JOSÉ ÁNGEL BUESA

Te digo adiós, y acaso te quiero todavía.

Quizá no he de olvidarte, pero te digo adiós.
No sé si me quisiste... No sé si te quería...
O tal vez nos quisimos demasiado los dos.

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BLAS DE OTERO

Aquí tenéis, en canto y alma, al hombre
aquel que amó, vivió, murió por dentro
y un buen día bajó a la calle: entonces
comprendió: y rompió todos su versos.

Lee y disfruta de sus poemas...

RAFAEL ALBERTI

Se equivocó la paloma,
se equivocaba.
Por ir al norte fue al sur,
creyó que el trigo era el agua.
Creyó que el mar era el cielo...

Lee y disfruta de sus poemas...

ANTONIO MACHADO

Yo voy soñando caminos
de la tarde. ¡Las colinas
doradas, los verdes pinos,
las polvorientas encinas!...
¿Adónde el camino irá?
Yo voy cantando, viajero...

Lee y disfruta de sus poemas...

FÉLIX MARÍA DE SAMANIEGO

Apacentando un Joven su ganado,
gritó desde la cima de un collado:
¡Favor!, que viene el lobo, labradores.
Éstos, abandonando sus labores,
acuden prontamente,
y hallan que es una chanza solamente.

Lee y disfruta de sus poemas... v

FEDERICO GARCÍA LORCA

Granada, calle de Elvira,
donde viven las manolas,
las que se van a la Alhambra,
las tres y las cuatro solas.

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GABRIEL CELAYA

A veces me figuro que estoy enamorado,
y es dulce, y es extraño,
aunque, visto por fuera, es estúpido, absurdo.
Las canciones de moda me parecen bonitas,
y me siento tan solo
que por las noches bebo más que de costumbre.

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MIGUEL ÁNGEL ASTURIAS

Recuerdo que en los días rosados de mi infancia,
la abuela…(¿de quién son los abuelos?, ¿de los niños?),
solía por las noches, cuando la tibia instancia
parecía una caja de dulces de la luna,
contar historias viejas. Hoy ya no sé ninguna.

Lee y disfruta de sus poemas...

LUIS DE GÓNGORA

Mientras por competir con tu cabello
Oro bruñido al sol relumbra en vano,
Mientras con menosprecio en medio el llano
Mira tu blanca frente al lilio bello;

Lee y disfruta de sus poemas...

GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ

Este amor que ha venido de repente
y sabe la razón de la hermosura.
Este amor, amorosa vestidura,
ceñida al corazón exactamente.

Lee y disfruta de sus poemas...

TIRSO DE MOLINA

Que el clavel y la rosa,
¿cuál era más hermosa?
El clavel, lindo en color,
y la rosa todo amor;

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MIS MAESTROS-POETAS

MARQUÉS DE SANTILLANA

Recuérdate de mi vida,
pues que viste
mi partir e despedida
ser tan triste.
la respuesta non devida
que me diste;

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MIS MAESTROS-POETAS

NICOLÁS FERNÁNDEZ DE MORATÍN

Amor, tú que me diste los osados
intentos y la mano dirigiste
y en el cándido seno la pusiste
de Dorisa, en parajes no tocados;

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LUIS ROSALES

Abril, porque siento, creo,
pon calma en los ojos míos,
¿los montes, mares y ríos,
qué son sino devaneo?

Lee y disfruta de sus poemas...

ROSALÍA DE CASTRO

¡Con qué pura y serena transparencia
brilla esta noche la luna!
A imagen de la cándida inocencia,
no tiene mancha ninguna.

Lee y disfruta de sus poemas...

JOSÉ ZORRILLA

¡Ay del triste que consume
su existencia en esperar!
¡Ay del triste que presume
que el duelo con que él se abrume
al ausente ha de pesar!

Lee y disfruta de sus poemas...

JUANA DE IBARBOUROU

A ártico cielo y soles de Brasiles
bajo palio de heridos corazones,
a ociosa espuma y a fluviales sones
anda el Sagrado Corazón en lides.

Lee y disfruta de sus poemas...

