz.
Veías desde la madrugada
la luz redonda y húmeda
del lucero
y cerrabas la ventana
suicida
homicida del hombre que eres tú.
¿Quién eres, estampero?
¿Quién, solitario?
¿Quién, iluminador
empeñado en girar a tientas en la noche?
¿Quién, descubridor de los metales
preso entre piedras negras?
¿Serás, tal vez, el hombre?
Tokio, diciembre del 72.
(De Señas y contrasueñas)
«Pero el muerto, ay, siguió muriendo»
CÉSAR VALLEJO.
Puso en limpio el bigote de recuerdos
sacó brillo a la caja de renuncias
alisó el esternón y la clavícula
y para al fin morirse gritó ¡viva!
¡Viva el pan sin motivos!
¡Viva el guiño del tuerto!
¡Viva la enagua de la niña pobre!
¡Vivan las perinolas y los timbres!
Ya resuelto a morirse
¡Viva la lora! Dijo, y viva el perro
y su pequeña pulga
y las chicas de quince
olorosas a flores escondidas
y que vivan las chicas de noventa.
¡Viva la vida, viva la vida, dijo
y hasta la muerte recogió sus aguas
podridas y sus trapos
viejos e inevitables
y hasta la muerte dijo alegre: ¡Viva!
y el hombre nunca más volvió a morirse.
(De Zona prohibida)
¡Viva la mosca sobre el hueso triste!
Digo que viva el hombre con derecho a morir
a estar encarcelado v tener hambre
con derecho a los dogmas de la iglesia.
La mujer con derecho a la vida privada
en las aceras v en los hospitales.
Digo que viva el indio con su 7 piojos
y con su mugre con derechos humanos
y vivan sus mujeres y sus hijos
con derecho al pan nuestro
sólo una vez al día, sólo una.
Policías y soldados, confidentes
prelados y oficiales:
vivan la bota azul y la dorada
casaca de las fiestas. Viva la dentadura
de metales brillantes
con la que masticáis el domicilio
la camita privada y el fogón silencioso,
viva nuestro respeto
para el que nunca acaba de morirse.
Digo que viva el hombre con derechos
de papel y de letras
el hombre siempre libre
la mujer con derechos a parir en la acera,
en las ciegas quebradas y en los páramos.
Digo, niñas de quince, viejas de quince años
con derecho al trabajo en las salas de baile:
¡Que vivan los derechos y que vivan
los dolores del hombre!
(De Zona prohibida)
Diga su amor a ritmo de Ye-Yé
dígalo a ritmo
sicodélico
de ron con toronja.
Grítelo en la difícil
ternura de los hippies
con melenas eléctricas
con blusas de naranjas y de fresas
y agresivos bluyines
tatuados en las piernas.
Diga todo su amor en la gangosa
y soñolienta voz de Charles Aznavour
expréselo con flores
de verano en el sur
de primavera en Nápoli
y con perfumes
de pezones adentro.
Cántelo, aunque después
los policías
los perros cazadores
y los encapuchados y marines
digan amor a ritmo de Vietnam
y de atómicas bombas.
Más, no le importe, amigo:
diga su amor a ritmo de Go-Gó.
(De Zona prohibida)
Editor: hombre de mente curiosa, inquieta, creativa, sagaz y soñadora, amante de la poesía.
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