MIS MAESTROS-POETAS

VICENTE ALEIXANDRE

¿Qué firme arquitectura se levanta
del paisaje, si urgente de belleza,
ordenada, y penetra en la certeza
del aire, sin furor y la suplanta?

Lee y disfruta de sus poemas...

MIS MAESTROS-POETAS

JAIME GIL DE BIEDMA

Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.

Lee y disfruta de sus poemas...

MIS MAESTROS-POETAS

LEÓN FELIPE

Por la manchega llanura
se vuelve a ver la figura
de Don Quijote pasar.
Y ahora ociosa y abollada va en el rucio la armadura,...

Lee y disfruta de sus poemas...

MIS MAESTROS-POETAS

JULIA DE BURGOS

Yo vengo de la tierna mitad de tu destino;
del sendero amputado al rumbo de tu estrella;
el último destello del resplandor andino,
que se extravió en la sombra, perdido de tu huella.

Lee y disfruta de sus poemas...

CONCEPCIÓN ARENAL

Había en un lugarón
Dos hombres de mucha edad,
Uno de gran sobriedad
Y el otro gran comilón.
La mejor salud del mundo
Gozaba siempre el primero....

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MIS MAESTROS-POETAS

JAIME SABINES

A caballo, Tarumba,
hay que montar a caballo
para recorrer este país,
para conocer a tu mujer,
para desear a la que deseas,
para abrir el hoyo de tu muerte,

Lee y disfruta de sus poemas...

MIS MAESTROS-POETAS

MARIO BENEDETTI

No lo creo todavía
estás llegando a mi lado
y la noche es un puñado
de estrellas y de alegría
palpo gusto escucho y veo
tu rostro tu paso largo

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MIS MAESTROS-POETAS

NICOLÁS GUILLÉN

¿Cuándo fue?
No lo sé.
Agua del recuerdo
voy a navegar.
Pasó una mulata de oro,
y yo la miré al pasar:,....

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MIS MAESTROS-POETAS

OCTAVIO PAZ

El mar, el mar y tú, plural espejo, 
el mar de torso perezoso y lento 
nadando por el mar, del mar sediento: 
el mar que muere y nace en un reflejo. 

Lee y disfruta de sus poemas...

MIS MAESTROS-POETAS

MANUEL ALCÁNTARA

El mar, el mar y tú, plural espejo, 
el mar de torso perezoso y lento 
nadando por el mar, del mar sediento: 
el mar que muere y nace en un reflejo. 

Lee y disfruta de sus poemas...

MIS MAESTROS-POETAS

JOSÉ BERGAMIN

AGUA sólo es el mar; agua es el río,
Agua el torrente, y agua el arroyuelo.
Pero la voz que en ellos habla y canta
No es del agua, es del viento.

Lee y disfruta de sus poemas...

MANUEL GUTIERREZ NÁJERA

Los pájaros que en sus nidos
mueren, ¿a dónde van?
¿Y en que lugar escondidos
están, muertos o dormidos,
los besos que no se dan?

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DÁMASO ALONSO

Tú le diste esa ardiente simetría
de los labios, con brasa de tu hondura,
y en dos enormes cauces de negrura,
simas de infinitud, luz de tu día;

Lee y disfruta de sus poemas...

GABRIEL Y GALÁN

Cuando pasa el Nazareno
de la túnica morada,
con la frente ensangrentada,
la mirada del Dios bueno
y la soga al cuello echada,

Lee y disfruta de sus poemas...

LOPE DE VEGA

Un soneto me manda hacer Violante
que en mi vida me he visto en tanto aprieto;
catorce versos dicen que es soneto;
burla burlando van los tres delante.

Lee y disfruta de sus poemas...

AMADO NERVO

¿Quién es esa sirena de la voz tan doliente,
de las carnes tan blancas, de la trenza tan bruna?
-Es un rayo de luna que se baña en la fuente,
es un rayo de luna...

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GLORIA FUENTES

El burro nunca dejará de ser burro.
Porque el burro nunca va a la escuela.
El burro nunca llegará a ser caballo.
El burro nunca ganará carreras.

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JORGE LUIS BORGES

En su grave rincón, los jugadores
rigen las lentas piezas. El tablero
los demora hasta el alba en su severo
ámbito en que se odian dos colores.

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LEANDRO FERNÁNDEZ DE MORATÍN

¿Qué acecho de dolor el alma vino
a herir? ¿Qué funeral adorno es éste?
¿Qué hay en el orbe que a tus luces cueste
el llanto que las turba cristalino?

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MIS MAESTROS-POETAS

LUIS CERNUDA

Ventana huérfana con cabellos habituales,
Gritos del viento,
Atroz paisaje entre cristal de roca,
Prostituyendo los espejos vivos,
Flores clamando a gritos
Su inocencia anterior a obesidades.

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MIS MAESTROS-POETAS

FRAY LUIS DE LEÓN

Aquí la envidia y mentira
me tuvieron encerrado.
Dichoso el humilde estado
del sabio que se retira
de aqueste mundo malvado,

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MIS MAESTROS-POETAS

RUBÉN DARÍO

Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer...

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MIGUEL HERNÁNDEZ

Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
decidme en el alma, ¿quién,
quién levantó los olivos?
No los levantó la nada,
ni el dinero, ni el señor...

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ALFONSINA STORNI

Quisiera esta tarde divina de octubre
pasear por la orilla lejana del mar;
que la arena de oro, y las aguas verdes,
y los cielos puros me vieran pasar.

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JUAN RAMÓN JIMÉNEZ

Esparce octubre, al blando movimiento
el sur, las hojas áureas y las rojas,
en la caída clara de sus hojas,
e lleva al infinito el pensamiento.

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MIS MAESTROS-POETAS

SANTA TERESA DE ÁVILA

Cerrar podrá mis ojos la postrera
Sombra que me llevare el blanco día,
Y podrá desatar esta alma mía
Hora, a su afán ansioso lisonjera;

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SAN JUAN DE LA CRUZ

En una noche oscura
con ansias, en amores inflamada,
¡oh dichosa ventura!
salí sin ser notada,
estando ya mi casa sosegada.

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MIS MAESTROS

MANUEL MACHADO

Yo, poeta decadente,
español del siglo veinte,
que los toros he elogiado,
y cantado
las golfas y el aguardiente...,
y la noche de Madrid,...

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PEDRO SALINAS

A esa, a la que yo quiero,
no es a la que se da rindiéndose,
a la que se entrega cayendo,
de fatiga, de peso muerto,
como el agua por ley de lluvia.

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JORGE MANRIQUE

Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte,
contemplando
cómo se passa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando;

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RAMÓN DE CAMPOAMOR

En este mundo traidor
Nada es verdad ni mentira:
Todo es según el color
Del cristal con que se mira. 

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SALVADOR DÍAZ MIRÓN

En buen esquife tu afán madruga,
el firmamento luce arrebol;
grata la linfa no tiene arruga;
la blanca vela roba en su fuga
visos dorados al nuevo sol.

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NICOMEDES SANTA CRUZ

Cómo has cambiado, pelona,
cisco de carbonería.
Te has vuelto una negra mona
con tanta huachafería.
Te cambiaste las chancletas
por zapatos taco aguja,...

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FRANCISCO DE QUEVEDO

Cerrar podrá mis ojos la postrera
Sombra que me llevare el blanco día,
Y podrá desatar esta alma mía
Hora, a su afán ansioso lisonjera;

Lee y disfruta de sus poemas...

FRANCISCO ALDANA

Clara fuente de luz, nuevo y hermoso,
rico de luminarias, patrio Cielo,
casa de la verdad sin sombra o velo,
de inteligencias ledo, almo reposo:
¡oh cómo allá te estás, cuerpo glorioso,

Lee y disfruta de sus poemas...

GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER

Volverán las oscuras golondrinas
De tu balcón sus nidos a colgar
Y otra vez con el ala a sus cristales
Jugando llamarán.

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GUTIERRE DE CETINA

Excelso monte do el romano estrago
eterna mostrará vuestra memoria;
soberbios edificios do la gloria
aún resplandece de la gran Cartago;...

Lee y disfruta de sus poemas...

LUIS DE GÓNGORA

Mientras por competir con tu cabello
Oro bruñido al sol relumbra en vano,
Mientras con menosprecio en medio el llano
Mira tu blanca frente al lilio bello;

Lee y disfruta de sus poemas...

GARCILASO DE LA VEGA

Cuando me paro a contemplar mi estado

y a ver los pasos por do m’han traído,
hallo, según por do anduve perdido,
que a mayor mal pudiera haber llegado;

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CREER, POR QUÉ CREER? [Mi poema]
Susana Szwarc [Mi poeta sugerido]

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MI POEMA …de medio pelo

 

¿Se debe de creer? no hay más remedio.
Acaso es necedad o es conveniencia.
¿Creer lo que nos dicta la conciencia
tratando de salvarnos de su asedio?

Creer lo que nos dicen los que saben
que gozan de algún gran predicamento,
creer porque nos sirve como ungüento
y así que nuestras dudas ya se acaben.

Creer es tener fe en lo que no vimos,
lo dice en catecismo el Padre Astete,
tirando así los miedos al retrete
pues solo sabe Dios por qué vinimos.

De todas las virtudes cardinales
la fe es la que en mi más se atraganta,
pues pienso y se hace un nudo en la garganta,
¿qué deben de opinar los animales?

La fe mueve montañas o eso dicen,
aquellos que se apoyan en la fe,
yo, lelo, lo lamento pues no sé
a qué viene que tanto la bendicen.

Prefiero la esperanza, a mi me gusta
soñar que Dios existe y que es muy bueno.
Así fuera mentira es más ameno,
no vengan con el diablo que me asusta.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDO: Susana Szwarc

Susana Szwarc

VANO

me da
una blanca
flor
que no huele

la dejo
en la sombra
del agua
del jarro
De “En lo separado” (Último Reino, 1988)

HORAS

Esa niña flaca, decimal con su flor
roja al ladito del borde: mira claramente al que
levanta la pala
un pie va a hundirse –con la pala –en el montón de barro.
Es la hora del entierro y la flor
por arte de magia será libro.
La niña –que no sabe-
lee “sobre el dolor inmensurable
los nietos no nacidos”.

Nos distraemos por el sonido de un saxo
que comienza a trepar –metálico –
hacia atrás y salen más niñitas de los ranchos.
Es la hora del pedido:
ejendú ché, omé é ché un pedacito de pan
-golpean, esos niños, sin padres
-otra vez, piden pan
-¿no les dan?

Ordenemos la historia ¿Evita había muerto?
¿Perón había caído? ¿Su estatua destruida en
la placita Sarmiento? ¿Yo tenía el sarampión?
¿Cantaba Ramona Galarza? ¿Tu perro
aquella noche era un lobisón? ¡Oh!, sí, tal vez tu perro
aquella noche, era. Lame la sal del cuerpo y
las tan estrellas caen, por mí.
El lobisón desvanece de cercanía. Apenas
alcanzamos los breteles. Maldito gallo, que se
calle. Y que nadie sepa nunca.

Otra hora: tu siesta, los mosquiteros hacen
marchas hexagonales sobre mi morena
piel más vieja que el sulki
verás la polvareda y en ella el surco
¿dónde aún me harías caer?
(la longitud del muro hace a la partida
de los perros)
Recordemos: la niñita –la de la flor roja-
detenida como en un recital infinito y el saxo:
único movimiento acompañado por el taburete
donde una madre oye:
-¿quién no ha leído a Nietzsche a los 17 años?
dirá él, ágil sus dedos arman cigarrillos
sus ojos alucinan patios y potras.
Dirá, es la hora de jugar: serás Yocasta
y juegan al día más perfecto de la historia.
Guardan azúcares aceites en el jarrón de lo indecible
juegan a encontrar los fierros para disparar: a los gatos
las alarmas al hueco del jarrón y a sacar al muerto
de su torpeza: su obstinación de muerto.
Arrancan flores hasta la niña decimal
jadean:
ningún patio es completo
ni siquiera el de la madre.

Recordemos: el saxo, las horas,
la niña que dice es la hora
y vuelve a leer.
De “En lo separado” (Último Reino, 1988)

INTERVALO

Vacilante
dejó de leer porque decía:
se ha quedado.

Alguien que amara
esa fotografía:
materna tierra de nieve
los torpes crímenes/ derroches /
espacio incierto de orín
en los vagones / humo

De este lado del paisaje
-sin importar lo que apetece-
el aire daría vuelta la página del libro.
De “En lo separado” (Último Reino, 1988)

DECLIVE

Por el ojo de la cerradura vemos
cómo deja la palangana en el suelo: tiene agua. Ahora
no se ve. Hasta que levanta la mano
blanca, la misma con que la prisionera (jovencita
en Siberia) llevaba maderos hacia el barco.

¿Y las niñas? en la escuela
atrás de la vía.

Tiene una gillette y el ojo apoyado en la cerradura mira
su negra axila de abeja-madre. Arrasa. Algo se corre.
En el encuadre, un ojo mira al otro.
Si me estiro veo
la palangana (llena) de estrellas y abedules
también blancos: habría nevado.
(El hermano, sobre la nieve, corre
a la muchachita y ahora los ojos ya no ven.)

Atrás de la vía:
campanas.

Va a salir.
Abre la puerta y desparrama
el agua (turbia) al gallinero. Nubes la alejan, hacen pasillos
hasta que tiende más ropa en puntas de pie. Los brazos en alto. Abrocha.

¿Cómo hallar ahí dónde posarse?
De “Bailen las estepas” (Ediciones de la Flor, 1999)

INVITACIÓN

I
Alguien, como un teorema, nos ha cercado
con una magia suave, todavía.
Casi nada sabemos
sólo el ruido -musical- que dejan los trapecios
y confunden.
Toda la historia entra en una copa,
suspendida por la ventana en su equilibrio.

Una tos aleja del ensueño.

Nos avisan: no leer ya tragedias,
evitar la inquietud.
Mi pura verdad vacila y la copa se mueve.
Caerá,
se hará trizas en la vereda de las grandes ciudades
donde nunca (nunca, que recuerde) he comido.
(-¿qué comíamos?
-letras.)
Se nos escapa la risa como un huevo
pasado por agua que evita el incendio
de la casa,
(a todos a veces se nos rompe).

II
Recordar. He mirado los árboles vacíos del invierno
y los he visto cumplidos otra vez.
También la otra
-niña- ajena, los ha visto.
Árboles nos permitían el saludo, el adentro y el afuera,
y la prohibición encubierta que separa
las toses.
Qué hace, en la luz de la mañana, el milagro
de la diferencia.
En esa luz alguien sueña con un padre que bendice,
que alimenta,
y que no sabe de la desmesura del sentido.
Porque alguien sueña
yo también.

Un país no es un solo lugar para el derroche de pasiones.
La vuelta al mundo recomienza su andar
y todo el pueblo
entra en nuestros ojos como un fruto maduro,
a punto de morder.
Justo en lo perdido, una migración.
De “Bailen las estepas” (Ediciones de la Flor, 1999)

ADORNOS

«y el ángel dirá: ¿sientes la vida?
y yo tendré que responder: la vida desgasta.»
R. M. Rilke
La jarra de loza en el instante precioso
del agua que hierve.
Los ojos cautivos en el movimiento
van hacia la carta
sobre la mesa.
(Hay Händel en la radio y el gas no alcanza para el frío).

Escrita esa carta
los ojos retornan.
Allá: el agua hierve.

Habrá que recortar (hermanita
de la caridad) otro trozo del trapo
rejilla. Enhebrar ahí
es sin sentido:
de tan roto el trapo se enreda con la jarra
y hay más trozos de loza
sobre el piso.
Cambiaríamos de trapos. Romperíamos
las cartas.

Habrás de sacar
de la boca tu comida
como si sólo nos dieran
lo que ya recibimos.
De “Bailen las estepas” (Ediciones de la Flor, 1999)

BILINGÜE

Mecerse en el cálido pozo
de las ficciones
hasta paladear el ritmo
(lentísimo) de la infancia.
El dolor (sólo) por sus tramas.

He bebido agua, (agua)
donde posaste tus remos.

Es envuelta en lo ausente
(amado)
que alardea la presencia perpetua.
Los cielos arriman (entretanto)
un pueblo al otro.

Y no hablo -esta vez- de la revolución.
Hablo de la juntura de las lenguas.
De “Bailen las estepas” (Ediciones de la Flor, 1999)

¿POR QUÉ SONREÍA?

Alguien arroja un huevo
crudo (podría ser también por agua),
hacia la zona de montañas, altísima,
justo en el lugar de las nieves eternas.

Ese gesto es trivial, tan cruel (casi)
como el gesto del asesino que arroja
cuerpos
al océano
pero que, por algún motivo del azar, se ve
en los ojos de la víctima, que le sonríe.
¡Ah!, cada día, cada noche,
la misma inconcebible pregunta:
¿por qué sonreía?
o aun: ¿por qué me sonreía?
Y cada vez
el verdugo cierra los ojos, aprieta los oídos
como esos niños atormentados por los gritos
de una madre todavía inexplorada, y se muerde
los labios.
-No hay que aceptar la pregunta- piensa.
No le dice a nadie lo que piensa.
Mientras la frase no le salga de la boca
nadie (nadie) contará el cuento.
Ahora (que alguna vez es siempre),
la dignidad de la montaña
resbala junto con la yema.

Hay manchas de luz.
La noche es negra y blanca:
como no saber si es de día
o se hizo pedazos la montaña.
Ninguna jarra para guardar un trazo
de la nieve, ni regazo.

Si algún tierno, tesoro,
deforme (¿yo, vos?)
mirara hacia allí diría,
entre lágrimas claro,
-¿cómo cuelga así? Cáscara, yema,
montaña.
La caída de qué letra, o paisaje
sin reparo.

¡Ah!, pero el tiempo no se queda quieto. Sopla.
De “Bailen las estepas” (Ediciones de la Flor, 1999)

LA TRASTIENDA

¿Qué vale más -me dije- en la memoria?.
Porque había pasado una noche completa,
como si se nombraran siglos,
pero la frase seguía
adentro y afuera de mis ojos:
se exponía en un letrero infatigable
solamente cínico
colgando de una tienda.

Mi cuerpo tambaleaba,
tropezaba a cada instante
mujer ebria
y sin embargo no había bebeido,
sino que se volcaron sobre mí,
en cada punto de los pequeños ejes,
esquirlas de esa frase.

Sonreí. Si el lenguaje desconfiaba
de sí mismo, ¿por qué creerle
hasta resbalarme en el asfalto,
mancharme las manos de rodillas,
como derribada
por el hedor a flores muertas?

Digamos: si hay quienes oyendo
la voz de alto
no perciben la traición, no caen,
no se lastiman, ¿por qué entonces no aceptar la frase,
lo que se considera correcto,
incluso en su gramática?
Acaso, ¿porque escribir un poema correcto
no le es suficiente al poema?
De “Bailen las estepas” (Ediciones de la Flor, 1999)

BÁRBARA

Ese cuerpo excesivo
aún después del strip-tease
es tan leve como el mejor
afiche ante mis ojos.
La estética del poster
me hace sonreír
y mecerme en la silla de mi casa
(al compás del ritmo ajeno).
¡Ah! es exactamente igual
que ofrezca Bárbara su carne
-de verdad, de mentira-
para mí.
Su nombre acerca a mi memoria
el poema de Prevert
aunque ella insista: “mirá, también me llamo Sonia
y no hay en mis manos ni crimen ni castigo”.

Pero ninguno de estos recuerdos
sirve esta noche,
ella está allí, quitándose siempre
su ropa dorada, justamente para llevarnos al olvido
y su cuerpo es un mapa perfecto,
un territorio para abrazar,
arrojar monedas,
atrasar relojes.

De pronto ya no sé qué sucede.
No hay ruido de pulseras en la habitación de al lado
y la música que sale de la radio,
la música que despierta a los vecinos,
me afecta el sentido del gusto, la clarividencia.

Un hombre, otro hombre,
abraza a Bárbara.
Bárbara tristeza la del hombre
que la abraza y no apaga así
sus lágrimas de carne.
Pero el llanto es de los dos
y valen nuestras monedas.
De “Bárbara dice:” (Ediciones Alción, 2004)

REGIONAL

Están sanos los cítricos del norte.
“Erradicada la enfermedad”, dicen los diarios
y eso (hoy) es lo único que importa.
Entonces mordamos los frutales
como si fueran pulpa de Las Gracias
o de Venus, su mismísima madre.
Que el jugo caiga desde mi boca
hasta tus pies
que se deslice (¿sin salpicar la suntuosidad
de los objetos: mosaicos, collares venecianos,
automóviles?)
y ascienda de tal modo que toque las estrellas.
Así la deuda mía, hermanas,
se hará inmensa como un cielo de provincias.
¿Pago demasiado para recibir la textura de tu voz
o es por el aliento de naranjas?

¿No es raro acaso que la geografía,
como otra Venus, como nuevas Gracias,
nos entregue sus tajadas?
De “Bárbara dice:” (Ediciones Alción, 2004)

QUISIERA ENTERARME

Quisiera enterarme de que nada
tiene forma, decías. Y acepté,
hasta el fondo de la copa del árbol,
de la copa del río.

Ninguna de las otras (creía)
se ahogaba como yo. (Me hundí.)

No hay placer, dijiste
mientras vaciabas al padre
en la botella y mi cuerpo te servía.

¿Te habías ido? ¿Y las otras?
Tuve vértigos
como si alguno más
se cayera del mundo.

Dormida, en la noche de fiesta,
alcancé a oír: ¿qué hay después?

Al despertar
había panes
en mi cama.
De “Bárbara dice:” (Ediciones Alción, 2004)

ENGAÚ

Estamos adentro del sueño.
Es bella la noche, tu partitura.
Sé que es mejor mantenernos
callados. Sin embargo
esa compulsión de llenar
me hace decir: “no me arrepiento de nada
ni siquiera de no haber probado cocaína”.
No sólo escucho sino que veo
cómo se ríen de mí.
Sobre la mesa, las sillas, la cama:
los libros apilados como “camisas
que no caben”.
Siempre esa misma dificultad
cuando alguno quiere sentarse,
porque se alejó de la ventana.
Entonces soy yo la que se ríe
y comienzo a cambiar las pilas de lugar.
Acomodo los libros en el suelo
con la misma delicadeza
con la que cambiaba los pañales.

De pronto, en la biblioteca, irrumpen las botellas:
vino, fernet, ginebra, anís, grapa.
Sé perfectamente que estamos adentro del sueño
y no creo que exista aquí, en la ciudad,
en ninguna ciudad,
algo como la grapa del pueblo de la infancia.
Tampoco la niña que pregunta
y revuelve en la pregunta:
¿por qué los cosecheros golondrinas toman grapa
hasta el hartazgo?
¿Por qué si estuvieron días bajo el sol,
ellos, sus mujeres, los hijos,
arrojaron las monedas –no a la fuente-
sino al paisaje de la zanja de la grapa?
Antes habían comprado una frazada con más colores
que el cielo. Más tarde, vacíos los bolsillos,
se acomodaron en mi umbral.
La frazada repartida entre sueños por los que también
caminé: algodonales, algodonales,
pero sólo mordíamos naranjas. ¡Ah!, cómo recuerdo
engaú, esa sed. Y después, mucho después –todavía-,
la frescura en las bocas.

Pero decía del sueño de esta noche. Es el momento justo
en que una ciudad se burla de mí.
No me arrepiento digo: he olido jazmines,
fresias, lirios. Si olí hasta las flores de loto
de una película vietnamita y presté –también- mis manos
cada vez que un amante pronunciaba palabras
y las dejaba caer, sueltas, en la madrugada.
Yo corría a buscar hojas, más hojas:

anotaba como los viejos copistas.
Me vi llorar dentro del sueño,
me vi desierta, decirte: si supiera escribir tu música,
las notas exactas de la fiesta de la angustia.

Brilla (mi amor) tu amor en el agua del jarro.
Afeitan tus manos de mis lágrimas lo amargo
y convidan al mendigo.
-Ni una gota más-, dije en el sueño.

Estiré los ojos para mirar el pájaro de cada mañana.
Insistía: pío, pío, pío.
Y ellas (Bárbara, Sheila, Luva, Patricia) dijeron:
-lo descolocado nos excita.
Pagaste. Pagamos. Pagaron.
¿Quién se atrevió a decirles prostitutas, sólo para poder
separarse cada vez sin dolor?
Cerraron los monederos azules, rojos,
amarillos. Cerraron la puerta del sueño.
Adentro, ¿quién se atrevió a decirme?:
“es hermoso estar así, solo, con alguien.”

Disimuladamente, arrojé mis monedas,
engaú.
De “Bárbara dice:” (Ediciones Alción, 2004)

EL DESORDEN DE LAS RELACIONES DE PROPIEDAD

a Guada y José Kózer

Y yo, volví al hospital.

En el largo pasillo repleto esperaba
-esperaba de pie y te leía-.

En un solo movimiento: girar la cabeza la página
un dedo de la mano izquierda,
los anteojos de leer cayeron
-sobre el mosaico-.
Cada pedacito de vidrio mostraba una garza
sin sombra, que empezó a recorrer el pasillo con sus zancos.
De lejos la vi apoyar su lomo
en el vendaje de una pierna. Despacio
me acerqué.
Es mi garza decía – un poco
a los tumbos- pero cada uno deseaba a la sanadora.
Es mía, insistí, riéndome
por las cosquillas que me hacía -garza- en su desorden.

Salieron los médicos al pasillo -salieron por el revuelo-
y llamaron: Garzas.
Nos hicimos
-sombra-.
Inédito

IR Y VENIR

Viene el hombre que me trae la comida
(me gusta pedirla, me gusta abrir el papel
en que la envuelven y dejarla enfriar.
Es otra mujer la que cocina y dos hombres
la reparten por las casas).

Pero este sábado
él me pregunta: ¿qué hacés en tus clases?,
quiero leer poesía de ahora y no entiendo,
me dice.

Entonces lo hago pasar.
Busco los anteojos, busco el cenicero,
y abro a Juárroz primero
y abro a Gianuzzi después.
Me gusta abrirlos así, al azar, en alguna página,
ver cómo saltan las letras.

Café y manzanas leo, mientras la comida
que me trajo este hombre
se enfría más sobre la mesa.

Nos enredamos en esa música ajena
que se nos hace propia y los ojos
del hombre que me trae la comida
se llenan de lágrimas. Entiendo, me dice,
eso que no entiendo.

¿Y Borges? , pregunta, ¿creés que podré
con Borges? Le acerco un pañuelo
de papel y se seca las lágrimas.
Porque cuando lo leo no sé, sigue diciendo, no sé qué me pasa.

Antes de irse él vuelve a preguntarme: ¿entonces
me hicieron creer que no entiendo?
No entendemos
y ni falta que nos hace. Basta con llevar esas frases a la boca.

El hombre que me trae la comida se va.
Y yo saboreo lenta los trocitos.
Inédito.

¿CÓMO?

Veamos lo real:
por ejemplo el río
-de acá hasta acá
podríamos inventar
una puerta para la casa
pero no-
veamos cómo
porque sí
un viento
tal vez provocado por el mismo río
no arrastra un sombrero hacia su centro
Veamos después
algo más:
la lluvia
que comienza por inundar el sombrero
hace crecer las aguas a tal punto
que nos es imposible seguir viendo
porque lo real salido de cauce
nos ahoga.
De “En lo separado” (Último Reino, 1988)

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Donaciano Bueno Diez

Donaciano Bueno Diez

Editor: hombre de mente curiosa, inquieta, creativa, sagaz y soñadora, amante de la poesía.

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